
SOBRE EL AUTOR
Era mi primer día en Madrid. Más de 12 horas sin cerrar los ojos, viajando de un lado del mundo a otro, llevaron a una de los sacudidas más reveladoras de mi vida. Moraleja: cuando tu compañera de piso te invita a Chueca, nunca rechaces la oportunidad. Hay magia en esas calles.
Desde la década del 80, Chueca se ha convertido en el barrio emblemático de la comunidad LGBTTQ en Madrid. Localizado en el centro de la ciudad, este barrio se caracteriza por su vida nocturna, infinidad de bares y espectáculos de “drag queens”. Fue allí donde tuve mi primer encuentro con la subcultura gay, un ambiente completamente desconocido.
A pesar de haber tomado cursos universitarios con un profesor transgénero, nunca había tenido el placer de disfrutar un espectáculo de drag queens. Allí estaba ella, grande, imponente, con sus pechos a punto de explotar, tacones rosa, medias a mitad de pierna y un intento de falda que iba más con la descripción de una braga. A nuestra llegada, nos preguntó de dónde éramos, lanzando algunos chistes como “Si me dejan propinas, me las dejan en dólares”. En un instante, Chueca me cautivó.
Luego de múltiples veces de visitar este popular barrio, no alcanzaba a entender qué exactamente me atraía a él. A pesar de lo obvio (léase jangueo), Chueca tiene ese je ne sais quoi que te hace sentir parte de una comunidad, seas gay o no. La alegría de sus calles, de la gente que allí se agrupa, es tan contagiosa que se queda grabada en mí una y otra vez.
Existen varios factores a considerar para explicar el encanto de este lugar. Hace apenas cuarenta años, reinaba por estos lares un dictador llamado Francisco Franco. Bajo su régimen, la única opción de preferencia sexual era la heterosexualidad. La mujer estaba subyugada a un manual de la buena esposa que incluía incisos como “Una buena esposa siempre sabe su lugar” y “Hazlo sentir en el paraíso”. Los homosexuales fueron perseguidos bajo la llamada Ley de Vagos y Maleantes, que demandaba que los llamados “violetas” fueran internados en instituciones especiales.
Mantengo esto bien claro cada vez que me aventuro en la vida de Chueca. Las parejas van de la mano, dos chicas se conocen en la barra, una draga canta “Todos me miran” al estilo de Gloria Trevi. Dentro y fuera de Chueca, el amor homosexual aparece como un manifiesto de las largas luchas sociales de este sector. Cuando se participa de las noches en este barrio, no solo se va de copas, te haces parte de un movimiento que reconoce los derechos humanos por encima de cualquier moral social, política o religiosa.
Basta con visitar este barrio para sentir la hermosa energía de esta comunidad, que acepta la sexualidad como un fluido de emociones e instintos, niega el uso de etiquetas y reconoce la diferencia como un acto de celebrar. Allí me encontrarán, junto a mis amigos heterosexuales, homosexuales y no identificados, cruzando de barra en barra, no solo por placer propio, sino para brindar por el amor, la igualdad y la libertad.
La autora es estudiante de periodismo de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico. Actualmente asiste a la Universidad Complutense de Madrid como parte de su participación del programa de intercambio de ambas instituciones.