Al igual que existen muchas formas de ver y sentir la vida, también existen otras maneras de disfrutar un viaje. Para mí, el viaje es aquel que nunca termina, que de nada más empezar ya me va dejando huellas indelebles en mi cabeza y nunca más vuelvo a ser como antes.
Tampoco existen los viajes decepcionantes, pues hay que verlo como una oportunidad de aprender, de sentir, y al final, acumular esa experiencia viajera que nos marcará el resto de nuestra vida. Porque no es igual contarlo a que te lo cuenten. Y porque a veces, un viaje para muchas personas es como el despegue del avión desde la pista, donde las luces verdes señalizan la dirección que el avión debe tomar en línea recta para tener un buen despegue.
Pero como he dicho, viajar es quizás algo más que conocer un lugar, su gente y su cultura. Viajar es conocernos a nosotros mismos, nuestras capacidades mentales y físicas, también conocer a nuestro compañero/a de viaje, disfrutar la experiencia y dibujar en nuestro mundo imaginario cada momento compartido. Como también se deben compartir esas experiencias con nuestro entorno social. Y cuando se comparte, hay que saber cómo contar las cosas.
Por ejemplo, en la India no existe el libertinaje que cada uno hace lo que quiere. Y no por encontrarnos con un choque cultural desde nuestra perspectiva ética y etnocentrista, podemos hacer una comparación entre nuestra cultura y la que estamos observando. Más bien existe un relativismo cultural; “cada cosa está donde tiene que estar”. Porque el caos que nos podemos encontrar en la India, no es igual a desastre, sino que responde a un estilo de organización social, que está estrechamente relacionado con sus parámetros culturales. Esto hace que ese lugar sea algo bello desde la mirada antropológica.
Puede que al principio, un viaje se realice por placer, por distracción, por curiosidad, por poder contar algo más, por hacer algo distinto a lo rutinario, por ver aquello que alguien nos ha contado, o por un sinfín de motivos que cada uno/a interpretará en esos momentos, pero estoy convencido, que ese hecho social se recordará a lo largo de su vida.
Desde el viaje común hasta el viaje antropológico, existen parámetros fundamentales que se debería saber y reflejarse en las guías de viajes. Incluso las agencias de viajes deberían explicar a sus clientes, antes de emprender un viaje, lo que se necesita saber del lugar, de su gente; algo que no siempre ocurre y al final llegan los percances.
El viajero común podría ser cualquiera de nosotros, pero como antropólogo, habría que diferenciar que no debería ser así. Sobre todo cuando te conviertes en un antropólogo empedernido que se pasa todo el tiempo analizando el entorno social. Al principio surgen quiebras epistemológicas, extrañamiento del lugar, de sus habitantes, de su cultura. Por ello, hay que saber observar, cómo hacerlo, cómo aplicar las técnicas, cómo analizar la realidad social, cómo relativizar la cultura o el posible choque cultural, y sobre todo, como llegar a comprender nuestro mundo. Porque viajar es algo más tomarse unos días de descanso, ¡es aprender a aprehender!
Y al final, sin quererlo, empiezas a ver la vida desde un punto de inflexión temporal, un viaje con un comienzo y un final, siendo otro viaje más cada acto que realizamos mientras existimos. Porque a pesar de que la antropología no es un arma de futuro laboral, forma parte de una escuela primitiva, que se ha desarrollado en el tiempo y ha llegado hasta nuestros días. Y mientras los seres humanos estén sobre la tierra, la antropología seguirá siendo la ciencia que nos estudie, que nos aporte esa luz de energía para comprender nuestros actos, transformarnos, evolucionarnos, y seguir mirando nuestro planeta como un compendio, como un todo infinito que seguramente repetiremos.