Crónicas de un confinamiento abierto es un proyecto que vio la luz y creció en un espacio de compartir intelectual donde confluyeron aportaciones diversas desde perspectivas, experiencias, disciplinas y prácticas variadas.
El libro ha sido realizado con la colaboración del Grupo de Estudios Semióticos, grupo intelectual de vocación itinerante y libertaria, en el cual, además del autor, Rubén Dávila, se encuentran profesionales de diferentes áreas que comparten el hecho de ser egresados de la Universidad de Puerto Rico (UPR).
Algunos de ellos todavía se encuentran cursando estudios graduados en prestigiosas universidades como Harvard, MIT y Columbia, solo para citar algunas. Al grupo se están integrando otros participantes que actualmente son estudiantes de la UPR.
Crónicas de un confinamiento abierto tiene diversas partes. Primero, la portada, llamada Estallidos delatan el medio, la cual contiene unas formas en expansión a partir de la cuales hay una propagación ondulatoria de los signos mediante el transporte de energía en la configuración del espacio vial. La portada anuncia la entrada a la ondulación de relaciones en expansión y confluencias: al salir a la calle entramos a un mundo debidamente codificado, reglamentado, controlado.
Al abrir el libro, se despliega una superficie que es una metáfora del asfalto y allí se encuentra la inscripción del texto “Al salir se entra”. El volumen cocido, con una tonalidad artesanal, con una ligereza y forma libertaria del caminar, no está pegado. Su tonalidad no busca formas preparatorias rituales tradicionales, sino comienza con Pasos así, directamente, con la palabra, con lo escrito que sigue la cadencia del caminar.
Llama la atención, en la primera parte del libro, la inclusión de unas fotos que fueron tomadas por el autor en su propio proceso de caminar, el cual deliberadamente no quiere interrumpir con notas al calce. Las notas, junto con las referencias y el índice, se encuentran al final del texto, que también contiene una sección Notas itinerantes para apuntar reflexiones e ideas en ese viaje de la lectura.
Al abrir el libro, a la derecha del texto, nos topamos con una fotografía inserta, la cual es un espejo: la mirada detrás del cristal mira al que la mira en su claustro metálico.
Al desplegar completamente el libro/calle encontramos un mapa, que es un tipo de cartografía denominada el Arte de apartar que usa como base un mapa de los cincuenta, pero tiene unos cuadrantes, con líneas entrecortadas e identificados con letras, que expresan diversos tiempos, lo que indica los cambios en la configuración espacial. Se puede ver cómo se altera el hábitat geográfico mediante la circulación vehicular privada.
En el bolsillo se encuentran tres documentos, tipo modelo, que brotan directamente del escrito, y son parte de la investigación de archivo. El primero es una carta de abril de 1949 de don Santos Pacheco que, dirigiéndose a Muñoz, revela las consecuencias de la carretera, como lo fue en tantas comunidades en Puerto Rico.
El segundo documento es una portada del Puerto Rico Ilustrado de 1911 que muestra la nueva ética del automóvil en sus inicios y, por último, un anuncio de 1927 de Chevrolet que contrasta mundos y que nos revela un alto juego de distancias.
Insisto, todo esto no es una forma de ornamentación, sino que se trata de piezas vinculadas a la investigación del autor y dispuestas para una interacción reflexiva de la lectura. Se trata, en efecto, de una crónica que cae en la categoría de las “producciones de largo aliento, exigentes en términos de investigación y acceso a las fuentes”, según la tipología propuesta por Palau Sampio.
Caminar la ciudad para conocerla
Dávila deambula por las calles de la ciudad y ese deambular es, como diría Salazar a propósito de Monsiváis, un “modo para construir relatos, orientaciones para viajar por la ciudad, mapas”.
El autor nos regala un relato sobre la cultura motorizada y la construcción de la subjetividad y lo hace bajo la forma de una crónica, esa escritura fronteriza, híbrida -que yo prefiero definir anfibia- que busca representar la crisis y el conflicto cultural que la ciudad vive. Dávila es ese autor propuesto por Piglia, el que construye el relato de un testigo en contraposición al discurso oficial.
La crónica en su dimensión narrativa es una forma de conocimiento. Desde un punto de vista etimológico, la palabra narrar se relaciona directamente con el saber. Narrar deriva del verbo latín narrāre, que a su vez procede de gnārus (conocedor, sabio) que tiene su origen en la raíz indoeuropea gno- presente también en el sanscrito en la palabra gna (conocimiento) y en el griego γνώσεω (conocer).
La narración no es solamente un tipo de discurso, sino una forma particular de organizar el pensamiento y el conocimiento, mejor dicho, es la forma universal más antigua que remonta a un pasado oral. Por lo tanto, de acuerdo con Villanueva Chang, la crónica no es solo la forma de enterarse de unos hechos, sino una manera de conocer el mundo.
Decía Caparrós que la crónica la constituyen la mirada y la escritura: “Mirar es la búsqueda, la actitud consciente y voluntaria de tratar de aprehender lo que hay alrededor (y de aprender)”, a diferencia del ver que es un acto instintivo. Y esta es la actitud de nuestro cronista, quien, decíamos, deambula, como un flâneur postmodernista, por las calles de la ciudad.
El caminar, desde que apareció el modelo literario del flâneur, es una forma de ensayo, un ensayo de sí mismo, del otro y, por tanto, de la ciudad, entendida como metáfora de la sociedad. Y como animal lector, que se pregunta sobre el porqué de las cosas, lee el espacio que habita porque, como diría Heidegger, habitar el espacio es una manera de leerlo.
El flâneur no es un simple paseante. Él entiende el caminar no tanto como una actividad física, sino como un ejercicio crítico, por eso Janet Wolff definía el flâneur como “el crítico, el escritor, el ensayista, el sociólogo”.
Para el caminante los itinerarios urbanos se vuelven un texto para interpretar, un espacio de “lectura toponímica vuelto objeto de investigación y paráfrasis simbólica” (Garrido). El espacio urbano se eleva a ciudad semiótica, es decir a espacio para ser leído a través del cuerpo como instrumento perceptivo, con los cinco sentidos alertas.
Decía Roland Barthes en La aventura semiológica: “Cuando voy por la calle -o por la vida- y encuentro estos objetos, les aplico a todos, sin darme cuenta, una misma actividad, que es la de cierta lectura: el hombre moderno, el hombre de las ciudades, pasa su tiempo leyendo. Lee, ante todo y sobre todo, imágenes, gestos, comportamientos”.
Y el caminar la ciudad es un incesante ejercicio de ensayo crítico para Dávila. En él revive el flâneur en su aspecto de paseante incómodo que pone al descubierto nuestra condición de confinados.
Volviendo a la imagen inicial de la crónica como escritura híbrida, de la misma manera que el anfibio se desplaza entre dos ambientes, así el género de la crónica se mueve entre dos espacios: el de la historia y el de la ficción literaria.
En la crónica confluyen discursos antes considerados antagónicos y excluyentes: se entrelazan no solo la historia y la ficción, sino también la literatura y el periodismo, lo subjetivo y lo objetivo, lo oral y lo escrito.
El género de la crónica es una especie de “archipiélago de discursos”, para usar una imagen de Kraniauskas, donde convergen, sin fundirse, diferentes técnicas narrativas, estilos y recursos. De esta hibridez y pluralidad deriva un texto fragmentado que exige un lector atento, sensible y activo que les dé unidad y sentido a las diversas partes.
“La crónica aparece así como un ejercicio de sutura que ordena o cierra lo que en la realidad social se encuentra fragmentado o roto”, señala Salazar.
Y si la crónica es una “narración histórica en que se sigue el orden consecutivo de los acontecimientos” (según la Real Academia Española), es decir, es una narración lineal, la crónica de Dávila es una circular y ese movimiento, ese regresar al punto de partida, o el no haberse nunca movido, enfatiza el sentido de confinamiento en el que estamos recluidos y del cual no hay escape.
Con el ojo del semiólogo y el ritmo del caminante urbano Rubén Dávila hace visible lo invisible, lo que los medios y el discurso oficial ocultan o ignoran y nos entrega un relato, que es a la vez reflexión crítica, testimonio, documento histórico, todo sazonado con un toque de añoranza.
La autora es catedrática del Departamento de Español en la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico.