
Desde hace algunas semanas llevamos estrenando primer mandatario nuevo, tanto en la isla como en Estados Unidos. A pesar que ambos fueron inaugurados con toda la pompa y la cobertura mediática que caracteriza a esa actividad, el contraste entre ambos es obvio; mientras uno mueve y congrega montañas, el otro se queda en su colina color azul sangre. Me topé ayer con unas cuantas expresiones que realizó el recién inaugurado estadista que, como es lo usual, me molestan porque buscan confundir. Nos pidió lo siguiente: “…que despiertes en tu corazón ese heroico espíritu de generosidad y desprendimiento, de empeño y de lucha, de solidaridad y superación que caracteriza al puertorriqueño en tiempo de adversidad. Según él “lo que celebramos hoy es nuestra propia capacidad de soñar, esperanzados en un futuro mejor. Lo que celebramos hoy, en fin, es nuestro derecho a la esperanza” De seguro no se inventó el discurso; de seguro se le pegó de alguien. Lo habrá traído de la calle, como quien dice; siendo su calle, claro está, una de las suntuosas y protegidas por control de acceso. Fuera de sus verjas, está la otra calle, una abatida recepción de mensajería críptica, donde a diario la palabrería recibida disimula su contenido real. Ambos, el “hay que tener fe” y el “ten cuidado que la calle está mala” decoran el único altar en la abatida solamente después de haber recorrido por separado la mente y la lengua estratega en la suntuosa. No es de extrañar que repetición tras repetición uno pueda llegar a equivocar la esperanza y el temor entre sí, como me sucedió a mí. Me hace mucho sentido ver la esperanza como la mano que sujetábamos de niños por miedo a perdernos. Ciertamente el semblante paterno, con su atractiva elasticidad gestual y sus vibraciones vocales a descifrar, sirvió de albergue a nuestras atenciones iniciales, a la par que modificaba y validaba cada caótica hipótesis preconceptual en nuestras cabecitas. Fuimos así entendiendo el mundo. Pero con los primeros pasos llegó la mano, aquella quien brindó, por primera vez, la ilusión de independencia, una forma de voluntad propia bajo control ¡Vaya “rush” enérgico! Dar unos cuantos pasitos era equiparable al entero de inmediatez que hoy día la tecnología otorga. Un sólo sorbo de velocidad nos valió para renunciar de lleno a la cara. Le perdimos el rastro así como el interés; nos dejó de importar si la mano que agarrábamos le pertenecía a su respectiva cara. Pero no importó. Entronamos la mano, ya era nuestro suculento fetiche ¿Para qué romperse la cabeza pendientes a la impenetrable complejidad facial? Lo teníamos claro: la mano era el intelecto y nosotros sus centrífugos. Nuestra independencia continúa siendo aparente. Aún más que antes, diría, pues su influencia, más que directa y táctil, es a control remoto. Tal parece ser nos rehusamos a dejar de sujetar la mano o, en todo caso, se rehúsa ella a soltarnos. – “¡Clase e’ revolú! Y bai-degüei, ¿qué de malo hay en tener un poquito de esperanza?”- me gritó una voz anónima, probablemente desde algún balcón contiguo.- – “¡Mala mía, es que padezco de equivocación crónica…se me hace difícil distinguir las palabras y por eso me estoy aplicando este remedio casero!” No me había dado cuenta que hablaba en voz alta. Hablaré más bajo, pero no callaré, pues si lo hago corro el riesgo de que entre el pelotón. Sí, una infantería ilusoria comandada por el wishful thinking y compuesto por el “ojalá”, el “con el favor de Dios y la Virgen” o hasta con un inesperado “con la bendición de Anibal”, parece colocarse a nuestra disposición. Nos otorga el lenguaje como ente protector que nos facilita el desplazo para no tener que movernos por cuenta propia. Ciertamente nos sirve…¡y nos gusta! nos conciente, nos encapricha. Por ejemplo, hay quien no tiene pero a la vez “tiene” y hay quien multiplica su poder y dice: “lo tengo bajo mi posesión” ¡Válgame poder… y tan fácil! Por medio de incursiones lingüísticas como éstas la esperanza se adentra a dominar al esperanzado, perpetuando el eterno mantén con sólo unas cuantas migajas discursivas. Cierto es el refrán “la esperanza es el pan de los pobres” y parece que ahora nos la hemos de merecer más que antes pues, según Fortuño, es nuestro “derecho”. ¡Sigamos, pues, comprándole indulgencias! Comprémosle la complacencia que nos ofrece su factoría de ideas ¿Cómo nos vemos a nosotros mismos al hacerlo? ¿Como el importante “héroe” del que Fortuño habla o como un mero espectador/consumidor recibegalletas de la vida? “Los administradores de la Esperanza” son aquellos que hacen de su propaganda nuestro credo y, mientras divinizamos su producto, aprovechan la ocasión para vestirnos y calzarnos de “virtud heroica” y colocarnos frente a la otredad temible del mes, a la Némesis de la temporada. Por tal razón, mientras nazcan nuevas esperanzas nacerán nuevos temores y continuará así hasta que tomemos la iniciativa y la independencia de mirar denuevo la cara; reconectar, ¡por fin!, nuestros cinco sentidos al mundo natural. Señor mandatario, ese es el primero y el último derecho en el que creo, el único en el que el contexto vital encuentra la armonía que tanto necesita…y fíjese, ¡no se lo pido a usted porque no le pertenece a su calle! – “Socio, te voy a zumbar un remedio casero bien duro en la cara si no haces que el tuyo funcione, canto e…”