El escritor chileno Alejandro Zambra ofreció una refrescante interlocución sobre la creación literaria recientemente, que no fue ni siquiera un presuntuoso taller de escritura, sino una pausa para escuchar el modo en el que un autor explora las maneras en las que se puede construir un relato.
Aquí, a modo de aforismos, algunas de las cosas que trajo a nuestra consideración el autor de Formas de volver a casa, durante una de las actividades del V Congreso Internacional de Literatura, que celebró la Universidad de Puerto Rico en Arecibo a mediados de marzo.
En cierto sentido quien dicta un taller de escritura se convierte en un “padre” que presume saber cómo es que los otros deben escribir y aquí es inevitable asumir un dogmatismo. Pero es el alumno quien decide si seguir los consejos de ese padre, o si dudar de lo que plantea el padre, para mover el discurso hacia algo vivo.
Cada escritor es un mundo aparte y para sacar la voz hay que buscar profundamente en uno mismo.
Escribir es una experiencia muy intensa y personal, dijo. Si a los 18 años alguien le hubiera dicho al joven Zambra: «Su texto es malo», eso lo hubiera destrozado. Y es que, qué es un cuento, qué es un poema, qué es una novela. Cualquiera que defina lo que son esos productos creativos que siguen naciendo, de la intensa experiencia personal y a veces muy solitaria, se arriesga a quedar como un tonto. Decir: «un cuento es esto», es lo peor en lo que puede incurrir un profesor o un escritor que de pronto presume tener la fórmula invencible. Lo que demostraría con semejante determinismo rotundo es la idea cerrada de lo que es la literatura.
Alguna remota vez Zambra pidió a unos estudiantes que tomaran el cuento de Kafka: “Un artista del hambre” y lo convirtieran en décimas, valiéndose de la métrica que emplea Violeta Parra en algunos de sus poemas más conocidos y musicalizados. Los estudiantes fueron dando con algunas verdades: si se escribe en rima, se empiezan a decir revelaciones que no necesariamente en un principio querían decirse. Viene a ser una exploración, en cierto modo, hasta de lo inconsciente. La forma y el fondo de la que se abusa en la literatura, tiende a crear una artificialidad, algo que para algunos fue un hallazgo desalentador. El propio García Márquez teorizó sobre esto: a fin de cuentas, ¿para qué sirve sufrir tanto para escribir algo que, en estrictas cuentas, no sirve para nada práctico?
Los estudiantes a los que Zambra asignó la tareatambién descubrieron que los límites de la literatura son más difusos de lo que se cree. Encontraron que lo que narra Kafka en prosa y lo que Violeta Parra canta en décima es imposible decirlo de otra manera como ellos lo dijeron en los medios escogidos para ello (Léase la hermosa décima: “Maldigo del alto cielo”).
Tontería es definir lo que es un cuento o una novela con mínimo de páginas o de palabras. Zambra cuenta que una vez le rechazaron un cuento para una antología de cuentos breves porque el cuento que sometió: era demasiado breve. Pero por evitar el “dogmatismo”, no se puede llegar al extremo de no decir entonces nada. Hay unos ejercicios que Zambra propone a sus estudiantes para romperse hacia afuera:
- Un joven de 18 años tiene que mostrarle a una joven de 18 años los cinco lugares más hermosos de Santiago de Chile. Zambra dice que Santiago no es una ciudad evidentemente hermosa, así que hay que agudizar el ojo.
- Cinco frases que deben estar presentes en algún recodo ya sea para empezar o para continuar, como por ejemplo: “Este es el día más importante de mi vida”.
- No usar un discurso directo para que el texto no pierda su capacidad musical y ser moderado con los engorrosos diálogos que provocan en el lector tirar el libro a un lado.
El ejercicio quizá más tremebundo que Zambra propone a sus alumnos es buscar el diario (periódico) del día en que nacieron… Asomarse a esos registros históricos tiene consecuencias: “a nadie deja indiferente lo que encuentre en esa información”, dijo, con calma.
“Si un escritor habla honestamente sobre cómo alumbró un libro, diría que no sabe cómo un día cualquiera, mirando por la ventana, se le ocurrió escribir sobre quien pasaba o no pasaba”, esquematizó, y desde ésa frontera difícil de localizar, es en donde ha comenzado toda la literatura que hoy hay disponible.
A lo sumo – por lo que yo he investigado a parte de mucho con lo que coincido con lo dicho por Zambra – no hay receta mágica. El mismo Mario Vargas Llosa, al final de Cartas a un joven novelista, se despide así:
“… nadie puede enseñar a otro a crear; a lo más, a escribir y leer. El resto, se lo enseña uno a sí mismo tropezando, cayéndose y levantándose, sin cesar. Querido amigo: estoy tratando de decirle que se olvide de todo lo que ha leído en mis cartas sobre la forma novelesca y de que se ponga a escribir novelas de una vez…Mucha suerte”.