Nadie supo. Al menos no en México. Desde que se anunció el encuentro entre Enrique Peña Nieto y el candidato del Partido Republicano de Estados Unidos, Donald Trump, muchos se preguntaron en qué pensaba el presidente mexicano cuando tomó esa decisión.
Las dudas aumentaron después de la catastrófica reunión del 31 de agosto, la avalancha de críticas que resultaron y la crisis interna en el gabinete presidencial.
En los círculos políticos y con sus mensajeros en los medios mexicanos, se supo que el autor de la invitación fue el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, quien se saltó incluso a la canciller Claudia Ruiz Massieu.
Los tuiteros se dieron vuelo con memes, teorías, hipótesis, sentencias para explicar las razones de fondo para el polémico encuentro. Peña Nieto aseguró que quería convencer al magnate “de la importancia de México para Estados Unidos, y de Estados Unidos para México”.
El 3 de septiembre, la ventaja en las encuestas de la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton, sobre su adversario se redujo a la mitad.
En México, todavía no está claro por qué el presidente invitó a Trump.
En Estados Unidos sí lo supieron. El columnista Jim Newell, de la revista electrónica Slate, adelantó su teoría: “Un presidente no muy brillante encontró un farol para iluminarse, pero después no supo qué hacer cuando Trump aceptó su invitación”, escribió.
Una explicación parecida dio el expresidente mexicano Vicente Fox. “Lo chamaquearon (engañaron)”.
Los escenarios
El problema no es la capacidad del presidente, las ambiciones de su ministro de Hacienda o que Trump se haya pasado de listo. Lo verdaderamente complicado es el escenario que viene.
A nivel internacional muchos analistas subrayan que la invitación de Peña Nieto y la forma como se desarrolló el encuentro, le dieron al magnate la respuesta que necesitaba a las críticas sobre su inexperiencia política y la incapacidad de gobernar a su país.
La imagen del empresario estadunidense al lado del presidente de un país en la residencia oficial de gobierno, el vídeo de su traslado a Los Pinos en un helicóptero de la Marina y la moderación en su discurso o al responder a periodistas le hicieron aparecer como un jefe de estado, señaló el diario The Washington Post.
Soledad Loaeza, investigadora de El Colegio de México, coincide: “Ahora tiene argumentos adicionales para decirle a su electorado que es un buen diplomático, que es un estadista de primera línea y que ya le advirtió al presidente mexicano que no va a variar de posición”.
En Europa y Asia existe la certeza de que si Trump llega a la Casa Blanca habrá una severa crisis mundial, no solo económica sino de seguridad. Y resulta contradictorio que el presidente del país más insultado por el magnate sea quien le preste el oxígeno que necesitaba su descontrolada campaña.
A nivel interno, la situación es aún peor: una encuesta del diario Reforma señala que 85% de los entrevistados califican como un error la reunión en Los Pinos, residencia presidencial.
Paradojas de la diplomacia. Durante cuatro años Enrique Peña Nieto ha buscado el respaldo mayoritario de los mexicanos a las acciones y reformas de su gobierno. Ahora lo consigue… pero en su contra.
“No veo la ganancia para México ni para el presidente. Incluso esta decisión parece indicar que hay una distancia grande con la opinión pública, que tuvo una generalizada opinión de rechazo, de que fue una muy mala idea”, añade Loaeza.
“Cualquiera pensaría que el presidente o es indiferente o se equivocó en su evaluación de la opinión pública mexicana”.
Al inicio de la crisis –es decir, la mañana anterior al encuentro- algunos trataron de entender las razones de la invitación. Quizá, señalaron, Peña Nieto pretendía mejorar su imagen y remontar su 23% de respaldo, la peor evaluación para un presidente mexicano desde que empezaron las mediciones, a fines de los 80.
Pero la realidad fue contundente. “Reunirse con el personaje más detestado de los mexicanos difícilmente ayuda al presidente”, dice la senadora Gabriela Cuevas, presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado.
“Tal vez si Trump hubiera ofrecido una disculpa o hubiéramos visto un mensaje mucho más contundente de Peña Nieto pero no se vio así. Es el presidente que hace unos meses le decía (al magnate) que se parecía a Hitler o a Mussolini, y ahora no pareció así”.
En el fondo la sensación de la senadora, como de analistas, tuiteros y ciudadanos en la calle, es que México fue humillado.
Adiós a la tradición diplomática
El excanciller Jorge Castañeda resumió en Radio Fórmula: “Fue un desastre, un fiasco casi de la magnitud de la fuga de (el narcotraficante) El Chapo, si no es que más”.
Y sí. Más allá de las consecuencias inmediatas en la popularidad presidencial, la interpretación en Washington es que su vecino del sur apostó por quien lo ha insultado durante más de un año.
Más. Históricamente el discurso de los gobiernos mexicanos había sido de no intervenir, ni siquiera con pronunciamientos, en las elecciones de Estados Unidos.
Peña Nieto es heredero de quienes diseñaron la estrategia diplomática. Pero algo sucedió porque el resultado es muy distinto a la tradición, dice la senadora Cuevas.
“Decían que México no iba a intervenir en ese proceso electoral pero solitos rompieron el discurso, acabaron haciendo un evento de campaña de Trump. Nuestro gobierno nos puso de ‘pechito’ (sujetos al escarnio)”, señala.
Lo peor es que el presidente Peña Nieto parece haber caído en arenas movedizas, porque cada intento de salir de la crisis lo hunde más. En la justificación para el encuentro con el republicano dijo que también Hillary Clinton estaba invitada.
Pero luego reconoció que la candidata estadounidense del Partido Demócrata no había respondido, lo que reveló un severo error diplomático insiste Castañeda. “¿Cómo se les ocurre aceptar la venida de Trump si no tienen la respuesta de Hillary Clinton?”.
Difícilmente la exsecretaria de Estado se reunirá con el presidente de México, porque no le conviene aparecer en el electorado estadounidense como plato de segunda mesa de Peña Nieto.
Ya mandó el mensaje. Tras la reunión en Los Pinos, Clinton reenvió en Twitter un comentario que había formulado días atrás: “Hay un viejo proverbio mexicano: dime con quién andas y te diré quién eres. Nosotros sabemos quien es Trump”.
Lo que sigue también es predecible. Si Donald Trump es elegido presidente de Estados Unidos no cambiará un ápice su discurso, como lo acaba de demostrar, e incluso pretenderá cumplir algunas de sus promesas más radicales, como la deportación inmediata de inmigrantes irregulares.
Tiene razones para hacerlo: apenas asumen el gobierno todos los presidentes estadunidenses empiezan a trabajar para su reelección y quedarse a vivir ocho años en la Casa Blanca.
Si Clinton gana los comicios es probable que desempolve la libreta donde anotó “la ofensa innecesaria” que sufrió, como dice el historiador Enrique Krauze. Será, entonces, el momento de ajustar cuentas.
La nueva presidenta o presidente de Estados Unidos asume el poder en enero de 2017. Enrique Peña Nieto entrega la banda presidencial el 1 de diciembre de 2018.
Son dos largos años para rumiar las consecuencias de una semana. La de la humillación.