Es pertinente escribir en estos días. Desesperanza, conformismo, indiferencia, son vampiros emocionales que inundan las calles de nuestra isla. No quiero sonar pesimista, pero el panorama no nos ayuda. Vamos apurados envueltos en nuestro espacio que olvidamos mirar al lado y ver un poco de la realidad que nos corroe. Ya no somos un colectivo, o más bien, nunca nos enseñaron como serlo. Las circunstancias nos han empujado al abismo del individualismo para que perdamos la sensibilidad por el otro, o la otra, que desde el silencio y la mirada nos pide ayuda.
Ese otro somos tú y yo. Porque siempre nos ha tocado ser quien mira desde afuera el panorama que desde adentro nos consume. Todos los días me levanto inconforme, disidente, con la responsabilidad en los hombros que tantos espasmos me cuesta. Y la realidad es que no sabía qué hacer, hasta que hoy, mi profesor expresó algo así como “el ensayo es inconformidad, es una interrogante, es hambre de más, es sacudir el molde y cuestionarse, es buscar la verdad” y entonces, supe cómo empezar. Me aquejan muchos temas y quisiera sentarme a hablar de uno en especial. Contigo, que todos los días te conformas y te quejas del que se queja, pero sigues a favor de lo mismo.
Yo solía ser una de esas, que creen lo que le enseñaron, que sigue a la mayoría porque lo importante es “ganar”, que se escuda tras la pancarta tradicional de uno u otro. Hasta que llegué a la Universidad. Y me encontré perdida entre tantas ideas y con profesores que afirmaban una y otra vez el error craso que era simplemente hacerse el loco y fluir con la corriente. Y aquí empezó la cuestión. Las dudas afloraron y es cuando entonces tomé la difícil y pesada decisión de cuestionarme lo que siempre había pensado. Automáticamente aparecieron respuestas para sustentar los argumentos de la realidad que yo había escogido ignorar para seguir la corriente de una mayoría con ignorancia voluntaria que piensa en micro y se olvida del macro. Hoy le agradezco tanto a esos salones en el Chardón [edificio de la Facultad de Artes y Ciencias, Carlos E. Chardón, del RUM], a los debates en la hora universal y a las tertulias con disidentes a mis viejas posturas que hoy día son valiosos amigos y compañeros de lucha.
De esa Universidad es de la que les quiero hablar. De ese espacio donde se pone en tela de juicio todo lo que hemos creído desde que decimos nuestras primeras palabras, donde se deconstruye lo impuesto. Esas cuatro paredes con abanicos sucios y el calor infernal del mediodía, fueron el escenario para mis respuestas. La Universidad me enseñó a pensar, a cambiar de postura y regresar a la misma, a amar el debate como principal recurso para dar paso al conocimiento. En ese lugar se formó mi carácter y las convicciones que hoy llevo adheridas al pecho como si hubiera nacido con ellas; aunque seguimos cuestionándonos, la duda no muere.
La Universidad es un agente de cambio, nuestro patrimonio. Es el perímetro perfecto para transgredir los estándares opresores. Es la lectura sugerida, el libro viejo y lleno de polvo que nadie lee, la dificultad con la que a duras penas conseguimos las obras de nuestros escritores más importantes y que sería un milagro encontrarlas en librerías comerciales. También representa esas letras que nos abren los ojos a un mundo desconocido, o más bien escondido del que nunca nadie habla. Es donde conocemos los autores de quienes todos hablan, pero nadie sabe. Ese es el espacio que transforma, cuando aprendemos lo que nunca nos enseñaron. Es la coyuntura histórica que nos permite mirar hacia atrás y darnos cuenta de que no hemos cambiado mucho. Seguimos igual, callados y arrodillados.
Hoy, ese espacio es amenazado, como siempre, para ser sanadora de una debacle que ese mismo espacio pronosticó. No podemos financiar la deuda de un gobierno en quiebra que solo mira hacia fuera para culpar las incapacidades de uno y otro. Nos debemos a la Universidad, estamos en deuda con nuestra educación. Y es en este escenario donde necesitamos preguntarnos, ¿qué papel vamos a jugar? ¿Seguiremos perpetuando el silencio y el mal humor que solo es resultado de nuestra incapacidad para levantarnos cuando nos oprimen? Muchos ven estos tiempos con desgano y apatía yo veo la oportunidad de accionar y de que, por primera vez, los arsenales de nuestra historia no griten opresión, sino que griten libertad y sanación. Es desde el aula, desde la bombilla iluminadora del saber, donde enfilamos nuestras ganas de vencer.