
Hace 18 años, el 4 de febrero de 1992, faltando días para que cumpliera once años, me levanté, como todos los días, temprano en la mañana, para vestirme y prepararme para el momento en el que la guagua del transporte escolar me pasara recogiendo para ir al colegio. Me sorprendió ver a toda mi familia levantada, frente al televisor con una expresión, parte de asombro y parte de incredulidad, en el rostro. Al preguntarle a mi mamá qué ocurría, me explicó que ese día no habría clases y que si quería podía volver a dormir, pero la imagen que había en pantalla me capturó como al resto de mi familia. Una tanqueta o vehículo ligero blindado, intentaba derribar las puertas de la Casona, la residencia presidencial venezolana. Un grupo de militares insurgentes, constituido por cinco unidades del Ejército, una brigada blindada, dos unidades de artillería, un batallón de paracaidistas y un batallón de infantería, liderados por oficiales del rango de comandante, teniente coronel y coronel habían comenzado en la noche del día anterior, una intentona de golpe de Estado al presidente constitucional de aquel entonces: Carlos Andrés Pérez. Su objetivo era apoderarse de las cuatro ciudades principales del país: Caracas, Maracay, Valencia y Maracaibo. En televisión pude ver las impresionantes imágenes de los enfrentamientos entre los que “defendían al Gobierno y a la Democracia” y los que “querían adueñarse del país” y según declaraciones del presidente Pérez, tenían la intención de matarlo. El canal ocho, canal del Estado, había sido tomado por los insurrectos y su programación habitual había sido reemplazada por mensajes de los dirigentes de la rebelión. Un grupo autodenominado el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR 200) y el Movimiento 5 de Julio. Según estos hombres, sus acciones respondían a los intereses del pueblo y a la terrible realidad en la que vivía el pueblo venezolano en ese momento. Estos individuos revelarían años más tarde en varias entrevistas que esta había sido una conspiración con más de diez años de planificación. Un sonido bastante extraño hizo que nos asomáramos por la ventana a la calle y fue ahí cuando mi mente infantil comprendió que aquello que veía en televisión no era ficción. Frente a mi edificio estaba pasando, en dirección contraria al tránsito, precisamente una tanqueta. Lo que veían mis ojos en la pantalla del televisor era real. En las calles de mi país se libraba una batalla y no había más nada que hacer sino esperar sentados en casa, siguiendo el transcurso de los acontecimientos por los canales de televisión. A las 12:15 del mediodía, el oficial a cargo de la campaña en Caracas, un Teniente Coronel llamado Hugo Chávez Frías, salió en pantalla anunciando su rendición, pidiéndole a sus compañeros que depusieran las armas y aceptando toda responsabilidad, aclarando con un mítico y resonante “por ahora”, que los objetivos de la insurrección no podrían ser alcanzados.
Varias horas después la intentona de golpe había terminado, se había declarado un estado de sitio en el país y declaraciones por parte de políticos, militares y altos funcionarios del gobierno, incluyendo al Presidente, no dejaban de sonar en los medios. La nación trataba de abandonar esa sensación onírica de que estaban experimentando un sueño. La población nunca manifestó su apoyo a los insurrectos pero tampoco lo hicieron por Pérez. Por mi parte, no podía dejar de preguntarme cuando se acabaría aquella politiquería aburrida y podría volver a ver la programación regular. En mi mentalidad infantil no cabía la cifra oficial de catorce muertos (mucho menos la extraoficial de cincuenta, siendo soldados tan sólo 17), más de cincuenta heridos, 1,089 militares detenidos y las implicaciones del suceso que había ocurrido. Hoy, 18 años más tarde, no puedo dejar de evaluar los eventos de aquel día y cómo resultó más que profético el “por ahora” de aquel militar de boina roja. Hugo Chávez lleva once años siendo el presidente de Venezuela y el 4 de febrero es, por decreto de él, una fecha patria en la que se conmemora la dignidad del pueblo venezolano. Varios de los altos dirigentes de la intentona golpista son funcionarios de gobierno con elevados cargos, a excepción de algunos que han expresado su descontento con el desempeño de Chávez y ahora son perseguidos políticamente. Irónicamente, Chávez y sus seguidores utilizan el término golpista de forma peyorativa al referirse a sus opositores, dado que el 11 de abril de 2002, casi se concretó un golpe de Estado en su contra. El Comandante y los suyos también se proclamaron enérgicamente en contra del golpe en Honduras contra Manuel Zelaya. El pasado 2 de febrero de 2010, en el acto conmemorativo de los once años de su toma de poder en 1999, el presidente Chávez dijo que pensaba gobernar por once años más. En cadena nacional expresó: “cumplimos once añitos, es un niño todavía nuestro gobierno, es una niña todavía nuestra revolución”. Ciertamente su mandato puede ser un muchachito de once años, como casi lo era yo aquel día en 1992, pero la imagen pública de Hugo Chávez y su participación en la historia venezolana, tiene dieciocho y ya es un mayor de edad. La frase “Amaneció de Golpe” es el título de una película venezolana de 1998 sobre los acontecimientos del 4 de febrero de 1992, dirigida por Carlos Azpúrua y escrita por el dramaturgo José Ignacio Cabrujas.