“Todas las formas de comunicación
funcionan como emisión de mensajes
basados en códigos subyacentes”.
-Umberto Eco
Al entrar en los salones del Anexo Jaime Benítez Rexach (AJBR) observo lo que cotidianamente pasa desapercibido, por su trivialidad y sencillez: las rendijas de las ventanas recién puestas, sus desniveles que impiden cerrar adecuadamente, sus manecillas y seguros, muchos rotos, la ausencia, en algunas, de los dispositivos para abrirlas, la cinta adhesiva pegada para que no se abra completamente la ventana. El edificio solo tiene cinco años de uso. Al acceder a los salones esto no se nota. En parte, como se ha señalado por la Gestalt o la ley de la pregnancia y el enmascaramiento según la cual una forma desafía los detalles, los encubre, siendo más persistente en una figura la captación de lo total cuanto mayor sea su pregnancia, es decir, la forma global en términos del sentido de regularidad, sencillez y simetría.
Ahí están las ventanas, en su conjunto, como forma completa y acabada. La percepción, como señalaba el epistemólogo suizo Jean Piaget, contiene, un recurso de modificación, de intervención. La percepción misma no consiste en una simple lectura de los datos sensoriales, sino que implica una organización activa en la que intervienen decisiones y pre-inferencias. Lo propio de la inteligencia, y como parte de ella nuestro campo nocional cultural, no consiste en contemplar, sino en transformar y su mecanismo es fundamentalmente operativo. Tendemos a corregir y a adaptar. Todo se ve normal. Al distinguir estas condiciones de deterioro sé que no sólo tienden a desaparecer para muchos, sino que aún si las señalo, serían percibidas fugazmente con un tono de indiferencia. En la configuración de ese todo dominan las líneas de fuerza de la normalidad. Con mi objeción a este estado de cosa, me sitúo en una posición excéntrica, inclusive reprochable.
El espacio al cual accedemos, al entrar, no es una dimensión vacía, sino un adentro sujetado; un espacio discursivo, práctico, con forma lógica de medios y fines, atravesado por un reduccionismo utilitario, natural, que Karel Kosik llamara lo “pseudo-concreto”. Se trata de un ser así que no se discute porque se representa como un ámbito externo, independiente de la práctica humana. El cuestionar no tiene cabida. El ser así como indicativo se transmuta en un imperativo.
Mientras más se inscriben en lo cotidiano, esas ventanas y condiciones del salón, así como otras en el edificio,- como al encender el proyector con su mensaje: “Please, clean filter”- más tienden a ser subsumidas en una normalidad. Ese mundo de la vida cotidiana es el escenario de nuestras acciones y relaciones, y como tal es intersubjetivo, como señalara Alfred Schütz, y tienden a dominar intereses eminentemente prácticos. Las relaciones se traban a nivel de la interacción simbólica. Así, mediante los símbolos, adquirimos información e ideas, entendemos nuestras propias experiencias y las de los otros, compartimos sentimientos y conocemos a los demás. El edificio forma parte de ese escenario de referentes simbólicos; dicho de otra manera, se trata de un espacio comunicativo, pero no con el exterior sino con el sí mismo.
Por eso señalamos que ese espacio no es un lugar exterior, sino un lugar reflejo por el cual uno se ve, se distingue, toma forma de ser y no meramente de estar. El espacio se configura como un espejo en el cual uno se ve, pero, claro, como imagen reflejada, es decir, como “eso” visto, por tanto siempre es ser otro. De Certeau, en La invención de lo cotidiano, retomando las reflexiones de Freud sobre la diferenciación, nos señala que “practicar el espacio (…) “es, en el lugar, ser otro y pasar al otro”.
Al entrar a ese espacio hacemos contacto con un mundo que nos precede, configurado por significados socialmente dominantes, con fuerza coercitiva, los cuales interiorizamos como modelo. Esta configuración nos permite actuar coherentemente con el otro. Se trata, como diría Schütz, de un “repositorio de conocimiento disponible”. Al ser percibido como “normal” (un ya existente por derecho), preguntarse sobre él se convierte en irrelevante. De ahí que mis preguntas y observaciones pasen a ser inadecuadas, sin mayor valor. Al reflexionar con estudiantes en una clase sobre este asunto de la inaccesibilidad de abrir las ventanas debido a la ausencia de mecanismo adecuado, me advertían con tono tranquilizador: “es que es así en todos los salones”. ¿Y?, “pues así es”. Ese es una aseveración de “cierre”, racionalizadora, que preserva del cuestionamiento.
Contrario a un mirar ya normalizado, vemos en ello varias capas de relaciones en movimiento, de prácticas combinadas. No se trata de “lo ocurrido” y que define su existencia como lo pretérito, indicio de un pasado, ni de un evento aislado, sino de algo que está aconteciendo y tiene forma extensiva. Su inmediatez (esa rendija en la ventana), su existencia directa en tanto forma y su relación con otras manifestaciones, lo hace significante. Su existencia misma re-cubre varias formas combinadas. En su relación con otras utilidades, emerge un cierto nivel de textualidad que nos muestra aspectos interesantes. Así vamos de la parte al todo parcial.
El carácter de significación, lo estoy abordando aquí no únicamente desde el ángulo de que existan prácticas que son indicios, señales de una práctica “exterior”, de degradación, sino porque su signo-base es su “desaparición”. Tanto a nivel de la percepción inmediata de condiciones adversas, como en lo referente al carácter global de devastación de esta situación, existe una evanescencia, una volatilización de éstas, lo que las hace más efectivas en cuanto al menoscabo nuestro. La “normalidad” se constituye en refugio de prácticas depredadoras que encuentran ahí, su fortaleza de operaciones. Al integrarse en una conciencia interpretante con una cualidad significante de admisible e inclusive razonable, la manifestación pierde la calidad de representamen en una dimensión crítica y se traslada a otra región pues posee otros códigos de lectura. Esta volatilización aniquila la percepción y es uno de los elementos que configura la imagen política de nuestra identidad. Así podemos llegar al canto tercero del infierno de Dante, y entrar a ese ámbito habitado por los indiferentes, que ni el infierno los reclama, frente a los cuales dice Virgilio:
Questo misero modo
tegnon l’anime triste di coloro
che visser sanza ‘nfamia e sanza lodo.
(…)
non ragioniam di lor, ma guarda e passa”
Tratamos estas manifestaciones como incidentes: se trata de formas episódicas en el sentido que son hechos puntuales –la rendija con su particular forma, la cinta adhesiva gris que por ser del color de la ventana se camufla- que forman parte de un todo; solo acaecen como eventos de algo mayor. Son significantes. Serían, en el sentido hegeliano: “cadáveres que la tendencia deja tras sí”. Un acercamiento inmanente a este tipo de evento nos muestra, por un lado, sus formas concretas tanto al nivel anecdótico en diversos tiempos combinados que van desde su primera aparición a su permanencia. Al integrarlos a una totalidad parcial mayor, producto de su mismo movimiento –no son formas estáticas- emerge un cierto nivel de coherencia y significación. Por otro lado, al integrarlas a otros eventos que comparten estructuras básicas, como las grietas, desprendimientos, oxidación, etc., nos remite a otra totalidad dinámica y significativa, como diría el sociólogo Lucien Goldmann, que nos revela otros ángulos. Dicha estructura es provisional, pues se regresa a la parte: se trata de un recurso analítico que no cierra o concluye el acercamiento. Precisamente por su forma concreta, particular, por sus condiciones de aparición y subsistencia en tanto formas, muestran, en su relación de coherencia desde su especificidad, una textura mayor, un entramado de significaciones al integrarlas, desde sus estructuras mismas, a una totalidad mayor constituida por las prácticas culturales.
Sin embargo aquí conviene una aclaración. La totalidad puede ser formulada desde una concepción racionalista al definirla como una suma de elementos y de hechos, privilegiando las relaciones lineales, absolutas; o una totalidad organicista que formaliza la totalidad como marco que contiene las partes y las determina como principio absoluto en el cual se explican los fenómenos. Esta última concepción nos remite a una construcción exterior que adquiere el lugar de referente teleológico. De igual manera no debe abordarse como una fuerza trascendente cognitiva, una conciencia humana universal, espíritu de época o de civilización que oriente la actividad en la constitución de un sujeto que acabe por suprimir las diferencias y que excluya las discontinuidades. Aquí se trata de un abordaje que va del todo a las partes y de las partes al todo mediante el conjunto de mediaciones que conforman un objeto en devenir.
De las partes al todo y del todo a las partes en un movimiento analítico, abierto, desde el punto de vista semiótico. De eso se trata. En el próximo artículo se toma una manifestación particular para examinarla en su totalidad expresiva.
El autor tiene un doctorado en sociología y semiología. Se desempeña como catedrático en la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Para ver el segundo artículo de la serie, pulse aquí.