La creatividad, la energía y el compromiso artístico de Provi Seín han marcado la trayectoria de 25 años de “Aleph”, compañía teatral que celebra su aniversario de plata con la puesta en escena de la obra “Los tres cornudos”, pieza de la Comedia del arte italiana que se presentará del 9 al 17 de junio en el Teatro Francisco Arriví de Santurce.
El espectáculo cuenta con las actuaciones de Gerardo Ortiz, Magali Carrasquillo, Carmelo Santa Mojica, Evelyn Rosario, Julio Ramos, Ramfis González, Luis Felipe Meléndez, Marcelino Puig, Carlos Feliciano y Seín. El profesor y actor Rafael Fuentes está a cargo de la dirección. En la entrevista a continuación Seín traza la historia de su grupo y perfila un nuevo ciclo creativo.
Eres artista… y farmacéutica. Y durante un período combinaste ambas facetas. ¿Cómo fue que entraste en el mundo de la creación?
Mis primeros pasos en el arte fueron en el baile, cuando era niña, en España. Allí aprendí los bailes folclóricos. Luego, aquí en Puerto Rico, seguí esa disciplina en Ballets de San Juan. Y aun hoy continuo bailando… Luego, estudié piano, pero me dio un ataque de rebeldía y me fui a la pintura. Por eso es que me gusta mucho el diseño. Mientras tanto, estudié farmacia. Así que todo eso estaba en el caldero…pero luego de un tiempo decidí que mi prioridad no era ser farmacéutica, aunque por un tiempo combiné ambas facetas. Pero al final me dediqué sólo al arte, quería poner toda mi energía en ese campo.
¿Cómo se dio esa determinación? ¿Suponía un cambio radical, por ejemplo, en términos económicos?
Al final la pasión por el arte pesó más, aunque yo era una buena farmacéutica. Mis jefes no me querían dejar ir. Pero yo no quería estar dividida en dos mundos. Además, no quería ocupar el espacio de alquien que estuviera verdaderamente interesado en la farmacia. Luego fui desarrollando una visión con respecto a mi entorno artístico… estaba el fenómeno de las telenovelas, para las que no llamaban a la gente de teatro, la moda del teatro sólo para entretener… y así llegué a la idea de hacer algo, de crear un laboratorio teatral. Al principio fue un aprendizaje intenso porque en el Departamento de Drama uno aprende a ser actriz, no productor. Por otro lado, ese período, los primeros años de la década del ’80, fue muy rico en términos de los talentos… gente como Sonia Paniagua, Georgina Borri, Willie Maldonado, Iliana García, Wanda de la Cruz, Eugenio Monclova, Wanda Vélez, Teófilo Torres, Ileana Rivera Santa… Es decir, el nacimiento de Aleph tuvo que ver con una serie de factores que se unieron en un momento dado.
En la trayectoria de Aleph es perceptible un camino que pasa por la poesía, los clásicos, el mundo de los sueños, lo mitológico y la nueva dramaturgia. Es decir, que han sido muy coherentes con sus ideas estéticas. ¿Ese es uno de los principales logros?
Creo que sí, logramos desarrollar un lenguaje teatral propio, aunque partió de una búsqueda muy intuitiva. Por ejemplo, eso que ahora llaman fusión, es algo que nosotros veníamos trabajando desde hace tiempo… como montar un baile de flamenco con otro tipo de música. Más adelante, cuando Oscar Giner viene para montar “Sueño de una noche de verano” de William Shakespeare (1988), es que me voy haciendo consciente del aspecto mítico del teatro y comienzo a desarrollar un trabajo interpretativo más íntimo, más interno. Cada producción, cada experiencia creativa marcó la línea de lo que vino posteriormente.
Esas búsquedas suponen otros ritmos de creación, casi artesanales, que van a contracorriente del mercado. ¿No te parece?
Sí. Por ejemplo, cuando trabajamos con Carmelo Santana Mojica en “Tartufo” (1998) estuvimos todo un verano ensayando con el estilo, no con el texto. Esto, para estar cómodos con el movimiento como figuras barrocas. Luego tuvimos otra parte de taller relacionada con la manipulación de maniquíes y el desarrollo de las voces. Los directores con los que trabajamos dejan un espacio para la creatividad del actor, del escenógrafo, del compositor, del vestuarista. La obra es un cuadro que todos pintamos. En la preparación de “Tartufo”, en fin, estuvimos trabajando ocho meses. Algo parecido paso con la directora invitada Tessa Schneideman (“La vida es sueño”, 1995) lo que nos permitió desarrollar una confianza mutua, lograr que ella pudiera captar el talento de cada cual y mantener, mediante la experimentación y la improvisación planificada, la frescura interpretativa, como me pasó a mí con el personaje de Rosaura. El formato del taller da esa oportunidad.
¿Qué riesgos trae, si alguno, esa dinámica de trabajo en la que compositores, escenógrafos, vestuaristas o directores tienen una participación tan activa? ¿Qué hay con los costos?
Supone unos riesgos pero también produce muchos momentos interesantes en términos artísticos. Por ejemplo, la música puede convertirse en otro personaje que narra. Siempre pienso que lo que el público no puede entender con la palabra lo podrá comprender con la música. En ese sentido la aportación de Héctor Campos Parsi, Luis Enrique Juliá y Roberto Milano, ha sido muy importante. Por otro lado, la escenografía nunca la trabajamos desde un punto de vista realista, sino que lo hacemos mediante la abstracción del espacio escénico, pensando más bien en un lugar emocional o ritual, de múltiples lecturas. Ese es el espacio “Aleph” (el nombre de la compañía fue sugerido por el teatrero Jesús Lugo, quien al momento del inicio del grupo leía la pieza homónima de Jorge Luis Borges), un sitio infinito, de múltiples significados. Nuestro trabajo ha pretendido ir más allá del entretenimiento, hemos aspirado a que el público también llegue a un momento de reflexión a partir de la obra. Por otra parte, sí, uno de los principales riesgos es el económico, porque crear así exige más tiempo y espacio, lo que tiene unos costos.
En Aleph tienes múltiples sombreros (actriz, directora, productora y gestora). Hacer eso durante 25 años no debe ser fácil, debe producir un enorme desgaste…
Uno tiene fe en lo que hace. En el plano artístico nunca he tenido problemas con nadie, en ese aspecto todo ha fluido, afortunadamente. Lo más difícil ha sido gestionar y obtener apoyo económico. Muchas veces me he quedado sin cobrar… y eso te obliga a trabajar en otras cosas, lo que te agota. Por otro lado, el desgaste tiene que ver también, sobre todo durante la primera etapa, con la falta de entendimiento de la crítica periodística hacia nuestro trabajo. Esa falta de reconocimiento nos dolió. Por ejemplo, en gran parte de nuestras producciones hemos tenido música original y la crítica nunca evaluaba ese aspecto. ¿Cómo es posible?
Por otro lado, ¿cómo ha sido el proceso de crear una compañía de actores comprometida con la estética y formas de trabajo de Aleph?
El principal obstáculo para lograrlo ha sido también lo económico, a pesar de que hemos hecho los intentos para tener un conjunto permanente sin renunciar a darle espacio al talento joven. Pero también pasa que aquí, en el teatro, no existe esa mentalidad, como pasa aquí con la gente de la danza, o con grupos teatrales en Europa o Latinoamérica. Esa ha sido una de mis frustraciones.
También está el aspecto de no contar con una sala permanente, algo a lo que Aleph aspiró en cierto momento.
Sí, ha sido un objetivo. Pero es que las entidades que te pueden ayudar, como el Estado, no entienden que su apoyo no tiene que venir necesariamente a través del dinero, sino que pueden ayudar dándonos un espacio que no está siendo utilizado y que uno se encargar de darle vida. En vez de un hospitalillo tendrías una sala de teatro. Pero eso no lo entienden.
Pasemos a otro registro. ¿Cuál ha sido el personaje que entiendes te ha permitido mostrar lo mejor de tu talento?
Cada personaje te revela una faceta. Te van enseñando diferentes laberintos de ti mismo. Yo disfruto mucho del teatro infantil. Es un público exigente y representa el futuro de la audiencia teatral. En “Drácula” (1990), por otro lado, pude integrar muchos de mis sueños y pesadillas a la dramaturgia de la obra, fue un proceso muy intenso. Con Lady Macbeth (“Macbeth”, 1998) llegué a entender el potencial asesino que todos podemos tener y el poder de la ambición. Y en Juana de Arco entré profundamente en el ámbito de la intuición.
¿Y qué tal las experiencias como directora?
Nunca pensé que iba a ser directora, mucho menos productora. Comencé con las “Teatruras” (1988) de Tony Chiroldes, con un cuento de Rosario Ferré. En Aleph, al principio, no me atrevía, porque estaba muy metida en la producción. Pero fue algo que se dio, poco a poco, según fuí ganando una madurez como productora y fueron surgiendo las condiciones. Yo he aprendido mucho de mis maestros y lo que he aplicado a la dirección tiene mucho que ver con ello.
¿Y qué hay con la poesía en Aleph? Muchos de tus montajes integran ese discurso poético…
Para mí es vital, desde pequeña soy adicta a la poesía. Uno de nuestros primeros trabajos fue sobre Lorca (nombre del trabajo?). De hecho, Lorca dijo una vez que “el teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana” y yo asumo esa cita como definición del teatro. Hemos hecho varias puestas en escena a partir de la poesía puertorriqueña y también producimos un montaje y una grabación con la poesía de Julia de Burgos. Ese fue el único espectáculo poético en el que no hemos integrado el movimiento, más bien nos concentramos en la palabra y la música porque la poesía de Julia es muy poderosa. Ahí el trabajo de Luis Enrique Juliá con la música fue muy bueno, logrando encontrar, a través del sonido, las imágenes de agua que buscábamos.
¿Cuál es el legado principal de Aleph hasta ahora?
El logro de crear un vocabulario teatral a consciencia y a partir de las intuiciones creativas… Cada pieza ha sido una puerta que te dirige hacia la próxima. Quizás esa no es la manera tradicional de trabajar… pero no sé hacerlo de otra forma.
Tras 25 años de labor, ¿hacia dónde va Aleph?
El momento de crear una escuela de teatro está a la vuelta de la esquina. Esa podría ser la última aportación, si las circunstancias son propicias. Ese es el futuro.
El autor es catedrático asociado de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.