Es muy anómalo que un periodista se encuentre justamente en la circunstancia precisa de algo que sea digno del tedio de la escritura. Por lo general, sucede lo contrario: se va al lugar, se ve lo que acontece y se cuenta.
Todo depende, además, de cómo el periodista vea el mundo: de leer los detalles que, para otros, podrían pasar por desapercibidos.
En mi caso, la circunstancia fue la siguiente: la de un periodista que iría a la Escuela de Derecho, un viernes a las 7:00 de la noche, a escuchar hablar a un escritor, Eduardo Lalo, y ver qué podría decirles a los estudiantes miembros del Volumen 85 de la Revista Jurídica un intelectual que para muchos allí está —parafraseando a Pierre Bourdieu— “al exterior del campo jurídico”.
Ahora bien, lo preciso fue esto: que el exgobernador Rafael Hernández Colón se sentara justo frente a mí. Al inicio parecería pura casualidad. Al final se convertiría en una de las causalidades de esta columna.
Este es el párrafo introductorio que Lalo dijo allí y que no se encuentra en el texto publicado en 80 grados:
“Desde siempre, en mis libros y en mis intervenciones, yo he tratado de ir en contra de una muy mala costumbre que yo creo que sufrimos en nuestro país, que por un lado se expresa en la idea celebratoria de que siempre tenemos que celebrar algo. La mayor parte de las veces, en un país como Puerto Rico, hay muy poco que celebrar, y celebrar en el contexto muchas veces de actos como estos es una forma de no decir nada, de dejar las cosas vacías. En ese sentido, lo que quiero leerles hoy es una reflexión que se titula, ya verán por qué, La herencia de Tersites, y espero que esta sea un intento de decir palabras llenas en un país que está tan lleno de palabras vacías”.
En un país que hay muy poco que celebrar, consideremos otros actos reprochables:
La Junta Editora del Volumen 85 de la Revista Jurídica está compuesta por hombres. El 55% de la clase de Derecho que entró en agosto está compuesta por mujeres. Es decir, paradigmas de la Ilustración.
Rafael Hernández Colón no aplaudió cuando Eduardo Lalo abogó, una vez más, por la excarcelación de Oscar López Rivera. Es decir, paradigmas del coloniaje.
La decana de la Escuela de Derecho, Vivian Neptune, se acercó al exgobernador para disculparse por lo que (le) dijo Lalo allí:
- Que era un abogado-político.
- Que sus textos legales eran claustrofóbicos, donde la política se consustanciaba con la ley.
- Que “partían estos artículos de una posición autocomplaciente, en la que se desechaba cualquier disidencia, como si se estuviera en una conferencia de prensa en el Palacio de Santa Catalina y se optara por no contestar la pregunta a un periodista”.
- Que el Estado Libre Asociado no existe, porque nadie lo reconoce (o en todo caso, solo el exgobernador en su cámara anecoica).
- Que Hernández Colón es ejemplo del abogado-político que convierte la práctica constitucionalista en “ejercicios de ocultamiento y autoengaño”. Es ejemplo también del vicio mayor de la abogacía, “que consiste en proferir palabras para ocultar hechos, en invocar la ley para que no se vea la verdad”.
Entonces la decana va a disculparse –¿a nombre de quién o por quiénes?— ante alguien que no ha sido ofendido, sino a quien se le dijo la verdad: que es uno de los responsables de nutrir la rama ortodoxa del Partido Popular Democrático que profesa el statu quo colonial y donde militan, entre muchos, el gobernador Alejandro García Padilla. Con ese acto apologético, se convierte precisamente en abogada-política. Es decir, terminan ambos siendo paradigmas del abogado-político.
Por último, cerrando la lista de actos indignos de celebración, se encuentra un detalle minúsculo: muchos y muchas abogados y abogadas no-políticos, en las redes sociales y fuera de ellas, se preguntaron por qué la Revista Jurídica, en su perfil de Facebook, no había puesto fotos ni citas citables de la intervención de Eduardo Lalo en la actividad del viernes —siendo el orador principal— hasta ayer (por ejemplo, la imagen que encabeza esta columna).
El detalle podrá parecer simple, pero no nos deja de sorprender que se tardaran dos días en subir una simple foto. ¿Será que de arriba se molestaron por lo que Lalo dijo? Si nadie hubiera reclamado ni cuestionado, ¿la hubieran subido? Es decir, pues, paradigmas de la censura (o una vagancia demasiado casual).
Ahora las cosas con un dejo de celebración:
Usar La Ilíada para dar una lección de derecho. Es decir, un paradigma humanístico.
La comparación de Oscar López Rivera como nuestro Tersites contemporáneo: derrotado, humillado por el poder y la legalidad, pero no vencido. Es decir, un paradigma de resistencia.
La enseñanza e insistencia de Lalo para todos allí:
- Que los abogados deben aspirar a ser abogados para defender lo justo, no abogados-políticos.
- Que esto implica ser como el plebeyo Tersites: hacer propios los hilos de voz de las víctimas del poder; y rechazar ser como Hernández Colón: “una bizantina elaboración de la mentira”.
- Que en la decisión de qué tipo de abogado ser —si uno político o uno justo— reside el contenido ético de la profesión.
- Que un abogado convertido en político o en su representante es una contradicción.
Hacen falta más Eduardo Lalo y menos Rafael Hernández Colón. Es decir, paradigmas necesarios. Cuando eso ocurra, tendremos más cosas que celebrar como país.