“Un cuarto propio”: reflexiones iniciales En 1928 la escritora inglesa, Virginia Woolf, en una de sus obras emblemáticas “Un cuarto propio”, efectuaba una profunda reflexión acerca de los factores que excluían a la mujer de la producción literaria y de la historia escrita. No sólo se preguntaba “cuáles eran las condiciones en que vivían las mujeres” que les impedía incursionar en el campo de la literatura, sino el porqué a las mujeres “apenas las menciona la historia”. Décadas después, Simone de Beauvoir publicó en 1949 “El segundo sexo”, libro que se convirtió en la obra más importante y polémica de su época. Sus planteamientos contribuyeron a repensar la historia de la mujer y recibió las críticas más mordaces dentro y fuera de la academia. Para unos, Beauvoir se “sentía humillada por ser mujer y que a causa de ello quería ridiculizar a los hombres”. Otros sectores, como fue el caso de los comunistas franceses, expresaron que a las obreras les importaba poco los problemas que la autora analizaba. En una serie de entrevistas que se le hiciera a Simone de Beauvoir entre 1972 y 1982, expresaba que el feminismo implicaba un esfuerzo por cambiar las condiciones de la mujer independientemente de la lucha de clases, y que las mujeres estaban llamadas a tomar su futuro en sus propias manos: By feminist, I meant fighting on specifically feminine issues independently of the class struggle…Therefore it is absolutely essential for women to take their destiny into their own hands. Muchas de las reflexiones sobre la condición de la mujer en la sociedad estaban dirigidas principalmente a enfatizar las diferencias biológicas entre los sexos y tenían como paradigma principal la búsqueda de espacios en la esfera política y económica de la sociedad. Sin ser análisis efectuados desde una perspectiva historiográfica, implicaban un cuestionamiento a la narrativa histórica tradicional y un rechazo a la construcción de la identidad del sujeto desde el positivismo como corriente de análisis e interpretación sociológica. En ese aspecto, el desarrollo de las luchas feministas durante la primera mitad del siglo XX, cuyas manifestaciones iniciales se ubicaban esencialmente en una corriente política, contribuyeron a que en diferentes campos del saber académico se comenzara a cuestionar las categorías de análisis históricos predominantes y que, entre las postrimerías de la década de 1970 y principios de los años de 1980, el género comenzara a utilizarse como una de las categorías de análisis esenciales en las investigaciones históricas acerca del trabajo. David Harlan, en “The Degradation of American History”, periodiza en varias etapas la historia de las luchas de la mujer por conquistar sus espacios. De una primera fase, en que las escritoras utilizaban las formas y valores culturales impuestos como nociones de identidad para la sociedad en general, se pasó a una etapa en la que se comenzó a asumir una visión crítica de la cultura dominante reclamando su espacio. Según Harlan, a esas etapas iniciales de búsqueda le siguió un período de creación de una estética femenina y posteriormente a una coexistían entre “realismo feminista, la protesta y el autoanálisis”. Hacia una genealogía de los estudios sobre la mujer Linda K. Kerber, en su ensayo “Gender”, traza, lo que podría denominarse como la genealogía de los estudios sobre la mujer y el género en Estados Unidos. Según la autora, los primeros estudios sobre la mujer fueron realizados en la década de 1920 por un grupo de mujeres estudiantes que ingresaron a los departamentos de historia de varias universidades. Como área de investigación, el tema fue silenciado e invisibilizado de universidades y casas editoras entre los años de la Depresión Económica de 1929 y mediados de 1960. Durante esos años, indica Kerber, la ideología de la virilidad y la armonía social, como fundamentos de la cultura, la economía y la familia tradicional se tradujeron en un desarraigo de la mujer como sujeto histórico en universidades y círculos académicos. Mientras en la academia, lo femenino entraba en un periodo de exclusión y olvido, fuera del ámbito académico, primordialmente en sectores políticos de izquierda influenciados por el marxismo, se mostraba interés en los debates sobre la mujer como protagonista histórica y parte consustancial de la relación entre las fuerzas económicas y el cambio histórico. Durante las décadas de 1960 y 1970, el desarrollo de luchas por los derechos civiles de los afroamericanos, las luchas sociales, y el surgimiento de nuevas tendencias historiográficas contribuyeron a imprimirle a las luchas feministas en y fuera de Estados Unidos nuevas dimensiones. Según Kerber, las perspectivas de análisis estuvieron influenciadas por académicas marxistas inglesas que trataban de establecer “la relación jerárquica del género”, la manifestación del patriarcado y los mecanismos de opresión presentes en el trabajo doméstico y en la producción fuera del ámbito familiar. Su influencia se dejó sentir en el movimiento feminista que emergió a fines de la década de 1960 como parte de una agenda de “reconstrucción histórica”, proveniente en parte, de la visión ideológica de la “nueva izquierda”, que utilizando el marxismo como teoría y método de análisis, trataba de establecer un vínculo entre “la opresión de la mujer y el capitalismo, el racismo y la represión sexual”. Según Jonathan M. Wiener, los trabajos académicos iniciales enfocados en los mecanismos de opresión y exclusión de las mujeres fueron rechazados por la academia tradicional y sus publicaciones tuvieron una aceptación limitada. De otra parte, el vínculo de la nueva izquierda con los primeros estudios sobre la mujer fue una edición especial del “Radical América”, publicado en 1970 dedicado a la liberación de la mujer. En 1971 publicaron “Women in American Society: An Historical Contribution”, escrito por Mari Jo Buhle, Ann G. Gordon y Nancy Schrom. Dicha monografía, indica Wiener, se consideró como una de las más importantes que se haya publicado en ese momento. Establecía un vínculo entre la historia de la mujer y el activismo feminista, que según Wiener, postulaba que el objetivo de la historia de la mujer era el “definir la especificad de opresión”. En otras experiencias históricas, como es el caso del movimiento feminista francés, algunas de sus primeras manifestaciones fueron el rechazo de la imagen creada acerca de la mujer y el uso de la palabra feminista como identidad de las mujeres que reivindicaban sus derechos. Uno de los debates desarrollados en esas primeras etapas del feminismo francés estuvo relacionado con la composición de sus organizaciones. Mientras un sector abogaba por organizaciones integradas exclusivamente por mujeres, otro proponía la creación de organizaciones heterogéneas por entender que toda reflexión acerca de la opresión de la mujer tenía que realizarse junto a los hombres. Según Anne Tristán, la intención de crear organizaciones en defensa de los derechos de la mujer en las cuales se aceptasen hombres significaba no comprender que “cada categoría de oprimidas tiene primero que realizar su propia lucha, al margen de sus opresores de hecho”. En esos debates, subsistía un planteamiento más amplio en el sentido de entender la emancipación de la mujer como parte de la lucha de los trabajadores por transformar sus condiciones de trabajo. Como resultado de los nuevos enfoques historiográficos que se desarrollaron durante la década de 1970 se comenzó a analizar la historia de la mujer tomando en consideración la relación hombre-mujer como expresión del dominio patriarcal, tanto en el ámbito familiar como en el trabajo asalariado. En ese contexto entre algunos historiadores se planteó la necesidad de construir un concepto que hiciera factible brindarle cohesión teórica a los estudios acerca de la mujer. Hasta entonces, los acercamientos a los estudios de la mujer se concentraban en reivindicar su identidad como parte de los proceses históricos y sus aportaciones a los mismos. Algunos de los trabajos históricos, proyectaban la mujer como parte de la “identidad nacional” y no desde la perspectiva de su redefinición. Por su parte, la historia del trabajo concentraba su atención en los estudios acerca de la clase obrera sin hacer distinción de raza o género, y focalizaban en las experiencias de los trabajadores antes y después de la industrialización. En 1978 Louise A. Tilly y Joan W. Scott publicaron el resultado de sus investigaciones sobre la incorporación de las mujeres al trabajo en Francia e Inglaterra entre los años de 1700 y 1950.15 Al ser un estudio comparativo entre dos naciones que tuvieron procesos históricos de industrialización diferentes, les permitió analizar el trabajo de la mujer en sus especificidades y determinar las características generales del mismo, lo que les permitiría, según las autoras, aplicar el método y la conceptualización utilizada a la historia del trabajo de las mujeres en otras experiencias históricas. Como historia del trabajo, concentraron en los sectores rurales y urbanos que incorporaban un gran número de mujeres en la actividad productiva: artesanos, campesinos, tenderos, trabajadores diestros y no diestros, y trabajadores manufactureros e industriales. Metodológicamente, la investigación está construida mediante el uso de fuentes documentales que les permite establecer correlaciones de carácter estadístico en un periodo de larga duración para determinar la correspondencia entre las transformaciones económicas, los cambios demográficos (natalidad, mortalidad) y la participación de las mujeres en la economía de Francia e Inglaterra durante el periodo estudiado. En su perspectiva teórica, la investigación se nutre de las aportaciones de estudios antropológicos, demográficos e históricos sobre la familia. La investigación permite redefinir y analizar, desde una perspectiva más amplia, conceptos tales como trabajo, salario, producción, reproducción de la fuerza de trabajo, mujer y familia. A partir de esos conceptos se discute y analiza el rol desempeñado por las mujeres como parte de las fuerzas productivas en el ámbito familiar y en la esfera pública entre la industrialización y el desarrollo económico de ambas naciones en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Según las autoras, tradicionalmente el trabajo se ha definido como la actividad productiva conducente a la producción de bienes para el consumo e intercambio en el mercado. Esa definición establece una relación directa entre el trabajo y el salario, dejando fuera de la misma el valor del trabajo domestico no pagado realizado por las mujeres en el espacio familiar que resulta indispensables para la reproducción de la fuerza de trabajo. A los efectos de diferenciar el trabajo asalariado del trabajo doméstico no asalariado, utilizan el concepto “actividad doméstica” para éste último. De cuerdo a las autoras, los modos de producción y la estructura familiar definen los patrones de producción y reproducción de las mujeres así como la función del trabajo doméstico en el contexto de la economía. Mientras en la economía rural los conceptos familia y doméstico eran utilizados para referirse al mismo entorno socioeconómico productivo, en la economía urbana y preindustrial, aunque los patrones de producción y consumo comenzaron a establecer entornos diferenciados, se mantenía la relación directa entre el taller para el trabajo artesanal y el hogar. En ambas formas de producción, el trabajo de las mujeres se consideraba parte consustancial de la producción social en sí. Con la industrialización, las percepciones acerca del trabajo doméstico, de lo mujer y lo familiar se transformaron. La industrialización, al implicar una transferencia de fuerza de trabajo del sector agrícola a la hacia la manufactura, el comercio y los servicios, y establecer una correlación directa entre trabajo y salario, excluyó el trabajo no asalariado de la mujer realizado en el ámbito doméstico y la reproducción como factores indispensables para la actividad económica de la sociedad. De igual modo, al incrementar el número de mujeres en la actividad manufacturera fuera del hogar, la importancia del trabajo de la mujer se analizaba, no en función de las necesidades del trabajo doméstico, sino en relación a la obtención de un salario para satisfacer las necesidades propias de la familia: For increasing numbers of women, as well, the essence of work was earning a wage. Since they were members of family wage economies, their work was defined not by the household labor needs, but by the household’s need for money, for money to pay for food and to meet other expenses, such as rent. Las transformaciones en las formas de producción y los empleos disponibles, además de incorporar fuerza de trabajo femenina en el trabajo manufacturero, tuvo un impacto directo en las nociones acerca de las relaciones hombre-mujer en el ámbito familiar y en el espacio público. En el caso de las hijas, según plantean Tilly y Scott, su incorporación en el mercado de empleo, ya fuese como sirvientas, costureras, o manufactureras, era vista por sus padres como mecanismo para aliviar la carga económica que representaba mantener una familia y una contribución al presupuesto familiar. Las hijas-trabajadoras que se mantenían residiendo en el hogar, transformaban sus nociones acerca de la familia. De hijas pasaban a ser contribuyentes al presupuesto familiar lo que le brindaba espacio para reclamar intervención en el uso del presupuesto. Cuando el empleo les requería residir fuera del hogar, estas pasaban a residir con otro núcleo familiar u hospedarse, la aportación resultaba esporádica o ninguna y se quebraban los lazos familiares tradicionales. Por otro lado, al ser trabajos estacionales o de corta duración, estas trataban de conseguir otros empleos, de no conseguirlos se veían expuestas al acoso sexual de que eran víctima las mujeres en las ciudades y zonas manufactureras. El proceso de incorporación de las mujeres como fuerza de trabajo asalariada y la transformación de la familia en una unidad económica para el trabajo y el consumo se fortaleció durante el siglo XX, y la “división del trabajo doméstico” se definió más claramente: Husband and unmarried children were family wage earners, wife devoted most of their time to child care and household management. Wives continued, however, to work sporadically in order to earn wages to help raise the family’s level of consumption. La investigación realizada por Louise A. Tilly y Joan W. Scott contribuyó decisivamente a transformar el campo de la investigación histórica relacionada con el trabajo y la formación de la clase obrera. De unas nociones en que la clase como categoría analítica se utilizaba para explicar el carácter de las contradicciones entre el capital y el trabajo, se comienza a estudiar tanto el proceso productivo como la composición de la fuerza de trabajo tomando en consideración los factores demográficos, la estructura familiar como unidad económica y la relación entre el trabajo asalariado y no asalariado. Ese enfoque permitió analizar las condiciones que incidieron en la incorporación de la mujer a la producción, su importancia para el proceso productivo en su conjunto y trazó pautas para construir nuevas categorías para el análisis histórico. La historia del trabajo reconstruida en una perspectiva de género permite analizar la composición de la fuerza humana de trabajo, las relaciones sociales de producción, las clases sociales y las formas de producción en contextos históricos específicos tomando en consideración las formas en que se estructuran relaciones sociales entre los hombres y las mujeres en los espacios públicos y privados, así como las nociones ideológicas, jurídicas y políticas construidas para definir el rol de las personas en la sociedad. El autor es historiador Para ver la segunda parte de este texto visite: https://dialogo-test.upr.edu/es/dialogico/2010/03/conquistas-luchas-feministas-reconstruccion-historia-trabajo-ii