
Pasa ahí, a plena luz del día. La sonrisa está en su sitio, lista para el ‘estoy bien’ de siempre, ese que defiendes casi como un servicio público a la humanidad. Entonces aparece un cuerpo y te abraza. Y sientes el sol. Puede ser quiensea – no cualquier quiensea, sino uno que se quiera mucho. Uno que quizá extrañabas sin saberlo y no esperabas ver cuando comenzó el día, pero ahora logra que sientas la calidez isleña, el aire más liviano. Los ojos siguen cerrados. No quieren abrirse, porque alrededor, mientras cada cual pareciera estar en su mundo, tú recién recuerdas qué era eso de sonreír en el tuyo. Algunas formas del cariño curan más que días en cualquier centro médico. Hay dolencias que solo sanan desde la afectividad, y eso también es un abrazo, un milagro medicinal.