Existen gobernantes y gobiernos que no saben distinguir entre una inversión en cultura y otra en turismo. Esto podría explicar la falta de sostenibilidad y el cúmulo de desaciertos en uno y otro renglón que lamentablemente suelen dictar la norma en algunos países. Sería prudente, entonces, resumir brevemente ambos conceptos antes de responder a la pregunta que nos sirve de título.
Tomando en cuenta la infinidad de definiciones de cultura y las proximidades del término a la administración y política públicas, citaré la Declaración de México sobre las Políticas Culturales de 1982 como marco de referencia. Este documento, redactado en el contexto de la Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales (Mundiacult) en México, dice que “en su sentido más amplio, la cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”.
Por otra parte, la Organización Mundial del Turismo (OMT) señala que turismo es “el conjunto de actividades que realizan las personas durante sus viajes a lugares distintos de su contexto habitual, por un período inferior a un año, con propósitos de ocio, negocios y otros motivos”. Es decir, cultura y turismo no son lo mismo. Sin embargo, son palabras que al hablar de desarrollo socioeconómico resultan más que compatibles. Dicha compatibilidad ha sido potenciada en múltiples países. Muchos utilizan la expresión Turismo Cultural para implementar políticas públicas dirigidas a la creación de capital cultural y a reforzar las instituciones culturales con el fin, entre otros, de ampliar su oferta turística y comercializar mejor sus destinos. Ello en respuesta a las nuevas demandas de los turistas y a la disminución en el consumo de paquetes tradicionales de sol y playa, hoteles y all inclusives, a la personalización de las visitas a otros países como resultado del acceso a información por Internet y a la creciente “búsqueda de experiencias con valores culturales auténticos” que trasciendan el patrimonio tangible.
Ante tales circunstancias, el Consejo Español de Turismo presentó en 2008 el Plan de Turismo Español Horizonte 2020. Este plan estratégico a largo plazo destaca que el turismo cultural y de ciudad “es el segundo producto por importancia del modelo turístico español”. Según el informe, sólo en 2005 esta actividad generó 13.2% del total de visitas a España. El apoyo financiero a las organizaciones y gestores culturales representan, por tanto, una prioridad y un vector de progreso para el gobierno español toda vez que también estimulan la industria turística. En contraste, el gobierno alemán invirtió en el 2008 sobre 1,000 millones de euros (o el 12% de su presupuesto) en el fortalecimiento de las artes y la cultura. La gestión cultural genera allí cerca de 800 mil empleos y sus resultados económicos se equiparan a los de las industrias química y energética. Tal empuje ha conducido a Alemania a ocupar el segundo lugar en la lista de destinos de turismo cultural más visitados de Europa (Francia es el primero). Además, a mantener una oferta cultural que incluye alrededor de 300 teatros, 500 museos, 130 orquestas profesionales y la publicación de 95 mil nuevos libros al año, por sólo mencionar algunos de sus activos.
En su artículo “El diálogo turismo y cultura”, Damián Moragues plantea que a través del turismo cultural se establece un contacto práctico entre cultura y turismo. El también consultor explica que el turismo no es un sector económico, sino una actividad que “afecta muchos sectores” siendo uno de ellos el cultural. Moragues identifica, asimismo, dos aspectos que han limitado el desarrollo del turismo cultural en varias latitudes.
De un lado, menciona que hay países donde el turismo no se ve como instrumento de difusión de la cultura, ni a esta última como vía para atraer turistas más diversos y ávidos de ofrecimientos novedosos. Por el otro, señala que la falta de integración de gestores culturales a la planificación turística, combinada con la “urgencia de los gobiernos por crear dinámica económica y la visión de beneficio a corto plazo de los inversores”, sigue limitando la rentabilidad de ambos renglones. Así que aún queda mucho por hacer. Aclarar conceptos abre posibilidades. Gobernantes y gobiernos deben ser visionarios de nuevas alternativas para generar riqueza, prosperidad y sostenibilidad, no anclarse en modelos del pasado para solucionar problemas del presente. Los parches han probado históricamente no resolver nada. Fortalecer todos los ámbitos de la cultura es promover la cohesión social y crear oportunidades turísticas. Es producir crecimiento.
El autor es Decano Asociado del Departamento de Comunicaciones de la Universidad Metropolitana.
Su correo es alnieves@suagm.edu