Un ave de ébano aterriza directo en mi parabrisas. Dos segundos después, aparece un sorpresivo homenaje póstumo para Robin. Como una señal misteriosa a lo Hitchcock, la realidad mediática me enfrenta con la fantasía fílmica. Hace mucho tiempo no enseñamos los incisivos, a “lo Williams”.
No sólo nos hizo reír: nos sanó con la nariz roja de Patch Adams y nos educó de una forma poco ortodoxa, con su “Oh Captain! My Captain!” Como Dante, nos transportó al balance cíclico de la Tierra e incluso al infierno, por el amor y por las almas gemelas. Nos enseñó a creer en una tripleta de deseos como Genio y en el poder (bicentenario) de los milagros.
Más allá de los asuntos inherentes al tipo, color, textura, cantidad, razones, mitos y suposiciones, me interesa más la rima asonante de este “necropoema”: la aún ignorada y subestimada depresión. Mientras tanto, ¿cómo se maneja a este mal llamado “cuervo negro” en Puerto Rico?
“Eso solamente se quita rezando, declara tu milagro”, responde la pastora nesciente a la joven que solloza silente, quien desconoce las implicaciones del concepto “síntomas neurovegetativos”.
“Utilicemos un diagnóstico falso como excusa para remover a un menor”, susurra el licenciado antiético a su defendido maltratante, mientras se entreteje todo un caso de falsedades y ataques personalistas.
“Si es colega y lo posee, se tiene que enterar hasta el gato”, susurra el expertito abusador de poder, quien olvida que en su “récord vitae” aparecen peores diagnósticos y aún se atreve a tirar la piedra.
“Esa poca vergüenza se te quita alegrándote, o poniéndote a hacer algo”, le dijo la madre de genes tristes al adolescente en riesgo.
“No sólo de pastillas vive el hombre”, debate el psicólogo experto con el psiquiatra “farmacéutico”. Tiene razón: cada caso es distinto.
¿Qué hay sobre los que aún etiquetan para referirse a otros (incluso en la misma profesión de la conducta, hecho vergonzoso), de los que desconocen el concepto “síntomas neurovegetativos”, de los que piensan que se trata de una cuestión "divina" (al olvidar los aspectos genéticos o ambientales) o los que utilizan los diagnósticos inventados como excusa legal para reconstruir una historia que ataque al inocente?
Si la tristeza y el suicidio presentes en el filme Dead Poets Society estuvieron justificados en su argumento (con todo y la corona de teatrero, esa que nos ponemos muchos como actores, algunos incluso ante el poco aprecio familiar al arte –como en el filme– o de las pérdidas económicas del camino “no certero”), imagínense en la situación de Don Williams: una creciente de río puede ser más fuerte que un águila calzada.
El poema de la vida tiene métricas misteriosas. Ya lo dijo el mismo Robin en los poetas muertos: “la poesía no tiene ni estructuras, ni normas”. Carpe diem, no juzguemos y vivamos el momento: todavía nos queda mucho por descubrir en torno a la vida detrás de la vida. Incluso, ¿qué es la muerte? Un gran soneto.
No etiquetes, ni supongas: Incluso Robin –con risas, en versos, desde el Cielo colorido de What Dreams May Come– planeará por el firmamento. Su legado yace eterno.
Hemos perdido a un gran Poeta y no se fue su culpa. ¡Eduquémonos!: Dios sí se apiada de las almas “negras”.
El autor es psicólogo y actor colegiado.