El ruido es ensordecedor. Viene de la combinación de reguetón y música navideña a un volumen muy alto que sale de las grandes bocinas y altoparlantes incrustados en las carrozas o jeeps, junto con el sonido de muchas sirenas, más casi 15,000 personas reunidas hablando y gritando a la misma vez a lo largo de la carretera 130 de Hatillo.
Las horas pasan rápido, pues además del ruido, la escena también está sobrecargada. Hay demasiadas personas. Los espectadores se encuentran en los laterales de la carretera, digo, los que siguen órdenes, mientras que la Fuerza de Choque y los policías más grandes y ordinarios de la Uniformada se pasean con sus caras serias vigilando o tratando de intimidar a quien lo mire.
Todo esto ocurre mayormente en el barrio Lechuga del pueblo de Hatillo, ese lugar es algo así como sagrado para quienes asisten fielmente a este festival. Para muchos, anualmente ahí se crean historias.
Como aquella que me contó mi padre del que se arrastró con cuatro más por la brea caliente por el sol del mediodía y se tragó todo un pote de crema de afeitar por ojo, boca y nariz. Aguantó sobre él el peso de su amigo y los alones del primo. Después le pasó una carroza por una pierna y llegaron hasta los paramédicos. Pero por la adrenalina del momento, se levantó, se “tripió” a todo aquel que se preocupó por él y siguió caminando.
Tampoco falta el que no recuerda cómo llegó a su casa porque el cansancio del cuerpo, el efecto de las cervezas y los shots de pitorro lo durmieron, pero llegó a su casa. Pudo haber sido en pon, caminando o encima de un caballo, eso será un misterio.
La realidad es que el Festival de las Máscaras de Hatillo es una tradición difícil de extraer del corazón de los hatillanos. Es como si al escuchar el sonido de las sirenas de los jeeps o de las carrozas su ritmo cardiaco aumentara y se llenaran de adrenalina.
La preparación de los grupos
Este festival puede llegar a ser increíble y hasta absurdo para quienes lo visitan o escuchan sobre él por primera vez. Quienes participan primero escogen cuál será su medio de transporte. Ya sea un jeep, una carroza o caballos que puedan exponer a un día de sol, ruido y ejercicio sin descanso. Luego reúnen a un grupo de personas, principalmente hombres y escogen el nombre del grupo. Estos suelen ser muy poco creativos y muchos de ellos evocan a la mala conducta, por ejemplo, Los revuleros, Los sospechosos y Los agresivos.
Además, seleccionan el diseño de sus trajes, cada uno consigue de 100 a 400 dólares para pagarlo y luego solo resta decorar su medio de transporte y esperar por el gran día.
Una vez llega el 28 de diciembre, se reúnen en la casa del líder del grupo o donde decoraron sus jeeps o carrozas. Se tiran fotos, el líder da algunas reglas, hacen una oración y se despiden de sus familiares. Antes de partir, verifican tener suficiente suministro de bebidas y de lo que estarán utilizando para atacar a los espectadores u otros enmascarados. Cosas así como ketchup, syrup, mostaza o crema de afeitar.
En las calles de Hatillo, ya a eso del medio día es un sálvese quien pueda. En cada esquina hay dos tratando de tumbarse, miras hacia otro lado y hay gente con la cara llena de crema de afeitar. Otros corren huyendo, algunos niños se asustan, mientras que unos ríen y observan con ojos de asombro e idolatría.
Pero por más incomprensible que pueda parecer, su trayectoria es larga y su origen se remonta a inicios del siglo 19 cuando inmigrantes de las Islas Canarias se vestían como seres demoniacos para asustar a sus amigos durante el día de los Santos Inocentes.
Ese día conmemora el momento en que el rey Herodes envió a matar a todos los niños menores de dos años con el propósito de terminar con la vida de Jesús de Nazaret. Alrededor de todo el mundo se acostumbra a realizar bromas pesadas para burlarse de los “inocentes”.
Con nuevo plan de seguridad para evitar accidentes
A pesar de que este es uno de los festivales puertorriqueños que más personas atrae, hay quienes han dejado de asistir porque consideran que actualmente es muy diferente a como era hace más de 40 años. Algunos detalles que los espectadores han señalado son que los participantes no utilizan el traje completo, hay muchos menores y ocurren demasiados accidentes.
Es por eso que muchos grupos de máscaras iban con la presión de que era momento de rescatar la tradición original. De comportarse correctamente, seguir las reglas y utilizar el vestuario tradicional; mantos con rizos retirados unos de otros y con diseños simples.
Según el alcalde de Hatillo, José “Chely” Rodríguez, este año se registraron 150 grupos, 200 jeeps y 50 carrozas para un total de 4 mil participantes. Por lo que para poder evitar situaciones de emergencia, se implementó un nuevo Plan de Seguridad. Este consistió en añadir al reglamento varias disposiciones.
Por ejemplo, las carrozas no podían llevar más de 50 enmascarados y los jeeps más de 12. Se aumentó la vigilancia para evitar que colocaran reguetón en las carrozas, evitar que utilizaran las pistolas de agua con las que mojan a los asistentes y evitar que levanten las carrozas en dos gomas
Según la policía, en esta edición del festival se registraron 11 incidentes, siete por caídas de carrozas, tres accidentes de autos y un incidente donde un caballo pateo a un policía.
Los grupos de máscaras sienten la necesidad de comportarse adecuadamente durante el festival y cumplir con el reglamento, principalmente porque temen que en algún momento el alcalde decida eliminarlo.
Sin embargo, Rodríguez mencionó que “el festival no lo quita nadie. Esto no me pertenece a mí ni a usted, esto es del pueblo. Si yo digo que no hay nada, otros lo hacen por allá. Esto es cultura y la cultura no le pertenece a nadie, la cultura es de los pueblos”.
Cuatro personas encuestadas entre 15 a 50 años y de origen arecibeño, aseguraron que son fieles espectadores del festival. Tres de ellos mencionaron que van desde que tienen memoria, mientras que uno indicó que asiste desde el 2008. A pesar de que admiten que han observado un cambio en la manera en que se desarrolla el festival, dijeron que les gusta ir porque ya es tradición.
Disfrutan observar el desfile de los grupos cuando entran a la plaza pública de Hatillo y debatir sobre cuál traje es el más creativo y que mejor representa la tradición boricua. Admiran los colores vivos que se pasean por todos lados y el bullicio de las personas al compartir unos con otros.
Pero sobre todo, este festival reúne a tantas personas que quienes asisten pueden encontrarse con amistades que no ven hace días, meses o años. Les brinda la oportunidad de estrujarse, arrastrarse, golpearse, besarse y abrazarse en plena navidad y a solo días de despedir el año. El festival les sirve de encuentro y de despedida. Les sirve para recordarse que se aprecian. Porque por más absurdo, después de cada estrujá y arrastrá por el piso se dicen “te quiero pa’, tu sabes que eres mi hermano”.