Palmas, San Juan y Él. Caminaba con prisa mirando los adoquines de la capital, el ruido de la muchedumbre nubló mi audición, mas no mi visión. En una esquina donde la luz de los quioscos limosneaba claridad, me encontré con su mirada azulada. Sentí miedo, curiosidad, pero me acerqué e inicié mi travesía por la vida de John.
Las hojas de palmas abanicaban su alrededor como si fuera un rey y ellas, sus sirvientes. Sentado en su trono, una silla de ruedas deteriorada y un andador a su lado, John repetía su estribillo con terquedad: “grasshoppers, saltamontes, angel fish, roses, ants and baskets”. Contemplé con admiración su creación hecha de pencas de palmas. Los precios de sus obras de arte no estaban al alcance de los dos dólares que tenía en mi cartera, pero su vida sería mía con tan sólo una pregunta.
Cabellera rubia, ojos azules, idioma inglés, ¿romperé la barrera del idioma? Mi lengua pronunció las palabras que me acercarían al rey de las palmas: ¿Sabe usted español? Él me contestó con una sonrisa blanca, resplandeciente y repleta de dientes: ¡Claro, yo hablar bien el español! -¡Qué maravilla! -pensé-no tendré que pulsear con “el difícil” hoy. “Muévete of the front”, me dijo John para que no opacara su negocio, una caja de cartón donde exponía su obra. Sin más demoras, él me abrió su caja de Pandora y dentro de su aparente hermetismo, descubrí sus secretos. Americano, sin duda, de Massachusetts especificó, pero su llegada a Borinquen fue en el año 1984 cuando sólo tenía 14 años.
El padre de John trajo a su familia de nueve hijos para trabajar como ingeniero electrónico en el Observatorio de Arecibo. Pensé por un momento que era muy educado porque su excelente dicción en inglés opacaba su maltrecho español. No me equivoqué, John estudió arte y escultura en “The Art Institute of Fort Lauderdale” y, además, era todo un cosmopolita, viajó a Costa Rica, Tahití, Guam, Hawaii y Miami para practicar su arte
Un mundo de contradicciones era del John: un artista inteligente, pero con aspecto precario; 40 años de edad, pero con apariencia senil; un rincón oscuro para su arte y uno iluminado para los artesanos que se encontraban a pasos de su exposición; una vida alejada de lo moderno y relegada a trabajar con palmas, ¡pero tenía Facebook! Sentí que no sabía nada de él todavía, pues su mirada altiva buscaba intimidarme y mostrarme su orgullo.
Entonces, mi alocución con él fue interrumpida por su amiga Jenny, y no precisamente la de Forrest Gump, aunque ella también estuvo en Woodstock en el año 1969. Americana también, trabajaba de mesera en el bar que quedaba frente al quiosco de cartón de John. Jenny estaba ya en sus 60, su pelo era rizado y no sabía ni pizca de español. Me vi obligaba a preguntarle, por insistencia de John, cómo fue su vida como “hippie” y me dijo que vestía de blanco, viajaba todo Estados Unidos en su van y como cualquier verdadero “hippie”, en su vida no faltó el ácido y la marihuana. Jenny se retiró a su trabajo y aumentaron mis ansias por conocer más de ese ser misterioso, que con manos hinchadas creaba minuciosamente saltamontes de palmas y cuyos pies descalzos abandonaban continuamente sus zapatos por aparente molestia.
“Grasshoppers, saltamontes, roses, angel fish, ants and baskets”, repetía John con voz imponente, parecía ser que mi compañía le empezaba a incomodar. Quise abundar sobre su vida familiar y con sequedad me dijo que tenía tres hijos y dos ex-esposas, “nothing interesante”. Noté que sus ojos entristecieron al hablar del momento más difícil de su vida: su divorcio; y sin pestañar, me miró con desafío y me dijo “too personal”. No quise preguntar más, pues donde manda capitán, no manda marinero. Mientras, John, nervioso, se quitó la caja de perlas de su boca y las colocó en sus manos para limpiarlas con sus dedos y una penca de palma. No me atreví preguntarle cómo había perdido su dentadura. Hubo un silencio momentáneo, se acercaron dos turistas, una oriental y una americana, y le pidieron 8 saltamontes. Con amabilidad, comenzó a preparar las obras que le brindaban el sustento de cada día. Sentía que lo importunaba, así que cuando se fueron las turistas, me armé de valor y le hice la última pregunta: con qué canción se identificaba.
Mientras se acomodaba nuevamente su caja de dientes con la lengua, me dijo que le gustaba la canción Captain Jack de Billy Joel porque relataba diferentes momentos de la vida. Sentí urgencia por conocer el significado de la canción y le agradecí a John su plática. “No problema” me contestó con su sonrisa blanca y resplandeciente de dientes falsos. Me apresuré, me monté en mi carro, llegué a mi casa y busqué la canción favorita de John. “But Capitan Jack will get you high tonight and take you to your special island”, era el coro de la canción y trataba de un joven rico que se rebela ante sus padres, pero el Captain Jack le hacía olvidar sus problemas. Las piezas del rompecabezas se armaron por sí solas con duda y pronto recordé que la caja de cartón del negocio de John tenía el símbolo del Municipio de San Juan al revés, tal vez como su vida.