El secuestro y asesinato de los periodistas James Foley y Steven Sotloff da pie a esta reflexión sobre el ejercicio del periodismo y la utilización de periodistas como objeto de trueque en la arena política.
En apenas dos semanas, el grupo del Estado Islámico de Irak y el Levante (mejor conocido como ISIS, por sus siglas en inglés), aterrorizó al mundo con la publicación de vídeos (y la promesa de más) mostrando la decapitación de dos periodistas estadounidenses secuestrados en diferentes momentos mientras cubrían la guerra de Siria.
“La decapitación en cámara en un periodo de dos semanas, primero de James Foley y luego de Steven Sotloff, aparenta ser la aceleración de un patrón —que data al menos desde la muerte de Daniel Pearl en el 2002— de los grupos criminales e insurgentes exhibiendo los asesinatos de periodistas para enviar un mensaje más amplio de terror,” explicó en un artículo Frank Smyth, asesor de seguridad delCommittee to Protect Journalists.
El acto de terror público sirve para crear y convencer a los miembros de un grupo (en este caso los ciudadanos de occidente), del supuesto poder absoluto de los verdugos. Según Elaine Scarry en su libro The Body in Pain, cuando la tortura se realiza como un espectáculo, el dolor ajeno se vuelve un mecanismo de advertencia e intimidación para los espectadores. Da igual ver o no los vídeos; con solo saber que existen se produce el efecto.
Cientos de periodistas en zonas de conflicto son apresados, asesinados o desaparecidos casi a diario. En lo que va del año, 50 reporteros y 16 de los llamados periodistas ciudadanos han caído en nombre de la información, según la organización Reporteros sin Fronteras. Sin embargo, es el acto de grabar y difundir la muerte lo que crea un espectáculo de terror que las redes sociales y una cultura entretenida por la morbosidad difunden rápidamente.
La difusión masiva e inmediata de los vídeos, que cuentan con millones de visitas en YouTube, también respondió a quienes eran los decapitados: Foley y Sotloff, dos periodistas estadounidenses, occidentales, dos de “nosotros”. Su ultraje provocó una reacción; fuera terror, morbo, furia o curiosidad, nos tocaron. Ahora nos importa.
Más de 190 mil personas han perdido la vida en la guerra civil de Siria desde el 2011, según datos de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Las muertes de cientos de niños, mujeres y hombres, y la ejecución de soldados sirios también se han hecho visibles en los medios de comunicación, pero las muertes de los “otros” no provocan el mismo impacto que la muerte de los “nuestros”. Pareciera que algunas vidas valen más que otras, al menos políticamente.
Los periodistas como blanco político
Los reporteros que se dedican a cruzar fronteras suelen desarrollar una sensibilidad particular para adentrarse en la cultura y vida de comunidades ajenas. Pero aún si logran trascender con su labor los límites imaginarios de la religión y las naciones, nada garantiza que el resto del mundo olvide las suyas.
Desde el inicio de la llamada “guerra contra el terrorismo”, para los grupos insurgentes en Medio Oriente los periodistas se han convertido en una representación tangible del país opositor. Tal como los Estados Unidos demonizó a todos los musulmanes sin distinción, todos los periodistas son percibidos como parte del enemigo, “espías” protegidos bajo el estandarte de la libertad de prensa. Así justifican la violación del derecho humano que protege la libertad de expresión e información de los medios, y el derecho de las personas a obtener información precisa y crítica respecto a las acciones de aquellos en el poder.
Sin embargo, la desconfianza hacia los medios globales no es del todo infundada. Las comunicaciones a nivel internacional han sido criticadas por el predominio de los medios noticiosos occidentales, la amenaza del imperialismo cultural y la cobertura distorsionada de las naciones en desarrollo, según señala un informe del Consejo Internacional de Políticas sobre Derechos Humanos.
La cobertura distorsionada es producto de las agendas políticas de algunos medios, y de la interferencia de los gobiernos que intentan controlar o influir las historias donde ellos son los perpetradores, y manejar la información que afecta a otros estados, tanto aliados como enemigos.
Los medios informativos son un arma de doble filo. Por un lado, pueden cumplir con una función informativa, y tienen el potencial para romper barreras entre opositores. Por el otro, quienes tienen el control sobre ellos pueden manipular la percepción del conflicto y del “otro”. Deshumanizar al enemigo —decir que es malo, bárbaro, cruel y peligroso— es más fácil que enfrentarlo como igual.
Periodismo de riesgo
En un momento donde muchas agencias noticiosas enfrentan grandes recortes en sus finanzas, los reporteros se lanzan a zonas hostiles sin contar con todas las herramientas necesarias y el apoyo constante de alguna organización. Los periodistas independientes en particular, como Foley y Sotloff, se ven en la necesidad de trabajar prácticamente solos, convirtiéndose en blanco fácil para cualquier bando.
Los corresponsales de guerra caminan sobre arena movediza, atrapados, en palabras de Smyth, entre “la amenaza de un ataque violento por un lado y la presión de la censura o las acusaciones del otro”. Aun así, miles de reporteros asumen la responsabilidad de intentar llenar el vacío de información, conscientes de que con ello entregan su vida.
La autora es estudiante de Periodismo en la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico.