i.
Mi fe en el sistema de justicia local está en que no me pillen —que nunca tenga que comparecer ante el juzgador con mi libertad en juego. Por lo demás, sospecho del funcionamiento de los tribunales en lo que concierne acceso, representación y tratamiento de la diversidad de acusados, y razonabilidad del remedio. Mi fe, por tanto, nace de mi renuencia a basar mi opinión de todo un sistema —en extremo responsivo a la ideología dominante en el País, y por ende culpable de la perpetuación de patrones de desigualdad social— en el resultado de un solo juicio.
Casellas culpable. Chévere. No esperé el veredicto en las afueras del tribunal. No lo celebro. Mi fe en la posibilidad de justicia social en Puerto Rico no surge de la certeza o la severidad del castigo. ¿Qué digo? El que la hace la paga, sobre todo si pudo pagar cuatro millones de fianza. ¿Qué digo? ¡El hijo del juez está preso! ¿Cuán mal, tú crees, la pasará un guaynabito en la prisión de Bayamón? Apostemos. ¿Qué hago? Ante las maquinaciones perversas de mi cabeza, necesito restablecer ¿mi fe o mi renuencia? Por un lado, me niego a creer que la celebración del veredicto entre diversos sectores de la población es producto puro de una cultura generalizada del castigo en Puerto Rico. Se articula en la alegría, me parece, una indignación propia de la lucha de clases. Por otro, me gustaría creer que será posible articular esa indignación en contextos de oposición política.
¿Qué se repudia más en Puerto Rico: la oposición política o el asesinato? No hay nada político en la muerte de una mujer. ¿Qué digo? La violencia contra las mujeres es sistémica. Es parte esencial del currículo escondido que establece una política educativa carente de perspectiva de género. De paso, los tribunales son escuelitas también. ¿Qué digo? Que el sistema de justicia no necesita de nuestra fe. Necesita de nuestra crítica y sospecha.
Casellas culpable. Chévere. Ahora qué hacemos para hacer justicia.
ii.
¿Qué asesino convicto es más detestable: Pablo Casellas o Alexis Candelario? ¿Qué jurado estará más al garete: el único individuo que optó por no responsabilizar a Casellas del asesinato de su esposa o la solitaria mujer que se rehusó a condenar a Candelario a muerte?
En atención a la primera pregunta, cuatro más: ¿Por qué Casellas nunca ha servido de vivo ejemplo de la supuesta crisis de valores en la sociedad puertorriqueña? ¿Por qué los hijos de juez aún somos vistos como niños bien en lugar de sospechosos a priori, a partir de nuestra crianza, nuestro contacto previo con armas de fuego, autoritarismo, macharranería, racismo, etcétera? ¿Cuánta gente de Torrimar se sentó a la mesa con Pablo previo a su arresto? ¿Cuánta se hubiese sentado con Candelario aunque el hombre se hubiera dedicado a la sanación de enfermos en lugar del narcotráfico?
En atención a la segunda pregunta, sólo una observación: disentir en Puerto Rico es una tarea híper-arriesgada, incluso en espacios donde la ley necesita y por tanto exige de los ciudadanos que piensen por ellos mismos.
Cuando me toca pensar acerca de los procesos judiciales en mi País, cuento los jueces y abogados con los que me senté a la mesa durante mi niñez, recuerdo que en la casa donde me crié había un revolver encima de la nevera, otro debajo de la cama de mis padres. Hablo de mí. Y sospecho que de Casellas también. De Candelario sólo sé lo que leí en la prensa cuando su juicio y condena. Aquí, entre líneas, hay un comentario sobre la administración de la justicia en Puerto Rico: la historia de la justicia en Puerto Rico se escribe sobre topes de mesa en espacios íntimos, privados, donde sólo los jueces y los hijos de jueces son invitados a pasar y sentarse.
Pregunto: ¿Hay algo más detestable que eso?
El autor es escritor y profesor universitario. El texto anterior fue publicado originalmente en su blog Empty Lots.