Confiada de conseguir en la mayor brevedad posible una certificación de no deuda y una radicación de planillas en el Departamento de Hacienda me dirigí a la colecturía más cercana. Esperé paciente una hora en una fila que no se movía, pues sólo había un empleado atendiendo y el sistema se había caído. “Parece ser que Fortuño ya pasó por aquí con su ola de despidos, porque hay un solo empleado en el counter”, murmuraba un señor inquieto que caminaba de lado a lado. Otros conversaban sobre diferentes temas, mientras el tiempo pasaba lento en aquella interminable fila. Yo por mi parte observaba aquellas empleadas que salían de diferentes oficinas a modelar sus uniformes y peinados o a compartir el comentario del día irónicamente frente a nosotros que necesitábamos de sus servicios. ¿Será este el modus operandi en cada una de nuestras agencias?, me cuestionaba. Una joven bastante molesta al ver la pasarela comentó en alta voz: “Después se quejan que se ponga en vigor la Ley 7, cuando este Gobierno está lleno de empleados que solamente vegetan”. Media hora más tarde, subió el sistema y cuando pude llegar al área de información para realizar mi gestión, el funcionario me comunica que mi transacción tenía que hacerla en el segundo piso. Subí con mis tacos lo más rápido que pude y cuando llegué a la Oficina del Servicio al Contribuyente, le solicité a la secretaria los documentos, a lo que ella me contestó: “Ay joven, levántese mañana tempranito a ver si llega a los 50, porque usted lo que necesita es una negativa. Tome este papel para que mañana no tenga que hacer tanto turno”. Yo ni tenía noción de lo que me decía y le insistí que me diera la certificación de no deuda. Pero ella me aclaró que se había vuelto a caer el sistema y que por hoy no me atendería. Por eso me levanté al otro día a las 5:30 de la mañana, me aseé lo más rápido que pude y salí como alma que lleva al diablo rumbo al Departamento de Hacienda con la idea de conseguir la certificación y poder caer en la lista de los 50 turnos para llenar el Formulario SC 2781 de la negativa que me exime de rendir planillas. Desde la calle #2 se veía el bonche de gente que había montado sus casetas de campaña para amanecerse frente a las puertas de la agencia con tal de ser los primeros en ser atendidos. Unos para reclamar su reembolso, otros para pagar multas y los demás para llenar las planillas que no habían rendido hace años. Estos últimos hacían la fila calladitos, pues no querían que nadie se enterara de su deuda contributiva. Eran las 7:00 a.m. y todavía no había conseguido estacionamiento. El candente sol me cegaba la vista y el tapón ni se movía. Lo peor de todo era que tenía la confianza de que mi gestión sólo tomaría unos pocos minutos, pues llevaba conmigo el papel que decía: “Hizo turno”. ¡Qué equivocada estaba! Pregunté a una mujer dónde estaba la lista del formulario. “Allí en la puerta, anótese señorita”, me contestó una señora un tanto amargada, dándome una primicia de las actitudes que recibiría en el día. Escurriéndome entre la gente llegué hasta el papel logrando por suerte conseguir el número 47. Esperé aproximadamente unos 30 minutos y una vez abrieron las puertas, nos dirigimos todos al segundo piso como caballos del Hipódromo corriendo hacia la meta. Fue curioso ver las caras enojadas de aquellas personas que estuvieron haciendo fila desde las cinco de la mañana, ante el comentario jocoso de un oficial simpaticón que nos recibió diciendo: “¡Buenos días! Así es que se empieza el día. Quiero ver sonrisitas. Denme todos una sonrisita”. Era todo un espectáculo. Un niño inquieto; una madre desesperada; varios ancianos bostezando y yo pensando llegar temprano al trabajo. El guardia seguía con su sentido de humor comentado: “Los que estén mal estacionados muevan sus carros, porque los policías dan cupones y no son de comida”. Acto seguido tomó la lista y comenzó a llamar a los presentes percatándose que el orden numérico había sido alterado. “Número 17, número 14, número 15, número 16, número 17”, gritaba el agente. Parece ser que unos listillos que no habían madrugado pretendían ser parte del grupo de los 50. Suena de forma estridente el teléfono del escritorio y el oficial contesta: “Dígame jefecita”. Y luego al colgar, nos comenta: “Parece que hoy sí quieren trabajar las chicas”. ¿Qué quiso decir este guardia? ¿Realmente el trabajo en Hacienda es una eterna pasarela? De momento se escucha una señora que dice: “Esta gente está del c$%@*#, no atienden a uno”. A lo que otra le contesta: “Bueno, pero horita fui al baño y escuché a una empleada llorando porque la habían botado”. “Quizás a esa la botaron cuando se enteraron que le estaba cobrando a mi padre que está muerto hace 39 años”, expresó un hombre. Y otro le contesta: “No, es que Fortuño quiere sacar dinero hasta debajo de la tierra’. Cansada de tanto cuchicheo, comentarios necios y sin fundamentos, voy donde el guardia y le digo: “¿Y este papel de qué me sirve? Yo hice turno ayer”. Luego de cuatro horas, el guardia me comenta: “Pero jovencita, usted no tenía que hacer turno. Suba al tercer piso y solicite los documentos”. Aunque un poco airada, me dio alivio saber que después de cuatro horas, mi espera había culminado. Voy de nuevo donde la pasmosa secretaria del día anterior que gracias a Dios se acordó de mi rostro. Me hizo pasar a otra oficina donde un señor me dijo: “Lourdes, firme aquí y aquí y eso es todo”. No podía creer que estuve con ese empleado sólo un minuto. Por eso, amigo lector, en esta crónica te sugiero, que cuando de Hacienda tú necesites, ármate de mucha paciencia y baja a todos los santos del Cielo, pues ir a esta agencia es una odisea. Además, infórmate de los documentos que realmente necesitas, pues el famoso formulario de la Negativa que los empleados de Hacienda me obligaron a gestionar durante dos días, de nada me servía.