Los vestigios de un sillón deshecho por la lluvia dan la bienvenida al pequeño balcón del hogar de Juan Rolón Rivera en Morovis. Dentro de la casa, sofás de madera han logrado refugiarse del agua, pero no se han salvado del comején. Un televisor de dieciséis pulgadas descansa al lado de un marco roto con la única foto que hay en la sala, son sus cuatro hermanos. El poco espacio que hay en las paredes lo ocupa una ilustración de la Virgen del Carmen y un reloj que perpetuamente marca las 9:12. El reloj lleva unas semanas roto, pero para Juan, el tiempo se detuvo hace más de 25 años, la noche que cometió el crimen que cambiaría su vida.
Juan ya cumplió su sentencia y actualmente se prepara física y mentalmente para caminar de Morovis hasta el Capitolio en el Viejo San Juan en abril. No sería la primera vez que lo hace. Cada tres meses, Juan sale a completar la travesía, que le toma casi dos días, con solo unas horas de descanso en el Hospital Hermanos Meléndez en Bayamón. Camina para protestar el trato que se le da a los adictos y ex convictos en la Isla, quienes él dice que no gozan de las oportunidades necesarias para rehabilitarse y superarse; oportunidades que “están garantizadas por la Constitución”.
“Después de haber cumplido mi sentencia hace más de 25 años no conseguía trabajo, así que decidí caminar de Morovis a San Juan como símbolo de la gente que está en la calle sin oportunidad, porque el sistema no les da las posibilidades de empleo y rehabilitación”, recuerda Juan, mientras esconde el rosario colgando de su cuello dentro de su camisa.
Las hazañas de Juan han sido bien documentadas por periódicos locales, quienes han escrito sobre su caminata. Lleva más de siete años caminando y protestando, por lo que los policías situados en el Capitolio ya lo conocen por nombre y lo saludan. De vez en cuando, le dan un vaso de agua. Sin embargo, Juan todavía no ha logrado el propósito principal de sus caminatas: reunirse y hablar con algún representante o legislador para discutir su causa.
Para muchos ex convictos como Juan, el problema más grande está en la reintegración a la sociedad. Bajo la norma actual, el ex convicto tiene que esperar cinco años luego de haber cumplido su sentencia para poder borrar un delito grave de su récord criminal y solicitar un certificado de buena conducta. Ahora son menos de los diez años que tuvo que esperar Juan para limpiar su récord, pero él piensa que como quiera son demasiados y apunta hacia los números de reincidencia criminal para enfatizar su punto: 65% a 70% de la población penal es reincidente. Si no le das igual oportunidad a una persona, dice Juan, volverá a caer en el crimen, por más que se quiera rehabilitar.
La protección de los derechos de los ex convictos es un tema que se ha visto antes en las mismas salas legislativas que Juan intenta infiltrar e influenciar. Un proyecto del Senado, presentado en enero de 2009 por el ex senador Héctor Torres Calderón, buscaba prohibir el discrimen de personas con convicciones criminales previas en la búsqueda de empleo. El proyecto pasó por la Cámara y el Senado, solo para ser vetado por el entonces gobernador Luis Fortuño. Desde entonces, no se ha visto mucho movimiento legislativo con respecto a los derechos de los ex convictos.
Por su parte, Juan ve una relación directa entre la adicción y el crimen en Puerto Rico, y piensa que existe una solución que puede ayudar simultáneamente a solucionar ambos problemas. El doctor Xavier Vázquez de la Fundación Aquí Para Ayudarte –organización sin fines de lucro dedicada al cuido y a la rehabilitación de los adictos en la Isla– estuvo de acuerdo.
“En Puerto Rico, más de 80% de todos los crímenes, incluyendo 50% de las muertes en la carretera, están relacionadas a drogas de una forma u otra. […] Acuérdate que está el adicto que depende de drogas. Esta persona roba. Tiene que hacerlo no tanto para satisfacer un deseo, sino como forma de automedicación”, estableció el doctor Vázquez. Luego agregó: “cuando finalmente cumples con tu sentencia y sales de la cárcel, te dejan a pie y no te dicen para dónde tienes que ir. Es un tramo largo el que existe entre las barras de la cárcel y las puertas del centro de rehabilitación”.
Ese tramo es el que tuvo que cruzar Juan para llegar a donde está hoy: cinco años limpio y caminando una distancia exhorbitante por su causa. A pesar de haber completado la travesía más veces de lo que él mismo puede recordar, no se le hace más fácil el trayecto para el hombre de 54 años.
“Es bien difícil. No solo por la parte física sino la emocional, pero creo que tener la oportunidad de contar mi experiencia —no importa cuán mala haya sido— hace que todo haya valido la pena", concluyó el moroveño.
El martes 8 de abril, Juan abrirá la puerta de su casa, saldrá por su pequeño balcón y caminará las cuarenta millas hasta llegar al Viejo San Juan, donde esperará a ver si por primera vez alguien en el Capitolio le da audiencia. No estará piqueteando, gritando, ni tirándole piedras al edificio de mármol. Juan esperará su turno de la misma forma en que camina: pacientemente, como si el tiempo hubiese parado.