El Aula Magna de la Feria Internacional del Libro (FIL) está abarrotada. Afuera, otros cientos de personas van a apagar las velas oyendo en un plasma gigante los testimonios de sus amigos y lectores de excepción. Es el 80 cumpleaños de Carlos Fuentes. Hago crónica compactada de las dos sesiones vespertinas de la celebración: El Gabo se acomoda en el escenario ante sonoros aplausos. Sigue siendo la estrella para generaciones, que en 1967 leyeron conmovidos Cien Años de Soledad, como para las nuevas que lo descubrieron recién el año pasado al cumplir cuatro décadas su publicación. Otros notables de la cultura hispánica hacen su entrada: Carlos Monsiváis, Sergio Ramírez, Juan Luis Cebrián y el poeta José Emilio Pacheco. La Academia de la Lengua Española, y las academias de la lengua española en todo el mundo, han querido significar los 80 de Fuentes con una edición de 400,000 ejemplares de La región más transparente. Es el tercer libro que merece ese honor. El Quijote fue el primero y luego la obra maestra de García Márquez. A nombre de las academias, Cebrián saluda al escritor mexicano que pertenece, por propia adscripción, al Territorio de la Mancha. Entre manchados, entre mestizos, te vieras…
Dice José Emilio Pacheco, que escribe el prólogo en esta reedición conmemorativa, que fue la novela más esperada. Él, que era un adolescente, leyó entonces en aquel libro de un escritor de apenas treinta años, el fracaso de la Revolución Mexicana. Hoy, sus ojos de crítico entienden que lo que Fuentes logró en inolvidables metáforas y personajes fue un proceso de desfamiliarización de la mirada. Que no es lo mismo, advierte, que la mirada del extranjero. En ésta se mira desde afuera. En aquélla, la de Fuentes, simultáneamente desde afuera y desde adentro.
Es para quienes le acompañan en este domingo en Guadalajara, un “amigo del alma”, siendo la amistad, la única relación humana que requiere inteligencia y paciencia. Uno de ellos, Sergio Ramírez, supo de Fuentes trabajando en la Librería El Sótano de la Ciudad de México. En uno de los estantes de madera sin pulir que acomodaban miles de maravillas, se topó en 1963 con Aura. Alucinado con su lectura, se lanzó buscando la casa de la heroína. Pero como pasa con Corrientes #348, la dirección en el célebre tango, Donceles #815 no existía. Bueno, en el censo urbano, pero no en el literario donde todavía hoy es asiduamente visitada. Los recuerdos de Sergio Ramírez se enhebran en un brindis del bohemio, en el que recuerda una noche que deviene madrugada con amigos escritores, entre ellos Fuentes, Álvaro Mutis y García Márquez, en puja por ganar en la trivia de la cultura popular latinoamericana. A ver quién se acordaba de letras, autores, versos y nombres de rumberas y galanes de film noires. Fuentes terminó ganando con la memoria de los autores (porque eran dos) de un arcano bolero de los cincuenta.
A Monsiváis y a Carlos Fuentes les hermanan episodios de dolor colectivo –particularmente la tragedia de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968-, conversaciones de desvelo y la pasión por el cine. Monsiváis, el cronista por excelencia de la rica cultura popular mexicana, narra el intento de ambos de hacer un guión fílmico para que lo dirigiera Luis Buñuel. Tras numerosos intentos, armaron una hilarante parodia de los temas y personajes que hicieron favorito de todos al cine de México. Por supuesto, no podía faltar la abuelita Sara García a quienes Monsiváis y Fuentes ubican en tiempos de Don Porfirio y en posesión de un secreto: la receta de unas famosas gelatinas. No sigo con el cuento porque sólo Monsiváis lo puede relatar pero sí les adelanto que por el guión, que desafortunadamente nunca pasó a cinta, pasan todos aquellos a quienes muchos de nosotros vimos en el Telecine Mexicano: el padre hacendado cruel, las niñas de la casa, el cura. Demás está decir que Sara García muere sin decir el secreto de las gelatinas que amansaron al cruel dictador.