Los efectos del cambio climático golpearon a las dos regiones del Caribe de Nicaragua en la última década y obligaron a autoridades y residentes costeros a tomar medidas de protección y adaptación ante el fenómeno que ha alterado paulatinamente su seguridad y sus modos de vida.
Bluefields, capital de la Región Autónoma del Caribe Sur de Nicaragua, ha padecido, desde hace 10 años, una seguidilla de huracanes, inundaciones por lluvias u oleajes, sequías, contaminación ambiental y cambios generales en las temperaturas, con daños económicos para las poblaciones locales.
El último gran evento en la oriental costa caribeña fue el huracán Otto, que impactó con categoría dos en la escala Saffir-Simpson en octubre de 2016.
Los daños estructurales y grandes inundaciones fueron los de siempre, pero algo cambió para bien: no se registraron ni muertos, ni heridos, ni desaparecidos.
Los 10,143 residentes de las 69 comunidades costeras directamente afectadas en el Caribe Sur salieron ilesos tras resguardarse en refugios organizados por el gubernamental Sistema Nacional para la Prevención, Mitigación y Atención de Desastres.
El logro obedeció al paulatino desarrollo de la conciencia social ante el fenómeno climático, según Ericka Aldana, coordinadora del Componente Ciudadanía Preparada ante el Cambio Climático de la organización no gubernamental internacional Global Communities.
“Históricamente las zonas del Caribe de Nicaragua, Sur y Norte, fueron azotadas por los fenómenos naturales por su posición costera y su entorno rodeado de selvas y grandes ríos que han servido de canales de transporte, pero con el cambio climático esa vulnerabilidad aumentó y era necesario desarrollar los cambios de mentalidad de los habitantes”, dijo Aldana a IPS.
Su organización y las autoridades civiles y militares han organizado foros, charlas y campañas de concienciación ambiental, además de planes de prevención y rescate de comunidades costeras en todo el Caribe Sur.
La costa Caribe representa 52% del territorio nicaragüense, se divide políticamente en dos regiones autónomas, donde vive 15% de los 6.2 millones de habitantes de este país centroamericano, incluyendo a la mayoría de los pobladores indígenas y afrodescendientes.
Aldana detalló que en las comunidades costeras, sobre todo en las islas Corn Island y Little Corn Island, ubicadas en mar abierto frente a Bluefields, el oleaje varió por la intensidad e inestabilidad del comportamiento actual de los vientos.
Eso dificulta la manejabilidad de las lanchas de pesca, altera los ciclos de pesca, aleja los peces y erosiona las costas de las dos pequeñas islas.
En Little Corn Island, la residente Vilma Gómez confirmó a IPS las amenazas y el daño provocado por el cambio en las corrientes, vientos y oleaje del mar en su comunidad.
Como ejemplo, contó que ha sido testigo de cómo la erosión de las olas en los últimos 30 años ha sumergido casi cuatro kilómetros de costas.
El municipio de Corn Island, conformado por las dos islas separadas por 15 kilómetros y con una superficie conjunta de 13.1 kilómetros cuadrados, es una de las zonas más pobladas de la Región Autónoma del Caribe Sur de Nicaragua, con aproximadamente 598 habitantes por kilómetro cuadrado.
Gómez detalló que en la isla se construyeron, con fondos gubernamentales, infraestructuras, como muros de contención, para contener la erosión costera, los daños a los humedales, la reducción de las playas y el impacto en el turismo, que junto a la pesca representa 90% de la actividad económica municipal.
Pero a su juicio, son esfuerzos inútiles ante el empuje del mar. “Pienso que si esto sigue así, en pocos años la isla será inhabitable porque el mar se la podría tragar entera y contaminar las fuentes de agua y tierras cultivables”, se lamentó Gómez.
Otras comunidades ubicadas en las adyacencias de la bahía de Bluefields y sus afluentes sufren los embates del oleaje y las inundaciones repentinas, que destruyeron y contaminaron humedales.
Superados la incredulidad y el temor, la población pasó a tratar de fortalecer sus capacidades de resiliencia ante el cambio climático, destacó Aldana.
Guillaume Craig, director de la organización ambientalista blueEnergy, participa en el proyecto Ciudadanía preparada ante el Cambio Climático, en que autoridades, sociedad civil y la academia impulsan juntos en Bluefields campañas para fortalecer las capacidades de respuestas de las comunidades caribeñas ante el fenómeno.
“La población de esta zona ha sufrido mucho por el cambio climático, no solo por los huracanes e inundaciones del mar y los ríos, sino por la variabilidad del clima. Han perdido cosechas por sequía o mucha lluvia, antes sabían interpretar las señales de las lluvias, ahora no”, explicó a IPS.
Como resultado, destacó, “los pozos se le secan en enero, cuando antes ocurría en abril, las lluvias de mayo a veces caen en marzo o se pierden hasta julio, es una locura con la cual [los pobladores] no sabían convivir”.
Tras años de capacitación y campañas, los residentes aprendieron a aplicar técnicas y métodos de ahorro de agua, de siembra de cultivos resistentes a los cambios y técnicas de construcción en zonas costeras, que pasaron a inundarse repentinamente por el oleaje o por las lluvias.
El costo de este conocimiento ha sido alto para las comunidades: disminución de la producción de granos básicos, pérdida de la diversidad biológica y del recurso forestal, desabastecimiento de agua, degradación de los suelos, salinización de pozos, inundaciones en las zonas costeras bajas, deslizamientos de masas de tierra y más.
“Ahora el aumento de la temperatura afecta la salud de las personas y produce amenazas cardíacas, se incrementan los vectores que propagan enfermedades, la erosión por el oleaje y la pérdida de suelos e incrementa el consumo de energía y el riesgo de incendios. El nivel del mar ha aumentado el riesgo”, enumeró Craig.
Bluefields, asiento original de piratas, está ubicada a 383 kilómetros de Managua, y se llega solo por vía aérea o navegando en panga (lanchón) a través del río Escondido en el puerto de El Rama, ubicado en tierra firme a 292 kilómetros de la capital nicaragüense.
Su población, de más de 60,000 habitantes, es multiétnica: creoles, mestizos, ramas, garífunas y descendientes ingleses, franceses y asiáticos.
Se asienta frente a una bahía que sirve de barrera ante el oleaje directo del mar y está rodeada de ríos, afluentes y lagunas que conectan a la región con las costas occidentales del océano Pacífico y las del Caribe Norte. Su elevación sobre el nivel del mar es de apenas 20 metros y eso la vuelve especialmente vulnerable.
Marlene Hodgson, del barrio ribereño y marginal de El Canal, en la periferia urbana, dijo a IPS que ella y su familia llevan años padeciendo “la oleada” de la bahía.
“A veces no lo esperábamos y cuando veíamos estábamos hasta la cintura de agua, ahora hemos elevado los pilotes de la casa con cemento y hemos puestos canales y diques que la protegen, pero ya también advertimos cuando se nos viene y eso nos permite sobrevivir sin daños”, dijo esta mujer de la etnia creole.
Tras las tormentas, muchas viviendas del sector fueron abandonadas por sus dueños, que se desplazaron a tierras más altas y menos vulnerables.
El fenómeno también trastocó la economía y la forma de vida de los pescadores tradicionales, explicó Albert Down.
“Hace apenas 20 años, tiraba la red y en dos horas pescaba 100, ahora tengo que gastar más en combustible mar adentro y debo esperar hasta ocho horas para sacar la mitad. Y en ocasiones no saco nada”, se quejó a IPS este pescador del barrio 19 de Julio, de los más vulnerables en esta localidad eternamente amenazada por el clima.