
Cada 40 segundos una persona se suicida en el mundo.
El suicidio, declarado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un problema de salud pública que concierne a todos los gobiernos, es la causa de defunción anual de un millón de personas a nivel mundial; 30 mil en Estados Unidos y 300 en Puerto Rico.
En el caso de la Isla, el suicidio ocupa el tercer lugar entre las causas de muerte violenta, según la División de Estadísticas de la Policía de Puerto Rico. Estos datos concuerdan con el estudio realizado por la doctora Carmen Parrilla, ex directora de la Comisión para la Prevención del Suicidio del Departamento de Salud.
Definido por la Organización Nacional de la Salud (OMS) como “todo acto destructivo, autoinfligido, fatal, realizado con la intención de implícita o explícita de morir”, el suicidio también es descrito por Parrilla como la “manifestación más extrema de la violencia, por ser la violencia autoinfligida”.
La sicóloga explicó que el comportamiento suicida de una persona se puede observar en todos los sectores económicos y religiosos de la sociedad.
Entre los factores que sirven como posibles detonantes para que una persona que esté atravesando un momento de crisis pueda querer privarse de la vida, Parrilla apuntó al abuso de drogas o alcohol y trastornos depresivos y sicológicos.
Por otra parte, el factor de presión con los compromisos sociales a los cuales la persona no pueda responder por diversas razones, también es una posible causa del suicidio, tal como apuntó Gladys Soto, coordinadora del Parcial de Carolina del Hospital San Juan Capestrano.
“Puedo decir que, sobre todo, más recientemente la situación económica y problemas matrimoniales siguen siendo la mayor cantidad de casos.
Usualmente, problemas matrimoniales que son motivados por la situación económica. También, me atrevo a decir que sobre el 50 por ciento de los pacientes que atendemos son por problemas laborales”, indicó Soto.
El trabajo de Crónicas de un Suicidio: Historias silentes presenta una serie de entrevistas realizadas a personas que han intentado suicidarse por diversos motivos. También, recoge la historia de una madre que perdió a su hijo a causa del suicidio. Cada uno de ellos contó su realidad, de manera anónima, esperando que su historia presente la complejidad del problema, más allá de una estadística.
A continuación se presenta la primera de estas historias. Diálogo publicara cada una de estas crónicas en edicción especial cada miércoles en estas sección:
“¡La vida es el tiempo!”
“Retorno de la Noche”, Julio Cortázar
EL NOVENO DÍA DE ELIZA
Día 1
Eliza es una mujer de estatura mediana. Su piel parece quemada por el sol y su rostro, sin maquillaje, aparenta menos de los 43 años que tiene. Con su pelo teñido de rubio, recogido en un moño en la nuca, camina despacio por los pasillos del Hospital Parcial de San Juan de Capestrano, en Carolina, donde ingresó hoy. Se frota las manos constantemente y las esconde dentro de las mangas largas del abrigo negro que le cae sobre el cuerpo.
Sus ojos están vidriosos. Tal vez de tanto llorar. Tal vez por el efecto de los medicamentos que los siquiatras le recetan para tratar su condición de bipolaridad y depresión. Pero ese aire de tristeza y desánimo en su mirada marrón, no oculta del todo su semblante fuerte y serio. Su voz es pausada al hablar. Acaba de finalizar un cigarrillo y eso, de cierta manera, le dilata su ansiedad y la hace sentir más tranquila.
“Las personas que no saben lo que uno está pasando no pueden opinar ni entienden que uno no lo hace para llamar la atención, sino que hay situaciones que te llevan a hacerlo”, dice con voz entrecortada por el nudo en la garganta que se le forma cada vez que recuerda lo que le provocó que intentara suicidarse.
La primera vez que lo consideró, a finales del 2008, la idea le llegó como una chispa que encendía la punta de una mecha. Eliza aún recuerda cómo sus manos apretaban el volante de su Cavallier, cuando el pensamiento de terminar con su vida estrellando su auto contra un árbol le pareció la manera de finalizar con sus problemas, con su estado de ánimo y “con muchas otras cosas”, como ella misma plantea.
“Sentía que no podía con todo lo que me estaba pasando. Ya no podía, era demasiado y me sentía bien deprimida. No podía con muchas cosas, y pensé que quitándome la vida podría terminar con todos mis problemas, pero no es así. Todavía me vienen los pensamientos y no quisiera, porque yo tengo un nene de 11 años. No quisiera que me fuera a pasar nada o hacer algo y que mi hijo esté presente, eso me tumba”, confiesa mientras irrumpe en un llanto silente, y cubre su rostro con sus manos.
El primer intento llegó a raíz de que los médicos le indicaron que el cáncer en la matriz, del cual había sido diagnosticada y sometida a una histerotomía, había hecho metástasis en uno de sus senos. Como consecuencia, había que someterla a una nueva operación. La reacción inmediata de la madre de cuatro hijos fue la negación, y un sentimiento de ahogo que le provocó la recaída de una depresión que inició en el 1995, cuando su hijo primogénito murió luego de que un conductor lo arrollara.
La muerte de su cría, de 10 años, le provocó una sensación de vacío, que aún siente, y que se agudizó cuando su segundo esposo murió un año después, en el 1996, a causa de un derrame cerebral. Aún con la herida abierta por esas pérdidas, al año siguiente fallecieron su abuela y su padre, lo que le provocó una depresión la cual logró superar, al refugiarse en su hijo, Alberto, de 20 años. Con el tiempo, Eliza volvió a recobrar sus fuerzas.
Se concentró en su trabajo de secretaria en un centro de servicio al cliente y de distribución de mercancía, y en sus otros dos hijos de 17 y 11 años.
Al recordar todos estos incidentes, rememora lo insignificante y desvalida que se sentía.
“Mientras más uno va pensando en esas cosas, más uno se deprime. No tenía ánimo de nada, no quería saber de nadie y uno se encierra en sí mismo. Uno, a veces, trata de salir y la primera opción que uno tiene es quitarse la vida. No es nada bonito decirlo ni nada agradable, pero hay unos más fuertes y otros más débiles, y yo por muchos años fui fuerte, pero ya no me siento con fuerzas para nada. Por eso, vine aquí a ver si por lo menos se me quitaban esas musarañas que me dan en la cabeza”, dice sobre su decisión de buscar ayuda sicológica y siquiátrica en el Parcial, tras cuatro intentos de suicidio. La primera, al estrellar su automóvil, la segunda tratándose de infligirse daño con un cuchillo, lo cual evitó su actual pareja. Las últimas dos veces, en un lapso de tres meses, con los mismos medicamentos recetados por los psiquiatras para tratar su condición.
“No me hicieron nada”, sonríe un poco y señala al cielo. “San Pedro no me quiere allá arriba, y el otro no me quiere allá abajo. Hay que confrontar la situación y cogerlo con calma”, se dice a sí misma para tratar de explicar cómo sigue viva después de tantos intentos.
En el primero de sus diez días de tratamiento en el Parcial, Eliza se siente incómoda y ansiosa, al escuchar los problemas de otros pacientes. Con el respaldo de su novio y de dos compañeras de trabajo, desea recomponer las piezas de su vida y armarse de valor para afrontar su realidad y, así, sacar adelante a sus hijos. Ella busca volver a ser la mujer independiente que se encargaba de sus tres hijos. Aquélla que se valía por sí sola y disfrutaba salir con su novio a cenar o ver a su hijo menor jugar pelota.
“Fui luchadora por un tiempo; después, me caí, no sé, no sé. Tengo esa remota idea de lo que fui. Yo era alegre, socializaba con todo el mundo y ahora me da terror estar al lado de mucha gente. Me siento como una inútil; no puedo pensar bien, no tengo buenos pensamientos, tengo miedo de muchas cosas, sobre todo el no atender bien a mi hijo chiquito, no tengo ánimo de nada. ¿Tú sabes lo que es nada? No quiero saber de nada ni de nadie, yo llego a mi casa y es a tirarme a una cama o al sofá y ahí me quedo”, asegura mientras se recuesta del asiento en la sala de reuniones del Hospital y ahoga un conato de llanto con un suspiro profundo.
Día 9
Han pasado nueve días desde que Eliza ingresó al Parcial y ya no tiene ojos vidriosos. Su mirada refleja optimismo y en su rostro se ha vuelto a dibujar una sonrisa más clara. A veces, hasta una carcajada tímida se le escapa de los labios. Sigue utilizando el mismo abrigo negro para calentarse.
Durante su estadía ambulatoria en el Parcial ha aprendido a identificar los síntomas que podrían llevarla a una crisis emocional, en la cual los deseos de hacerse daño se descontrolan. Ahora, se siente combativa. “¡Soy luchadora! Si no hubiese sido así, no estuviera aquí. Y, a lo mejor, hasta por amor propio, porque si no me quiero yo, no me quiere nadie”, enfatiza con una mediana sonrisa que le ilumina el rostro.
Una vez culmine su tránsito por el Parcial, deberá continuar con su tratamiento psiquiátrico con un médico independiente. La determinación que alguna vez le caracterizó como mujer regresa poco a poco a su vida y le pide a “Dios que le dé la fuerza para seguir adelante”. Su motivación para lograrlo lo son sus hijos, en especial el menor.
“Yo sé que esto no se quita, y sé que voy a volver a recaer, pero mi hijo me prometió que me va a ayudar”, el mero pensamiento le vuelve a iluminar el rostro y hacerle una sonrisa sincera y maternal. “¡Mi hijo, que lo que tiene son 11 años! Él me da muchos besos. Me dice: ‘Mamá, no estés triste. Mamá, no estés arrinconá’.
Me dice: ‘Mami, estás depresiva otra vez, ¿verdad?’. O sea que ya él me conoce”, ríe, y confiesa haberle prometido que no fumaría. El menor, sin embargo, se vuelve cómplice de su madre cada vez que puede leer en sus ojos tristeza. “Cuando me ve así me dice: ‘Mami, fúmate un cigarrillo, pero es uno nada más’. Y yo, ‘está bien, mi amor’”, dice soltando una pequeña carcajada, para luego reconocer que recurre a fumar uno en el Parcial cada vez que tiene un chance, para que con cada bocanada de humo que exhale se esfume su ansiedad.
*Los nombres de los entrevistados fueron cambiados para proteger su identidad.
*La autora es periodista y Redactora de Informción en la Oficina de Comunicaciones en el Recinto de Río Piedras de la UPR. Estas crónicas forman parte del proecto de tesis de González Nieves para su proyecto de tesis, presentado recientemente en la Escuela de Comunicación de la UPR.