A todos les sorprende su agilidad física; la de la imaginación y la memoria es ya legendaria. Lo cierto es que los paneles y conversatorios sobre la obra de Fuentes lo han tenido a menudo como espectador satisfecho. O como diría uno de los expositores: ufano y rozagante. En el del domingo en la noche sí habló acompañado, entre otros, por un Gabo esfinge. Sabemos que al de Cartagena no le gusta hablar en público así que calladito, le quedó más bonito, como dice el refrán. Sin embargo, Fuentes no resistió recordar cómo conoció a García Márquez: trabajando juntos un guión para la película El gallo de oro del cineasta Roberto Gavaldón. ¡Cuánto de esta aventura sentimental, política y de escritura de esa generación latinoamericana y mundial de los 1960 ha estado atravesada por el cine! Es un coloquio sobre la amistad que es como decía Lord Byron, el amor sin alas. Habló Fuentes de sus influencias literarias: Petronio, Fernando de Rojas y su Celestina, Balzac, de los cuales, entre otras cosas, sustrajo su interés por la ciudad y sus transiciones. Pero hay otros autores más recientes a los que agradece por esa y otras razones de peso: John Dos Passos y su Manhattan Transfer; Alfred Doblin, el de Alexanderplatz y James Joyce con su Dublín. Acá en México: Agustín Yáñez y Al filo del agua y el inevitable, Juan Rulfo con Pedro Páramo. Para siempre, Quevedo. Acude Fuentes a su lengua filosa para bajarle el tono al honor que acaba de recibir de la Academia de la Lengua Española. Profesa su admiración ilimitada a Quevedo que le enseña todos los días que sólo lo fugitivo, permanece.
Ayer, la crítica literaria mexicana, Rosa Beltrán y Edgardo Rodríguez Juliá fijaron una importante pauta interpretativa: en la novelística de Fuentes el tiempo se torna espacio. En La región más transparente, como en muchos otros de los trabajos de Fuentes, la ciudad, el país, las casas son contenedores del tiempo, de la historia. Juan Francisco Ferré, otro participante, conviene que en Terra Nostra, todos los tiempos coexisten y colapsan en un espacio de América, que es, al fin y a la postre, catarsis de lo español. La ponencia de Rodríguez Juliá acercó, en contrapunto, la obra de Fuentes con la novelística antillana. Para el autor de Sol de medianoche, esa jazzística novela sobre el San Juan costero que se desprende de la calle Loíza, La región más transparente, la novela con la que Fuentes irrumpe en el escenario literario, es el relato del fracaso de la ciudad de la que se preciaba el “ milagro mexicano” del desarrollismo. En sus páginas quedaba atrás la ciudad-Deco, la de la modernidad eufórica, que había descrito Salvador Novo una década antes. Emergía la ciudad de la modernidad fugitiva. Pero ni esa ciudad “más transparente”, que representa también el fracaso de la Revolución Mexicana, ni ninguna otra, desaparece. Nos lo advierte el propio Fuentes: Si La región es la última novela en que cupo la ciudad, todas sobreviven como fantasmas, incluyendo la sumergida México-Tenochtitlánn. Todas colapsan hoy día en la megalópolis de más de 20 millones.