
SOBRE EL AUTOR
“Viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente”. – Mark Twain
Uno de los clichés más utilizados para describir la vida estudiantil es del individuo que no tiene responsabilidades que lo aten a un lugar en particular. Nunca he sido fanática de los estereotipos, pero, por alguna razón, este se ha quedado conmigo. Es una de las razones por las que decidí tomar un avión a Madrid el pasado mes de enero, para viajar toda Europa y cursar estudios en la Universidad Complutense.
El alma del viajero siempre sentirá una increíble nostalgia por lugares que nunca ha visitado, personas que aún no ha conocido y experiencias que faltan por vivir. Muchos le llamarán insatisfacción con el presente, pero nosotros, los que andamos en la búsqueda, no lo vemos así.
Al contrario, viajar es una actividad que resalta la naturaleza del ser humano. Todos somos el resultado de un proceso evolutivo que, en algún momento histórico, incluyó un sistema social de nómadas. Empezar de nuevo constantemente ofrece la oportunidad de reinventarse, crecer y alimentar la pupila con diferentes escenarios.
Después de tres meses viajando por España, con miras de explorar Europa en las próximas semanas, puedo decir que no nacimos para quedarnos siempre en el mismo lugar. Viajar es responder a nuestros deseos más innatos de explorar la tierra que vivimos, mientras aprendemos historia, probamos nuevos platos, conocemos nuevos amigos, escuchamos acentos desconocidos y nos perdemos por las calles de las ciudades que soñábamos visitar.
La relocalización continua implica desligarse del concepto ”hogar”. Cada vez que viajo con amigos, en algún punto de la aventura, alguien dice: “Ay, ya quiero volver a Madrid”. Y sí, es cierto que se extraña la cama propia, escoger ropa del clóset y no de una maleta o hacer café cada mañana. Sin embargo, entendemos que Madrid tampoco es nuestro hogar.
Pero, ¿qué se hace cuando no volverás a tu casa en varios meses? Se puede extrañar lo que se deja atrás o puedes encontrar un hogar dentro de la incertidumbre. Carl Rogers, psicólogo humanista, expresó: “Me doy cuenta que si fuera estable, prudente y estático viviría en la muerte. Por consiguiente, acepto la confusión […] porque ese es el precio que estoy dispuesto a pagar por una vida fluida, perpleja y excitante”.
El hogar de los viajeros es la apertura. Desatarse de la rutina, conocer y seguir conociendo incansablemente, emocionarse al pensar que mañana puedes estar en otro lugar y entregarse a la espontaneidad porque vale la pena invertir el tiempo y el dinero en ser un trotamundos. Al final, es una inversión interna y eso nadie te lo puede arrebatar.