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La Facultad de Estudios Generales se convirtió en la sede de la conferencia ¨La prostitución en el siglo XIX: tratamiento y regulación¨, como parte del ciclo de conferencias que desfilan por el Seminario de Investigación Interdisciplinaria. En esta ocasión fue el doctor Rafael Simón Arce, profesor en el Instituto de Iberística y Estudios Ibéricos, de la Universidad de Varsovia, quien disertó en la investigación que, aunque se enfoca en España, incluye la isla de Puerto Rico, mientras era posesión del imperio español. Según la alocución del académico fueron tres los elementos que enmarcaron la prostitución durante este periodo, a saber, la inscripción, el control sanitario y la reclusión espacial. Esos, según su investigación y documentos encontrados, fueron aspectos que marcaron los reglamentos y la actitud de las autoridades municipales con respecto a las prostitutas. Sobre el tema aclaró, sin embargo, que control y tolerancia, no significaba aceptación “La prostituta era una vecina de segunda, a la que no se le permitía salir a las calles como a las demás mujeres, no se le permitía ir en carruaje, no se les permitía ir al teatro, no podían salir más de dos a la calle (juntas), ni tampoco relacionarse con los hombres en ese tránsito por las calles, no podían buscar clientes, ni tampoco hacer publicidad de su negocio”, explicó el profesor español. Indicó que en Francia las casas de prostitución estaban identificadas por un farolillo rojo, pero que en España y en Puerto Rico, se seguía la misma reglamentación general que había en la Península Ibérica, las casas de prostitución no podían tener un signo externo. Además, a partir de las 12 de la noche las casas se cerraban, y no podía quedar nadie detrás de la misma. Por otro lado, el doctor Simón Arce argumentó que la reglamentación y la tolerancia, sí equiparaban las casas de prostitución, por ejemplo, a las industrias, sobre todo las que eran administradas por Amas o Amos. “Las Amas eran las responsables de las pupilas, una Ama tenía que responsabilizarse de que las pupilas cumplían el reglamento, tenían que tener los servicios sanitarios por cartilla, donde el médico higienista anotaba las enfermedades que tenían las prostitutas. Da la impresión de una industria muy normalizada. Se ha encontrado documentación de que las Amas de casas de prostitución tenían que llevar registros de cuentas mercantiles como en todas las empresas. Las Amas no podían ejercer la prostitución. Y las relaciones, entre las Amas y las pupilas, era una cuasi laboral, pues en los reglamentos se establecía cuánto dinero recibiría la Ama por los servicios de prostitución y cuál era la cantidad que recibía la prostituta”, aseveró. Igualmente las casas tenían que registrarse y tributar, como un negocio.
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Para el 1890, el ejercicio de la prostitución se basaba en el control sanitario y en la reclusión espacial. Las prostitutas tenían unos espacios acotados y unas horas para salir a las calles. Mencionó, por ejemplo, que en San Juan (Puerto Rico) se establecía que las casas de prostitución tenían que estar entre la Calle Norzagaray, la Calle Tetuán, la Calle Sol, Calle Luna y la Calle Recinto Sur; en esa manzana se establecían las casas de prostitución. Toda prostituta que tuviera su casa fuera de esta cuadrícula, o sea, más allá del área designada, tenía que moverse. Con esta acción había una total reclusión a un espacio vedado, que permitía mucho mejor su control. Mientras, en la ciudad de Ponce las calles eran la Buenos Aires, Virtud (al norte), Jobos, Callejón Del Comercio, Calle de La Luna, Vista Alegre, Salud, Barrio de Ballajá, Callejón Del Perro y Punta Brava en la Playa. El reglamento de la ciudad de San Juan data de 1893, y el de Ponce era de 1894. Los datos de Puerto Rico que obtuvo el profesor Simón Arce para complementar el estudio que ya había comenzado en España fueron consultas realizadas en la Sala de Colección Puertorriqueña de la Biblioteca Lázaro. Una de las fuentes utilizadas fue el libro llamado 168 casos de prostitución en la ciudad de San Juan de 1867. Según el estudioso, otro ingrediente que aportó el control y la reglamentación de la prostitución fue la directriz suscrita para que las instituciones municipales y ayuntamientos crearan dos instituciones: el Hospital de Enfermos Sifilíticos, en el que había un ala reservada a las prostitutas con enfermedades venéreas como sífilis, gonorrea, gálico, y al que no tenía acceso nadie más, y el Hospital o la Casa de Recogidas, para las que quisieran abandonar la prostitución, a cargo de órdenes de monjas. “Todos los reglamentos decían que la reglamentación y la tolerancia eran para la moralización, su intención inicial aparentaba el deseo de que abandonaran la prostitución, pero después todo el reglamento es para que sigan en la actividad”, clarificó. El también profesor de la Universidad de Varsovia apuntó que la “entrada” a la prostitución era ilegal, ya que una mujer ingresaba al listado de prostitutas, por el simple hecho de que un celador o el guardia urbano la había “pillado” rondando en parajes inadecuados o en los cuales se practicaba la prostitución. Así, la podían catalogar -de motu propio- como prostituta. Es decir, que una mujer podía ser catalogada de prostituta sin un proceso y sin ningún tipo de sostén jurídico.
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La “salida” de esa lista era difícil. Tenía la opción de apelar la exclusión de ese registro, en un acto semejante a un recurso en alzada. Una mujer que quisiera “salir” de esa lista tenía que dirigirse al Gobernador y acreditar: que no ejercía la prostitución; que observaba buena vida y costumbres, contando con medios honrosos de subsistencia para el trabajo; y tenía que ofrecer persona que garantizara su conducta en lo sucesivo. Tenía que dar pruebas de virtud, moralidad y además tener a alguien que diera fe de su persona. Las prostitutas eran vistas como sujetos de derechos, no tenían todos los derechos, pero sí tenían algunos. Ellas podían defenderse, entre otras cosas, de la agresión de los clientes. Podían rechazar a un cliente si el cliente estaba en malas condiciones de salud, si se sospechaba que tenía alguna enfermedad venérea, o si estaba ebrio. Podían clamar a la Ama que no las obligara a acostarse con un individuo que tuviera estas circunstancias, y las Amas podían remitirse a las autoridades municipales. Abordó, también, el aspecto de cómo una mujer llegaba a ser prostituta. Según los datos recogidos habían dos circunstancias interesantes: el principal semillero, tanto de España como en Puerto Rico, eran las criadas o el servicio doméstico, pues, ante la acometividad de los adolecentes -los señoritos- o del señor de la casa, la sirvienta tenía que acceder a los requerimientos sexuales de los amos de la casa. Una vez mancillada la mujer, no le quedaba otro camino de sustento en esa sociedad moralizante. Ese era el camino más directo hacia la prostitución. El otro era la influencia de la esclavitud. Y, se encontró, que la edad media del ejercicio de la prostitución estaba entre los 21 y 24 años, pero que se podían hallar féminas de menos edad, como de 14. “En Puerto Rico se combinaba el ejercicio del empleo doméstico y la esclavitud, porque, finalmente, ni las unas ni las otras tenían mucho poder para poder defenderse ante la acometividad masculina”, aseguró. Para ver el texto original visite noticampus.uprrp.edu