
SOBRE EL AUTOR
En un largo proceso hacia la presidencia de la potencia hegemónica mundial, el estado de Iowa dio el pistoletazo inicial en una competencia de cinco meses llenos de incertidumbre. Los resultados en Iowa pueden haber sorprendido a la opinión pública. Sin embargo, un análisis más profundo del proceso indica que el resultado no es tan sorprendente como pareciera.
El empate en el Partido Demócrata entre la candidata de la “élite” del partido Hillary Clinton y el autoproclamado “socialista” y reformista Bernie Sanders no son tan sorprendentes como parece. Un análisis superficial indicaría que Clinton no sólo debió ganar sino que debió hacerlo contundentemente. En términos de fondos recolectados posee una capacidad desproporcionadamente mayor que Sanders, cuenta con el apoyo institucional del Partido y es mucho más conocida y reconocida que Sanders por haber sido Primera Dama y Secretaria de Estado. Además, Hillary, junto a su esposo el expresidente Bill Clinton, son una verdadera “oligarquía” dentro del Partido Demócrata, no hay dos personas más poderosas e influyentes en esta organización política.
Sanders, en cambio, ni siquiera es un verdadero demócrata, ya que fue elegido como senador independiente, aunque participa en el caucus demócrata. Las ventajas de Hillary debieron haberle proporcionado una victoria contundente. Su pírrica victoria de 0.2% sobre Sanders es realmente una derrota vergonzosa y su proclamación de victoria un disimulo patético. La realidad es que Hillary se encuentra en serios problemas si no puede ganar convincentemente con ventajas tan descomunales. El segundo evento electoral, en New Hampshire, la dejará en peor situación ya que este estado se asemeja mucho en su cultura política y cívica a Vermont, el estado de Sanders.
Cuando se evalúa los méritos de Hillary hay que reconocerle su inteligencia y su intento, como Primera Dama, de proponer un sistema de salud universal. Pero en general su desempeño como funcionaria deja mucho que desear y es más la proyección y el poder que los verdaderos méritos. Como senadora por New York, no se distinguió. El presidente Barack Obama la premió con la posición de Secretaria de Estado en su primer gabinete por su apoyo durante la elección de 2008 y quedó evidenciado que la señora Clinton no estaba preparada para ejercer tan importante posición. Fundamentalmente, no hubo un solo logro de política exterior para Estados Unidos durante su gestión. De hecho, tuvo que renunciar por el asunto del atentado contra el cónsul estadounidense en Libia, a quien ella le negó la protección que había solicitado. También la persigue la insensatez de utilizar su correo electrónico personal para enviar documentos oficiales del gobierno, poniendo en peligro la seguridad nacional. Estas credenciales son más que cuestionables.
Por el contrario, Sanders ha demostrado tener principios sólidos en defensa de la clase media estadounidense frente a los oligarcas de Wall Street, compromiso con las oportunidades educativas para todos sin importar los ingresos y una honestidad poco común entre las élites políticas. Muchos ciudadanos comienzan a valorar estas virtudes y rechazan la manipulación fomentadas por la mercadotecnia y el dinero. Tampoco se dejan intimidar por el calificativo de Sandres como “socialista”, un término tan rechazado históricamente en la nación norteamericana. Es plausible que al final Hillary se imponga, incluso por medios antidemocráticos como los superdelegados, reservados a la élite del partido y quienes no son elegidos, pero Sanders habrá dado una lección de honestidad y democracia que el partido no podrá seguir ignorando si quiere sobrevivir. También logrará, y ya lo está haciendo, desplazar el eje ideológico de ese partido más hacia la izquierda de lo que se sitúa actualmente.
En cuanto al Partido Republicano no se pueden hacer demasiadas conclusiones, excepto la evidente de que el tan temido Donald Trump, un “outsider” al igual que Sanders en el Partido Demócrata, ha sufrido un traspiés inicial. Pero quedan 49 estados, un distrito y cinco territorios por votar. Tampoco la ventaja de Ted Cruz es tan contundente, sólo de 3%, aunque no puede negarse que dará un impulso a sus aspiraciones. Tampoco hay que alegrarse demasiado con la victoria de Cruz. Es un fundamentalista religioso y en algunos temas más conservador que el mismo Trump. Es un aliado del Tea Party y cuenta con el apoyo de extremistas de derecha como Rush Limbaugh. De hecho, su victoria es en cierto modo la culminación de un proceso de radicalización derechista del Partido Republicano que comenzó en 1980 con la elección de Ronald Reagan a la presidencia. Cabe destacar también el desempeño risible de Jeb Bush, el candidato de la élite tradicional del partido.
Lo que este primer evento electoral demuestra es la disposición del pueblo estadounidense de buscar nuevas alternativas y de su rechazo y cansancio con las élites tradicionales de ambos partidos. Este evento electoral ha dejado en evidencia que será muy difícil seguir manipulando a un pueblo con fondos millonarios y campañas absurdamente costosas y seguir eligiendo políticos que sólo responden a los grandes intereses y a donantes millonarios y que basan todo su prestigio en un apellido, sea Clinton o Bush sin demasiados méritos. Pudiera ser el inicio de una revolución democrática y de ocurrir en Estados Unidos pudiera convertirse en paradigma para muchos otros países.
El autor es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez.