#TBT / Papeles en el piso, hombres con gorras y brazos cruzados, mujeres con tenis y piernas fuertes. El sol embiste –sol agresivo del Caribe– sobre el terreno de Ceiba. Es 1988. Descansan luego de una marcha por la paz, tras estampar pasos enardecidos sobre el cemento, gritar consignas hasta quedarse roncos, portar cartelones con letras repetidas, reír de vez en cuando al encontrarse a viejos amigos. Lo hicieron todo. Y ahí están ellas. Dos niñas. Los cabellos sueltos. Batita, pantalones cortos. Un abrazo. Quizás se susurran, “la primera que llegue, gana”, para entonces echarse a correr, riendo a carcajadas hasta llegar a la meta y entonces sacarle la lengua a la que llegó última. O a lo mejor el abrazo es un simple reflejo involuntario, un movimiento de brazo que se encuentra en los hombros de la otra, porque sí, sin explicación, surge solo, sin que alguien lo susurre al oído, sin que lo domestiquen ni lo reglamenten. Y entonces dejan en segundo plano marchas, consignas y cartelones. Se unen dos niñas en la mejor muestra de paz que no necesita planificación ni convocatoria: el abrazo involuntario.
Foto por Ricardo Alcaraz Díaz, texto por Gabriela Saker.