La explanada, una finca agrícola en desuso, está en medio de la nada. Cuatro montículos de tierra sobresalen del mismo salpicados con cartones donde, a pesar del poco tiempo transcurrido, cuesta adivinar números en árabe. El pequeño camino de tierra que da acceso al terreno carece de asfalto, como casi todos los que salpican la provincia de Homs, pero los vecinos los consideran seguros porque el Ejército hace tiempo que concentra sus fuerzas en las autopistas y en los alrededores de la ciudad: de ahí que comenzaran a usarlo como cementerio alternativo a finales de noviembre, cuando algunos desertores del pueblo o civiles alistados al llamado Ejército Libre de Siria (ELS), la facción que combate al régimen sirio, comenzaron a caer.
Doce de ellos recibieron sepultura en el lugar. Lo que los vecinos no podían imaginar es que el improvisado camposanto terminase multiplicando su capacidad, ganándose así el apodo del cementerio de los mártires. A principios de marzo, un sheikh de un suburbio de Homs próximo a Baba Amr recibió una llamada del Hospital Militar. Cuentan los habitantes que le pidieron que preparase tumbas para 200 personas en alguna de las aldeas vecinas, le indicaron cuándo y dónde recibirían los cadáveres y le impusieron una condición: ningún vídeo, ninguna fotografía ni ningún relato de los hechos debía ser difundido. El sheikh contactó con otro clérigo de una aldea próxima –los vecinos piden que no se difunda el nombre por miedo a represalias- y le pidió que le ayudara a buscar un lugar donde darles sepultura.
El religioso dio órdenes de que el improvisado camposanto fuera excavado, con la idea de hacerlo de forma clandestina, pero los secretos son imposibles de guardar en los pueblos. Especialmente cuando las localidades que rodean Homs están repletas de desplazados y cuando cada familia tiene al menos uno, cuando no varios, miembros desaparecidos.
Cuando amaneció el 18 de marzo, todo el pueblo acudió a la finca. Tres camiones cargados de cadáveres envueltos en sudarios blancos aparecieron dirigidos por el sheik: en total, había 66 cuerpos. Los desplazados se agolparon alrededor de los vehículos, buscando los nombres de las victimas. No existían: un número escrito con rotulador sobre los sudarios suponían la única identificación. Los números tenían tres cifras, varios de ellos comienzan por 9, lo que da una idea del número total de cadáveres enterrados con el mismo sistema. El dolor tornó en ira, y los intentos del sheik por sepultarlos se encontraron con la oposición de todos los presentes. Sólo 15 de los 66 fueron dispuestos bajo tierra antes de que los asistentes se sublevaran.
“Los vecinos le recriminaron que se dispusiese a hacerlo sin un oficio religioso, también que aceptara las condiciones del Ejército de no descubrir los sudarios. Muchos de ellos buscaban seres queridos, y comenzaron a rasgar las telas y el plástico que recubría los cuerpos.
El sheikh no pudo controlar la situación y todo se convirtió en un caos. Unos 45 sudarios fueron abiertos”, explica Abu Fares, uno de los activistas. “Eran restos en muy mal estado, algunos estaban en pedazos, otros decapitados, quemados… Por la talla algunos eran niños, pero es imposible saber si había mujeres entre ellos. Sólo cuatro o cinco pudieron ser identificados, y era gente de Baba Amr”.
El oficio se terminó celebrando ante una población desolada. Algunos tomaron videos con sus teléfonos móviles, y los activistas registraron la jornada con sus cámaras: sus grabaciones ilustran este reportaje. Conociendo los términos del acuerdo del sheikh prefirieron no hacerlas públicas: sin embargo, un video de mala calidad fue filtrado emitido por un canal de la oposición siria, provocando la ira de las autoridades. El resto de los cadáveres que debían completar la cifra de los 200 nunca llegó. Cuentan los vecinos que, cuando el sheikh regresó al hospital para hacerse cargo de ellos, fue detenido en represalia por haber sido incapaz de mantenido el funeral en secreto. Las tumbas restantes permanecen hoy abiertas.
“Hasta que no podamos regresar a Baba Amr no podremos investigar las atrocidades cometidas”, se lamenta Khaled, otro activista. El doctor Mohamed al Mohamed y el doctor Ali Hazouri, ambos del desaparecido hospital de campaña de Baba Amr y testigos del citado funeral, dicen haber oído que otros dos entierros similares se han celebrado en Kafaraya y Shinsa, el primero con un centenar de cadáveres y el segundo con más de 200: como en el citado cementerio secreto, los sudarios llevaban números en lugar de nombres.
“La única forma de confirmar la identidad de los cadáveres era acudiendo al Hospital Militar, donde dan un nombre a cada número, pero nadie acudía por miedo a ser detenido”, continúa este joven sirio. Los centros médicos públicos de Siria son usados como base militar y tanto activistas como organizaciones internacionales de Derechos Humanos denuncian que han sido convertidos por el régimen en centros de detención, si no de tortura. Cuando el hospital fue tomado a principios de abril por los hombres del capitán Abdelrazq Tlass, hallaron en su interior varios depósitos repletos de cadáveres. “Es imposible saber si se trata de víctimas recientes del cerco de Homs, heridos, detenidos que fueron ejecutados o cadáveres antiguos que nunca fueron enterrados”, prosigue Khaled.
El cementerio secreto de los mártires es un símbolo de las matanzas y el miedo de los habitantes de Homs. También de la incertidumbre. “Es imposible saber cuánta gente murió en Baba Amr el pasado febrero”, explica Abu Hanin, responsable del extinto centro de prensa del barrio mártir de Homs. “Documentamos 126 cadáveres en los bombardeos, lo cual sólo se explica por cómo se refugió la población en las casas más protegidas y en los cuatro subterráneos que encontramos, y porque nos ayudó Dios. Fue un milagro. Pero las verdaderas matanzas comenzaron después, cuando el Ejército entró por tierra. Un día mataban a 20 personas, otro a 40, otro a 60… Y solo tenemos una pequeña idea de las masacres cometidas”, prosigue el activista, quien estima que en el barrio no quedó más de un millar de personas. El resto fue evacuado progresivamente en los 26 días que duró la ofensiva militar gracias a los túneles habilitados por los activistas y el ELS. Baba Amr tenía una población de 28.000 habitantes, que quedó reducida a la mitad el pasado otoño, cuando las ofensivas militares se intensificaron.
Hoy sus habitantes sueñan con regresar a las ruinas para reconstruir sus hogares, pese al miedo que les embarga cuando recuerdan la ofensiva del régimen. “Aún nos preguntamos por qué entregaron los cadáveres sin nombres”, dice Khaled mientras vaga entre las tumbas, chasqueando la lengua. “Sólo me lo puedo explicar de una forma: quieren que volvamos a la atmósfera de miedo hacia el régimen en la que vivíamos antes. Es su forma de castigarnos”.
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