I.
Durante la madrugada del 21 de abril del año pasado (2010), cientos de estudiantes universitarios nos congregamos en diversos portones del recinto riopedrense de la Universidad de Puerto Rico. Había llegado uno de los momentos pico en todo un trayecto de acciones directas que se venían realizando desde el primer semestre (2009-2010). No habían pasado más de dos semanas desde que los edificios de las facultades de Humanidades y de Ciencias Sociales fueron ocupados en sendas actividades, cada cual con matices muy distintivos. Poco a poco, los jóvenes y los estudiantes comenzábamos a irrumpir en el espacio público, pero el inicio de la Huelga Creativa tomó por sorpresa a muchos y muchas. Podría decir, incluso, que nos asombró a tod@s l@s envuelt@s.
Articulando una oposición a los embates de una administración universitaria que amenazaba con transformar sustancialmente la educación superior pública, el movimiento estudiantil se re-presentó como una ruta alterna a la plaga del partidismo, el caciquismo y el egocentrismo político. Ni el gobierno de turno ni los gerentes universitarios esperaban, entonces, una respuesta tan organizada como la de aquel movimiento estudiantil.
Pronto llegará la fecha en la que recordaremos el final de esa huelga y la fugacidad del movimiento que la organizó. Ante este fondo de rememoración y olvido, principio y final, me gustaría presentar una cartografía, un tanto difusa y paradójicamente incompleta, pero con límites, sobre el movimiento estudiantil de Río Piedras. ¿Cómo se elaboró? ¿Quiénes tomaron y formaron parte de él? ¿Qué tipo de contradicciones estuvieron presentes? ¿Cuáles fueron las tensiones internas que terminaron por disolverlo?
Advierto que mi lectura de estos procesos está matizada por la experiencia directa que tuve en el Comité de Acción de Humanidades desde su creación en septiembre-octubre de 2009 hasta julio de 2011 y mi posterior desenvolvimiento en otros proyectos como la “Proclama de un grupo de estudiantes” y Universidad sin paredes.
II.
Horizontalismo y multitud:
“La solidaridad no se construye de arriba hacia abajo [o de abajo hacia arriba] sino hacia los lados.”
El otrora movimiento estudiantil tomó forma, aunque parcialmente, tras la sombra de la política estatal de la Ley 7 de 2009. Rumbo a una posible huelga general, en cada facultad del recinto de Río Piedras se crearon Comités de Acción siendo el de la Escuela de Derecho el primero.[1] Cada uno de éstos estaría organizado de forma autónoma, lo que daba paso a que cada uno tuviera visiones muy distintas sobre qué debía ser la UPR, cómo se daría forma a un movimiento estudiantil y cuál sería el terreno de lo político en el que operaríamos, entre otros asuntos. No obstante, un elemento que todos compartían era que los comités tenían que estar estrechamente relacionados con sus facultades y que debían ser espacios abiertos de participación. Los comités, por lo tanto, no debían estar acaparados por las tradicionales organizaciones político-estudiantiles, aunque no se le prohibiría a ninguno de sus miembros la posibilidad de participar en estos. Los comités de acción se creaban, después de todo, para tod@s l@s estudiantes.
Los comités de acción de Derecho y de Humanidades aprobaron y publicaron sendas declaraciones de principios (CAED y CAH) como una manera de subrayar su carácter de apertura ideológica, aunque destacando asuntos que enmarcarían sus respectivas visiones de lo político. En ambas se acentúa que lo que allí se presentara sería vinculante exclusivamente para quienes participaban en cada grupo. De tal modo, lo aprobado por el CAH no sería vinculante para el CAED y viceversa, así como para ningún otro comité. Es así, entonces, cómo cada comité de acción comienza a generar sus particulares y, en algunos casos, divergentes formas de lo político. Se producen, además, espacios autónomos de agencia que reconocen que, para algunas cosas, necesitarán de los demás comités, pero, para otras, tendrán terreno abierto para actuar por su cuenta.
Un asunto fundamental para esa primera encarnación del CAH lo fue el respeto mutuo, la solidaridad, la dignidad, la igualdad y la horizontalidad. Estos elementos éticos aparecen continuamente en los primeros boletines y manifiestos que publicamos en el 2009 y la primera mitad del 2010. En el “Manifiesto y declaración del CAH” lo expresamos claramente cuando dijimos que “[n]uestra meta e[ra] descomponer las estructuras de la diferencia y el odio y en su lugar elevar un edificio de igualdad, de respeto y dignidad”. Mientras el CAH subrayaba la agencia individual y colectiva del ciudadano, el CAED proponía levantar unas exigencias al gobierno a quien le ordenaba que “cumpl[iera] con sus obligaciones” pues éste “deriva sus poderes del consentimiento del pueblo y no a la inversa”.
De esta manera, las subjetividades que se representaban en las declaraciones del CAED y del CAH eran visiones de las primeras tensiones entre sectores del movimiento estudiantil. Para el CAH estaba claro el asunto de la diferencia y la variación de lo político al nivel que pronto se representaban con la identidad de la multitud. Para el CAED, entretanto, las subjetividades en pugna eran, en una especie de dialéctica política, las del gobierno y el pueblo.
Ahora bien, a pesar de las diferencias entre los comités y en el seno de cada uno de ellos, la mayoría de estos operaban con una estructura horizontal. En varios comités no habían tan siquiera comisiones directivas ni centrales, más bien perseguíamos descentralizar la coordinación. Si bien había algunas voces que podían sobresalir en la discusión, hacíamos lo posible porque tod@s tuviéramos la oportunidad de participar y de escucharnos. Sobre todo eso, escuchar antes que hablar.
Las reuniones servían como espacios abiertos de discusión, deliberación y acuerdo ya que reconocíamos que los cambios que realizaba el gobierno de turno nos afectaban a todas y todos, no solamente a los de izquierda, a los de derecha, a los de centro, a los heterosexuales o a los homosexuales, etc. Los comités tenían que ser espacios para tod@s y para ello debía imperar un ambiente de respeto a la diferencia que fuera conducente a la discusión seria e informada sobre lo que vivíamos. Por tal razón, entre las muchas cosas que se destacan de la Huelga Creativa, uno de los asuntos más relevantes para mí lo fue la participación proactiva de un gran sector estudiantil queer.
El CAH sostuvo inicialmente, por ejemplo, reuniones semanales con una extensa lista de tareas como buscar información de la condición de cada departamento, programa académico y las tasas de población estudiantil, entre otros datos. El propósito de estas gestiones era conseguir reuniones con la administración de la facultad que redundaran en mejoras reales en las condiciones de estudio de nuestra facultad. Evidentemente surgían desentendidos, pero hacíamos lo indecible por preservar el respeto mutuo. Asimismo, organizábamos acciones directas, como la pintata de los banquitos de Plaza Antonia, que transformaran y crearan espacios de discusión y educación a la misma vez que viabilizaban la socialización con miras a extender las redes de apoyo en la facultad.
En fin, los comités de acción desarrollaron, casi orgánicamente, una estructura de red que se tradujo efectivamente con la creación de perfiles virtuales en las redes sociales como Scribd y Facebook. Los comités operaban de forma descentralizada, como unos de muchos otros nexos encargados de hacer fluir la información. La “inacción” de un nexo no conllevaba el colapso de la red pues ninguno era fundamental para la sobrevivencia de toda la red. Nadie era indispensable, pero todos lo éramos. Tumbar simbólica o realmente a los comités de acción, aunque una labor difícil, lograría el colapso del movimiento. Esto fue lo que sucedió bien adentrado en la Huelga Invernal de 2010-2011.
Mientras discursivamente varios comités mantenían la subjetividad del pueblo y se presentaban como las vanguardias defensoras de éste, en términos organizativos rompían con esa relación vertical de poder. Eso no significa que no hubo quienes intentaron generar escalafones dentro del movimiento, mas en aquel momento prevaleció el horizontalismo y el autonomismo –en su concepción teórica italiana, no la isleña–. Subrayo, no obstante, que sólo algunos miembros del CAH le llamábamos de esta forma en esos días según consta por los manifiestos, comunicados y boletines.
Continuando con los esfuerzos de generar espacios de reflexión, a finales de noviembre de 2010, un grupo de estudiantes y profesores publicamos el "Manifiesto de la Universidad sin condición" como forma de presentar un nuevo proyecto de comunalidad y autogestión universitaria. Aspirábamos y aún aspiramos a crear o fomentar espacios de participación, producción y discusión intelectual en los que miembros de la comunidad universitaria como de otras comunidades puedan formar parte. De este grupo surgió, entonces, el proyecto de Universidad sin paredes (Usp) con el cual transformamos espacios públicos en sitios para generar la experiencia universitaria. (Lo que es Universidad sin paredes para mí). Con este proyecto, trivializado y criticado por múltiples estudiantes del sector huelguista del movimiento, produjimos encuentros abiertos de debate y reflexión pública sobre diversos temas. Siempre consideré que Usp era, de cierta manera, parte del movimiento estudiantil aunque no fuera parte de la Huelga Invernal. Una de sus aportaciones más significativas, me parece, fue y ha sido que en él se encontraban profesores y estudiantes como pares en la articulación de una comunidad. Las relaciones desiguales y de autoridad se desmoronaban para producir un esfuerzo horizontal entre colegas, amigos e iguales.
III.
La huelga posmoderna
El paro del 21 de abril de 2010 comenzó con la participación de varios centenares de estudiantes y otro centenar, un tanto indeterminado, conformado por padres y madres, docentes, trabajadores y amistades. Ese mismo día, ante la amenaza de que la Policía entraría con su División de Operaciones Tácticas para sacarnos a la fuerza, más ciudadanos se acercaron al recinto riopedrense en un gesto de solidaridad con la acción del movimiento estudiantil. El despliegue de agentes en los portones fungió, al parecer, como una especie de dispositivo de la memoria de lo que fueron las huelgas de 1981 o las protestas de los 60s y 70s.
Se podría decir que, gracias a la alta presencia de ciudadanos comunes en los portones del campus, el gobierno optó por no entrar al recinto a removernos. Durante los días subsiguientes, el portón del Museo en la Avenida Ponce de León se transformó en el escenario principal para el drama universitario. (Después de todo, esta huelga estudiantil estuvo atravesada, aunque no elaboraré este punto aquí, por una fuerte corriente espectacular por parte de estudiantes, los medios de comunicación, el gobierno y la ciudadanía.)
Pero, además de la movilización de los cuerpos en los portones, esta huelga contó con una intensa movilización digital (inmaterial). Quienes no podían estar en los portones, enlazaban noticias en Facebook, leían a Desde Adentro (alias Rojo Gallito) debatían en las redes sociales (como en los blogs) con críticos de la huelga, manejaban perfiles de los comités de acción en Facebook, enviaban emails, se comunicaban con activistas alrededor del mundo, sintonizaban la recién creada Radio Huelga y pasaban información por mensajes de texto, entre otras acciones. (Véase aquí un análisis, redactado durante el proceso mismo de la huelga, sobre la democracia participativa y los medios alternativos.) Si de algo éramos conscientes era de la necesidad de tener comunicación directa con personas que no pudieran estar allí en los portones con nosotr@s. Eso nos permitiría romper con lo que llamábamos “el cerco mediático”, esa frontera de invisibilización que sucede cuando los medios de comunicación ignoran o desatienden a una persona, situación o grupo de personas.
El efecto de esto fue que la huelga trascendió el espacio material de los portones para ocupar los terrenos inmateriales de Internet. Así como había una huelga de cuerpos, también sucedía una huelga inmaterial debido a la multiplicidad de perfiles de los comités de acción creados en Facebook y los miles de perfiles de otras personas en dicha red social, documentos compartidos por Scribd, así como estudiantes blogueros que presentaban sus miradas de los procesos. El surgimiento del grupo de oposición estudiantil “Grupo Oficial: la Mayoría Silente” confirmó esa vertiente cada vez más importante de la “lucha” mediática y de las redes sociales. Se generaron en la red virtual extensos debates y ataques entre grupos del movimiento estudiantil y grupos estudiantiles que operaban según los dictámenes del partido del gobierno. Por todo esto, entre otras razones, es que dije que la Huelga Creativa de abril de 2010 había sido la “primera” huelga posmoderna del país.
Empero, así como las redes sociales y la movilización de las mentes en el terreno inmaterial son parte fundamental de los movimientos sociales, la movilización de los cuerpos no puede ser desatendida. Un colapso de la acción directa – esto no es espacio exclusivo del piquete, el paro y la huelga – ayuda a generar una noción de normalidad que va en beneficio, principalmente, del Estado por la cantidad de recursos disponibles a los que tiene acceso. El desgaste físico, las responsabilidades laborales y compromisos previos empezaron a afectar la cantidad de personas que se movilizaban a los portones. En la medida que la huelga se prolongó, lo que había comenzado con una movilización significativa de estudiantes fue perdiendo su voluminosa corporeidad.
La movida en los tribunales que gestaba la administración universitaria, sin embargo, les salió mal. El juez José Negrón Fernández obligó a las partes encontradas, estudiantes y administración, a un proceso de mediación que culminó con la firma de los acuerdos del 17 de junio de 2010. Varios días después, los acuerdos fueron ratificados en una “Asamblea Nacional de Estudiantes de la UPR”. Tras este evento, las barricadas fueron deconstruidas, los campamentos levantados, la huelga finalizada y los estudiantes regresamos a culminar nuestro semestre.
Por una cantidad indeterminada de posibles razones, no produjimos actividades de discusión ni elaboramos reflexiones ponderadas sobre los aciertos y desaciertos de la recién finalizada huelga. Andábamos tan exhaustos y complacidos con nuestra “victoria pa’ la historia” que desaprovechamos la oportunidad para continuar construyendo nuestro proyecto democrático y universitario. Recientemente sucedió algo similar cuando terminó la Huelga Invernal organizada por algunos sectores del movimiento estudiantil.
IV.
El colapso de la multitud
Durante el mes de septiembre de 2010, recuerdo haber participado de una reunión entre amistades en la cual discutíamos el panorama político en la iupi y el país. Los comités de acción se habían desarticulado por la estructura adoptada durante la huelga y no había un proyecto común de qué universidad queríamos. A diferencia del semestre anterior, ahora no contábamos con unos reclamos claros que trascendieran la exigencia puntual de que se eliminara la cuota de $800.
Desde ese momento, el movimiento estudiantil asumió más una posición defensiva desde la cual se esperaba poder repeler las movidas de la administración y el gobierno. Varias personas me comentaban que no había otra solución que realizar una huelga que evitara la cuota, a pesar de que las gestiones para entablar comunicación directa con la administración no se habían hecho y que los procesos de cabildeo en la legislatura eran menospreciados al punto de la burla por varios sectores del movimiento. Los desencuentros producidos por las divergencias tácticas fueron agudizando las fisuras internas hasta generarse toda una polarización a favor y en contra de una nueva huelga.
En la medida que el semestre progresaba, los comités de acción intentaban reagruparse y renovar sus bases de apoyo entre el estudiantado. Una de las actividades aglutinadoras que organizaron fue la marcha dentro del recinto riopedrense “Ni un peso más, ni un paso atrás: cero cuota” (propuesta originalmente por el Comité de Acción de Educación). Sin embargo, si bien los comités se reunían para establecer acciones directas tradicionales (piquetes, marchas, pancartadas y ocupaciones), en ninguna instancia procuraron entablar diálogos directos con la administración universitaria ni con el gobierno que condujeran a la eliminación de la cuota o su disminución sustancial. Se esperaba forzar a los administradores a que hicieran lo que les decíamos “desde la calle”, sin ofrecer el espacio a algún tipo de negociación directa. Los esfuerzos del Consejo General de Estudiantes por presentar alternativas fiscales a la institución fueron atacados por lo privado y en lo público se acentuaba la desconfianza (con y sin razón) de la institución de representación estudiantil. El desprestigio del Consejo serviría, se pensaba, para el fortalecimiento de los comités como núcleos de poder en cada facultad.
En términos de principios, la idea de proveer un espacio abierto que descentralizara el poder del Consejo era y aún podría ser alentadora. Empero, los espacios internos de disenso fueron perdiéndose con la configuración de bloques de votación que acudían a algunas reuniones para impulsar alguna actividad o acción aplastando cualquier intento por una discusión sosegada. Los esfuerzos por atender lo que aquejaba a cada departamento y cada facultad fueron perdiendo su lugar al punto de ser desplazados totalmente. Los comités se tornaron, entonces, en una especie de vanguardia a donde se acudía para la legitimación de acciones, pero donde la discusión de lo que aspirábamos como proyecto universitario perdía su sitial.
Los comités empezaron, además, a limitar seriamente su autonomía con la celebración continua de los plenos. Éstos eran espacios abiertos a los que acudíamos los estudiantes para aprobar acciones concertadas y atender asuntos correspondientes a la huelga de abril, pero que posteriormente se continuaron celebrando hasta llegar a lacerar la agencia autonómica de los comités. Los plenos, aunque apelaban con su nombre a la totalidad, contribuyeron más a la producción de una ficción democrática de unos pocos que a una democracia deliberativa y participativa de los muchos.
Apunto a la producción de una ficción democrática de unos pocos porque los espacios de discusión fueron centralizados al terreno presencial. Si no se acudía a alguna reunión de comité de acción o a algún pleno, entonces lo que se pensara o se planteara carecía validez. Las ricas e informadas discusiones en las redes sociales que habían ayudado, por ejemplo, a dar forma y a generar nuevas maneras de participación política durante la Huelga Creativa se tornaban ahora en meras conversaciones “de pasillo”. La acción de la multitud colapsaba ante la discusión centralizada y la restricción de la participación. (Más adelante abordo el tema del anti-intelectualismo de algunos sectores del movimiento estudiantil). La discusión espontánea y, en momentos, desinformada representó una transformación de las formas de deliberación ponderada que se practicaban en los comités. Aquella idea de que “el tiempo apremia, basta ya de filosofar” se figuraba como proposición irrefutable que requería una ágil toma de decisiones que de veloz pasó a ser voraz.
La máxima durante los meses de octubre (2010) a marzo (2011) era: “chico, si tienes algo que plantear, ve al pleno”. En una lógica muy similar a la de la campaña electoral de 2008, much@s compañer@s argumentaban que asistiéramos o que nos quedáramos calla’oh. El problema fue que, aún asistiendo a los plenos, presentar un argumento “impopular” era confrontado con la intimidación y el abucheo. Más que una ética del respeto entre diferencias, en estos espacios de reunión comenzó a imperar la ética de Animal Farm: “todos somos iguales, pero algunos somos más iguales”. Sólo a los “más iguales” se les escucha en silencio y con tranquilidad. Para el resto, el desprecio basta.
Uno de los casos más lamentables del período de la Huelga Invernal fue el día del paro que incluyó la confrontación física entre un profesor y varios estudiantes. Este evento fue denunciado por el Comité de Acción de Humanidades en un comunicado de prensa el 3 de marzo en el que condenaron “la actitud grotesca” de los profesores Rubén Ríos Ávila y Viveca Vázquez por haber “cruza[do] la línea de piquete”. El CAH pasó de ser de ser una expresión de la amplitud y la comunalidad, a ser voceros de una moral rígida, exclusiva y marginalizadora. Sin tan siquiera comunicarse con los docentes para escuchar su versión de los sucesos, le imprimieron una lectura dura a los actos de los docentes, quienes no entraban a realizar labores sino a recoger unas pertenencias. Con esta lectura, el comité procedió a generar toda una animosidad interna contra dos profesores profundamente comprometidos con la Universidad y el estudiantado. Abandonando su proyecto como transformadores de espacios comunes, el CAH se posicionó como guardián de la corrección moral; la radicalidad de lo común fue solapada por el conservadurismo de una inexistente pureza política.
Durante la Huelga Creativa hubo quienes insistían en analizar las tensiones internas del movimiento como fruto de una lucha de clases. Había un intento por comprender qué separaba al estudiantado del portón de Derecho del de los portones de Bellas Artes, Humanidades y Ciencias Sociales. De estas fisuras provienen los apodos que se le asignó a cada portón: Beverly Hills (Derecho), Disney (Ciencias Naturales), Vietnam (Humanidades) y Esparta (Ciencias Sociales). En gran medida los desentendidos no se traducían, necesariamente, a un asunto de clase. Todas las facultades contaban con una participación significativa de estudiantes de todas las clases sociales por lo que la lectura de clase resultaba una imposición interpretativa. La disyuntiva residía, me parece, en cómo cada portón visualizaba la acción política. Lo que había sido, por ejemplo, por mucho tiempo la vertiente del CAH, la resistencia performativa, fue suplantada por la acción agresiva de los cuerpos. El desencuentro estaba más bien entre quienes apoyábamos la resistencia no-violenta y quienes apoyaban la auto-defensa. Este es uno de los lugares de resquebrajamiento del movimiento estudiantil.
La no-violencia es una construcción discursiva, la violencia permea cada espacio físico y simbólico de nuestras existencias. Sin embargo, el compromiso con la vida del otro, la diferencia y su importancia formaron parte fundamental de los primeros meses de ese movimiento de bases. Cuando la segunda huelga tomó vuelo, ese esfuerzo ético por emprender una agencia no-violenta fue sustituido por el envalentonamiento de la proeza física y del golpe. Si bien es cierto que enfrentaron una nueva beligerancia estatal, sus esfuerzos de defensa se emplearon, además de contra el Estado, contra otros sectores del movimiento estudiantil que habían asumido una posición crítica de la huelga. La ética del respeto y el entendimiento mutuo entre pares (estudiantes, profesores y trabajadores universitarios) se vino abajo.
Por último, fui de los que esbozó un planteamiento político a favor de un movimiento de multitudes el cual no fue necesariamente reconocido por amplios sectores estudiantiles. Si bien algunos estudiantes se identificaban con ese tipo de identidad, eran más los que asumían la identidad del pueblo y la masa, esa identidad hobbesiana que le entrega sus derechos naturales al soberano para que éste gobierne y mantenga la paz. El movimiento estudiantil de aquel abril de 2010 y el de diciembre de 2011 impulsaron una política mucho más conservadora que lo que imaginamos. Hubo una defensa dura del Estado, de su rol en la sociedad y sus controles sobre la vida. Los debates, por ejemplo, sobre dónde deberían estar los policías, si adentro de una universidad o en los caseríos atacando el crimen, no incluyeron alguna reflexión sobre la institución misma de la policía ni de cómo se reproducía toda una discursividad de la marginalización. El crimen se naturalizaba al espacio del caserío y se justificaba, entonces, que ese excesivo despliegue policial se enviara allí y no a la universidad. Si pretendemos articular alguna radicalidad debemos atender cómo operan las prácticas discursivas y cómo se reproducen las dinámicas del poder entronizado en el Estado y en las relaciones entre tod@s.
La insistencia en tornar al movimiento estudiantil en una vanguardia sacrificial para la “patria” reproduce los proyectos de la autoridad del padre, de la cabeza – en las metáforas del poder isabelino. Un proyecto radical debe contemplar matar al padre, en el sentido mítico de la palabra, y en el trayecto matarse a sí. Sería, entonces, una radicalidad contra la autoridad misma y sus manifestaciones materiales/inmateriales no una reproducción del régimen actual. De esta manera, estaríamos re-iniciando el proyecto ético-político de la multitud que en un momento dado parecía germinado.
V.
De la producción intelectual a la pobre reflexión crítica
Un último elemento fundamental, o más bien uno de los terrenos indispensables del movimiento estudiantil fue el relativo a la producción de saberes, a la reflexión sobre los métodos de producción social y las contemporáneas relaciones de poder. La elaboración de proyectos mediáticos como Desde Adentro – Colectivo de prensa estudiantil y el Colectivo Radio Huelga, así como la articulación continua de lo performativo y la representación estética vinculado a las relaciones de poder fungieron como expresiones de un movimiento social complejo y variado. El movimiento estudiantil que le dio forma y formó parte de la Huelga Creativa durante la primavera del 2010 tuvo una fuerte vocación intelectual.
Desde la producción ensayística, por ejemplo, en este blog y en el de Mariana Iriarte (Promesa política) o en Diálogo Digital hasta los performances de la Fuerza de Payasos en los portones y las pintatas, aquel movimiento estudiantil no dudaba en afrontar con una mirada crítica lo que sucedía.[2] La reflexión y el debate sucedían en las reuniones de portones, en la blogósfera, en los círculos de lectura en la calle y los tablones del teatro “guerrilla”. Se retó, en aquel momento, la lectura limitante de la producción intelectual centrada en la figura del académico y se postuló una ampliación de la identidad del intelectual para incorporar otros espacios de producción de saberes.
Mas, en la medida que se acercaba la asamblea de estudiantes del semestre de otoño de 2010, aquellos productores de la ensayística fuimos criticados por ser “fucking intelectualoides de mierda” (tomado del status update de una figura prominente del movimiento). Entre los estudiantes que apoyaban la realización de una nueva huelga, la producción escrita fue exigua como si la elaboración articulada de argumentos y contra-argumentos fuera innecesaria o indeseable (“¡A preparar la huelga!”). Para los sectores del movimiento que organizaron la Huelga Invernal, la figura del intelectual pasaba a ser reprochable. El intelectual se con-figuró, entonces, en una subjetividad enemiga.
Suplantando la reflexión individual por el acuerdo colectivo, lo que se aprobaba en un pleno conformaba una verdad irremplazable, irrefutable y absoluta. Cualquier expresión realizada fuera de ese espacio era desautorizada mediante el ataque (verbal) a la persona y la intimidación física. Se comenzó a confundir al movimiento estudiantil con el “pleno” (eterna y paradójicamente incompleto). Quienes presentábamos nuestros argumentos y nuestras ideas fuera de los plenos y de forma escrita éramos denunciados y censurados. De la crítica al académico que se situaba en los márgenes de lo social, luminario autoenclaustrado en el Olimpo, ahora se condenaba a todo intelectual que planteara cualquier crítica que se desviara de la ortodoxia del pleno.
Interesantemente, lo que se debatía en los ensayos de 80 grados y en la blogósfera raras veces era leído por la mayoría de los estudiantes huelguistas. Unos pocos lo leían y fungían como filtros de interpretación para el resto del estudiantado en huelga. La puesta en práctica del criterio autónomo se venía abajo pues se confiaba ciegamente de lo que dijeran unos pocos. Más que llevar a cabo un pensamiento salvaje, como propuso en un momento Juan W. Duchesne, “constitutivamente anti-Estado y anti-clase”, el sector estudiantil en huelga durante el invierno del 2010 elaboró un pensamiento vertical y renovador de los poderes del Estado, un pensamiento jerárquico con una pobre reflexión crítica.
VI.
Ante el límite
Ya ha pasado un año desde que se firmaron los acuerdos con la Junta de Síndicos, un evento sin igual. El movimiento estudiantil se colocó y fue colocado por la fortuna en la posición de poder negociar frente a frente con el cuerpo rector de la universidad del Estado. Este (relativo) logro fue el fruto de la articulación de un proyecto político horizontalista y de la comunalidad. Constituido por una variedad de prácticas discursivas y de subjetividades, el movimiento a cargo de la Huelga Creativa aspiró a crear una universidad y una comunidad distinta. Pero, la pobre reflexión y autocrítica, así como el cansancio llevó a quienes formamos parte de ese movimiento a que desatendiéramos las complejidades del proceso en el que participamos.
Durante la Huelga Invernal, la producción de un discurso anti-intelectual, el centralismo y el desprecio a la diferencia adornaron la vereda de un sector del movimiento estudiantil que se asumió como su totalidad, su plenitud. Confrontando una nueva beligerancia por parte del Estado, este sector asumió el reto empleando lo que entendían como “auto-defensa”. Sin embargo, esta táctica no se utilizó exclusivamente contra el “enemigo” estatal sino que se empuñó (simbólicamente) contra la intelectualidad que formó parte de la huelga anterior. La crítica se entendió como una amenaza que debía ser extirpada.
A pesar de que en otros recintos se produjeron interesantes y complejos debates y movimientos estudiantiles, la iupi tiende a monopolizar la atención pública y a figurarse como centro de cualquier conflicto universitario. La Huelga Creativa contó, a diferencia de la Huelga Invernal, con la participación de los otros recintos lo que amplificó la operación en redes sin un centro que controlara la fluidez. Aunque mi participación en el nexo de la iupi limita un tanto mi conocimiento de esas otras dinámicas estudiantiles, creo que un próximo esfuerzo por explorar al movimiento de este pasado año debería incluir esos otros nexos.
Lo que he presentado aquí es un acercamiento limitado y un tanto asimétrico de lo que fue el movimiento estudiantil del pasado año en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Contrapunteando documentos producidos durante el pasado año, me propuse ofrecer varios atisbos a las fluctuaciones éticas y políticas del movimiento. Identificándolo como un mapa por el cual navegamos simbólicamente, este análisis no pretende ser más que una representación que debemos expandir y re-armar.
[1] Cabe destacar que el Comité en Defensa de la Educación Pública (CEDEP), el cual formó parte del movimiento, ya se había constituido durante el segundo semestre 2008-2009 con el objetivo de mantener abierto el Seminario de Ciencias Sociales.
[2] Valdría la pena explorar también la producción en otros blogs como La acera, En el país de los ciegos, Quantum de la cuneta, Los archivos del mandril y las entradas de Maritza Stanchich en el Huffington Post. Seguramente hay otros blogs que ahora mismo no recuerdo que también valdría la pena atender.
*El autor es estudiante graduado del Programa de Historia de la UPR-RP. Lea el artículo original en su blog Multitud Enredada.