Por: José A. Rivera González
Bajo un velo de misterio sobre los motivos, el 19 de septiembre marcará la última transmisión de Sábado Gigante, el programa de variedades más antiguo de la televisión mundial según el Libro Guiness de los récords. El programa de concursos, pasos de comedia, espectáculo de variedades, artistas y personalidades invitados se retira tras unos 53 años de producción ininterrumpidos.
Sábado Gigante es un enorme éxito televisivo que se transmite en 43 países, en cuatro versiones ajustadas a importantes concentraciones de su teleaudiencia: Chile (donde surgió), México, Estados Unidos y los públicos internacionales, bajo la conducción de su creador Mario Kreutzberger, Don Francisco, un chileno de padres judeo-alemanes.
Desde sus comienzos, Sábado Gigante ha enfrentado severas críticas por, alegadamente, someter a humillaciones a concursantes, al público asistente y al personal del programa, amén de considerársele entretenimiento de poca envergadura. Estos alegatos -comunes en los programas donde hay que concursar para obtener algún premio- se han visto aderezados con demandas a Kreutzberger por hostigamiento y paternidad, entre otras. Aun así, Don Francisco ha logrado desprenderse de cualquier mácula que amenace con enturbiar su imagen, como suele esperarse de una persona que genera unos 14 millones de dólares anuales.
¿Qué hay que lamentar por la cancelación del programa que logra el consenso del público que asiste a su grabación para mover los traseros ante las cámaras de televisión? Para sus seguidores, probablemente el trastoque de un hábito de unas cuatro horas de duración. Para los anunciantes, una mina de oro a la que va a ser difícil encontrarle remplazo. Para el canal, el desplazamiento de una extraordinaria teleaudiencia hasta entonces cautiva. Pero probablemente también se perderán ciertos detalles que, por estar al margen del consumo mediático, no se les da mayor importancia.
Sábado Gigante, contrario al resto de los formatos de programas dirigidos a los públicos hispanos (telenovelas, series, noticias, documentales) permite el intercambio personal y directo de la gente, bajo la consigna de la espontaneidad. Hay una confabulación general no explícita entre los presentes y televidentes para aceptar con buen ánimo, desenfado y desembarazo las situaciones y requerimientos que la producción les solicite. La espontaneidad y el calor humano forman parte intrínseca de su éxito. Todas las personas que participan -ya sea en los concursos, chistes o entrevistas- saben que se deben dejar llevar por el humor; un humor que debe trascender diferencias culturales y que se cobija al amparo de una identidad exclusiva y única: la de la gente latina.
Con Sábado Gigante, Don Francisco formó un enclave que se alimenta de los aciertos y desaciertos de su producción. En ese espacio, por cuatro horas, los lugares comunes borran las discrepancias y disparidades. El poco o ningún dominio del inglés, los conceptos sexistas, la limitada capacidad para entender los chistes, la falta de talento para el canto o para el baile, y los problemas de los que emigran se transforman en enlaces que fortalecen y hermanan a los que están en el estudio de grabación y frente a los televisores, en sus hogares.
En el programa, el idioma español sostiene el andamiaje sobre el cual se sobrellevan diferencias culturales entre latinos, así como entre latinos y anglosajones. La empatía y la experiencia vicaria se traslucen constantemente cuando los rostros en el estudio se voltean a izquierda o a derecha y se emocionan ante la alegría de un acierto o el dolor de una pena. Por breves episodios se profundiza el sentido de identidad y se alivia la soledad de quienes están en tierra extraña, posean o no el permiso para no tener que vivir en la clandestinidad.
Para sus seguidores, no se trata solamente de entretenerse con un complejísimo programa pensado, ensayado y producido con cierto nivel de calidad. Para ellos, se trata también de sonreír y encontrar otros rostros con los cuales compartir el sentido de esa sonrisa; de llorar y percibir en ellos la compasión, la comprensión y la pena repartida.
No sé quién echará de menos a Don Francisco y a Sábado Gigante, pero su partida se me parece a la del familiar ignorado que puntualmente nos ha comprado por años el pan para los desayunos de los domingos y que comenzamos a reconocerlo tras su muerte.
El autor es profesor en la Escuela de Comunicación del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico.