Así como el comunismo y sus luchas se apoderaron del cine ruso para la primera mitad del siglo XX, la reciente selección de cinematografía puertorriqueña ha privilegiado la clase trabajadora de distintas formas.
Volvemos a esta división social con unas ciertas gradaciones en El amo y el esclavo, corto tan interesante como desperfecto dirigido por Luis Enrique Delgado, que representó a Puerto Rico en Cinefiesta.
Sergio, interpretado por Gilberto Vázquez, protagoniza el corto como el “esclavo” que dicta el título, cuyo futuro en la compañía para la cual trabaja tambalea al recibir una carta que anuncia el despido de 12 personas. Sergio, ocupando el último lugar en la lista, no se detendrá hasta que encuentre la solución que lo mantenga empleado.
Sergio se establece como paladín del proletariado dentro del cortometraje. Este protagonista viste con manga larga y corbata lo que, junto a la estética de la oficina donde trabaja, lo coloca un poco más arriba en la escalera social.
En un escenario contemporáneo, la imagen del cortometraje refleja que absolutamente nadie está a salvo de las garras del despido en el mundo del empleo.
Sergio entonces formula un plan para encontrar alguna forma de que despidan a Laura, actuada por Lian Machín, cuyo intento fallará mientras que lo llevará a asegurar su posición en la compañía de otra forma.
El cinismo que carga el corto es muy acertado a la hora de medirlo con la realidad violenta de los ambientes laborales que se encierran en la burbuja de una oficina. En todo momento, Sergio se dirige directamente al público mientras lleva a cabo su plan. Este método artístico resulta como una buena táctica para enmarcar su sarcasmo, pero incómoda por su uso constante entre líneas de diálogo que no muestran naturalidad.
Con el fin de aplicar los hechos ocurridos en cualquier situación, este método sí logra el efecto cautivador de distanciar al público de la ficción del corto. Como ejemplo, no han pasado bastantes años para que las personas despedidas por la administración de Luis Fortuño perdonen el acto por lo que será fácil atrapar al público afectado.
Otro aspecto del filme que se pudo haber trabajado mejor fue el sonido, especialmente en las voces de los actores. Al parecer, el diálogo fue grabado en un momento diferente al de rodaje, algo que le tumba todos los niveles de organicidad al corto. Mientras que el trabajo de juntar boca con sonido es excelente, el resultado falsifica aun más la ficción que ya vemos en pantalla.
En términos actorales, todo el elenco conectó con su personaje de alguna forma u otra. Vázquez le otorga la malicia necesaria a Sergio, mientras que Machín le da la carisma necesaria a Laura, y Leonardo Castro presenta la austeridad correcta como el “amo” de Sergio.
La falla del elenco se apoya en que todos ejercen la pronunciación perfecta de todas las palabras de su diálogo, otro aspecto que le quita franqueza a las interpretaciones y al corto. Por más alto que se encuentren en la pirámide social, el puertorriqueño no habla así de correcto.
El “esclavo” triunfa en su odisea laboral y la mayoría del público lo disfrutará. Sin embargo, el camino que pavimenta el corto hacia ese fin obstaculiza un filme completamente excelente. Un poco más de cariño a El amo y el esclavo lo pondrían en la buena compañía de los cortos puertorriqueños que reflejan la victoria (o la derrota) del proletariado.