
Como estrategia para “reinventar todas las maneras posibles para la intimidad”, el más reciente trabajo de la artista del movimiento y el escenario Teresa Hernández, “Privada”, nos invita a pensar lo colectivo desde lo personal.
Durante ocho funciones en La Beckett (café-teatro-cine) de Río Piedras, donde se mudaron sus personajes, lo ajeno dejó de ser intimidante y comenzó, incluso, a pertenecernos. Con la articulación textual y performativa que la distingue, Teresa Hernández nos persuadió hacia el “no entendimiento mental” y nos llevó por la profundidad reflexiva, emocional e intelectual, que caracteriza su arte.

Durante la pieza, la artista exploró el tema del paso del tiempo, los efectos de la colonia y la presencia de la Junta de Control Fiscal. (Antonio Ramírez Aponte)
Con un traje de jaula iluminado nos llevó de la calle a la terraza donde nos encontraríamos con la cubana Lázara o Lá (nada más asertivo que un clítico y su movimiento libre para darle vida a cualquier texto). Este personaje, cuya procedencia dentro del imaginario de la artista todavía es desconocido, cuida a su abuela Colette, una “mujer de avanzada” igual que la escritora francesa Sidonie-Gabrielle Colette, que tiene la sensibilidad de hablar sobre cómo el tiempo es secuestrado por el capitalismo.
Lá tiene un discurso teórico-teatral, amenizado con una naturalidad de sensualidad cotidiana, a través del cual inserta impresiones de la “performancia femenina” o “del ser mujer”. Su manera de abordar lo teórico suaviza la obsesión por el conocimiento y el entendimiento y valida la multidisciplinariedad y la experiencia como aliadas. Sus facultades espiritistas y la lectura de la actuación “como destreza para la vida” (desde donde cita a Beckett, a Stanislavski y a Chejov) le permiten dialogar con teóricos como Mauricio Lazarrato, Francisco José Ramos y José Anazagasty Rodríguez.

La puesta en escena tuvo ocho funciones en La Beckett en Río Piedras. (Antonio Ramírez Aponte)
Según Lá, el teatro puede incidir en nuestra manera de vivir, al fomentar la creatividad y la imaginación necesaria para regir la actividad mental y lograr la liberación de la realidad impuesta, como una manera de aspirar a nuevas posibilidades sociales, políticas y económicas.
No puede haber la llamada “reinvención” —a la que tanto se alude teóricamente cuando se habla de sobrevivir la crisis— sin la imaginación o la posibilidad de creación. En un intento por accederla, Lá recurrió a la memoria emotiva, como reconciliando a Chejov y a Stanislavski (según sus propias reflexiones teóricas) y pausa para escuchar las cotorras representativas de las tardes en la Universidad de Puerto Rico. Este instante jamaqueó la normalización de la crisis, consecuencia de la regla del capital, y transformó su privacidad en el espacio más público de todos. Hablar de la Universidad de Puerto Rico es un acto íntimo compartido, porque representa nuestra memoria emotiva de país y lo único propio que nos queda para seguir creándonos.

Personaje de El Mime. (Antonio Ramírez Aponte)
El trayecto hacia el tercer espacio interrumpió la conmoción para permitirnos apreciar mejor la armonía espacial en la que dialogaron los objetos escénicos, la escenografía y la iluminación a cargo de Juan Fernando Morales. Frente a un escenario enjaulado, nos recibió el video “Privada”, cuya edición cuidada y precisa de Arnaldo Rodríguez Bagué selló el ritmo de la pieza. Luego, la entrada del Mime, personaje que conocí en sus piezas “Infarto” (2002) y “Nada que ver” (2006), retomó la crítica, esta vez dirigida al absurdo de PROMESA, la Junta de Control Fiscal y los asesores financieros.
A modo de transición, el video casero del trayecto de un caracol nos lleva de lo mínimo a un agitado conteo de improvisación de movimiento sobre un sillón: primero hasta 51, luego hasta 100 x 35 y finalmente hasta 119 años que llevamos como colonia. Ese “mecerse” alude a la incomodidad, a la impaciencia y a la intolerancia de que ya ha sido suficiente. Entonces, el llanto protagoniza el visual para quebrantar las últimas paredes de la privacidad y contagiarnos hacia nuestras propias pérdidas. Para unir lo quebrado, la artista nos deja las instrucciones para soldar, con la salvedad de que usemos nuestras propias lágrimas para sanar lastimaduras ocasionadas por la exposición a la irradiación de luz.
Al final, el espacio vuelve a deshabitarse… listo para una mudanza más. La cubana sale para despedirse de él, de la abuela y “de Tere” (guiño al acostumbrado metateatro en los textos de Teresa). Luego, se despide de nosotros, invitándonos a soltar la pesadez de la jaula y asumirla desde el interior. Cerró la puerta y nos dejó adentro, cómplices de la privacidad reinventada.
La autora tiene un bachillerato en Escritura Creativa para los Medios y las Artes y una maestría en Lingüística, ambas de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha sido maestra, profesora y productora de teatro y de eventos culturales y educativos. Actualmente es editora independiente.