Cuando cambiaron, hace unos años, la animación introductoria de Caribbean Cinemas que marca el fin de los cortos y anuncios, y el principio de la función, recuerdo que mi decepción fue más que ligera. Confieso que, aún de adulto, nunca me harté de la versión anterior, en que la pantalla se convertía en la ventana gigante de una nave que cruzaba el espacio sideral, incluso con giros casi 3-D dentro de lo que parecía un “wormhole” a lo "Contact".
La animación actual, por su parte, es un vistazo dentro de una robótica fábrica cinematográfica, donde todo es de metal brilloso—hasta el queso de los nachos lo escupe indiferentemente una férrea jeringa—es más, hasta la petición de silencio es representada por una fila de bustos idénticos de acero, con caras (entendiblemente) de fastidio. Si algo brilla más que ese metal ubicuo de la nueva animación de Caribbean, es la ausencia de la gente. Si bien la animación anterior te proveía unos segundos de protagonismo en una fantasía espacial como antesala para el viaje cinematográfico subsiguiente, la actual te niega inclusión alguna en el proceso del cine, como si no importara que estuvieses tú o no para la experiencia fílmica que está por comenzar. Lo mejor que puedo decir de esta animación (aparte de las virtudes técnicas innegables del arte como tal) es que sus creadores me están siendo (demasiado) honestos: sí, la industria del cine es una suerte de fábrica, y sí, en cierto sentido, yo no le importo a los estudios de cine. Sin embargo, a fin de cuentas sí importo, porque sin mis chavos no hay industria—así que más les vale que me demuestren que en efecto reconocen mi importancia, porque si no, llevo mi ‘business’ a otra parte. Aunque al final sea un embuste, como la vieja animación del viaje espacial, déjenme al menos creerme que desempeño un rol en esta vaina, porque es precisamente por esa ilusión que estoy pagando.
Y es que, últimamente, no hay cosa que más me afecte, entre atemorizarme e insultarme, que cuando se me niega la primacía de mi/nuestra humanidad. El frío del cine boricua sólo se hace tolerable con la cobija de una buena experiencia fílmica, que, como toda vivencia estética, te arropa con el calor de simultáneamente olvidarte y auto-evaluarte. Si me privas de ese “confort”—si me indicas que la maquinaria funciona con o sin mí—no hay “sweater” que valga: para los efectos, me siento que ya pasamos el Apocalipsis y la Tierra es gobernada por máquinas indiferentes. Esto bien puede ser cierto… pero si lo llegamos a creer a nivel sociedad, si lo damos así de mucho por sentado, ¿para qué dar la batalla a diario? ¿Por qué no mejor recostarnos en la correa de la fábrica, entonces, en espera de lo que sea que los capataces invisibles tienen planificado para nosotros? O, espérate… ¿acaso será que los animadores de Caribbean Cinemas son críticos culturales que nos están brindando una lectura de nuestro conformismo? O peor aún: ¿acaso (gulp) fueron emisarios de la buena nueva que estamos viviendo ahora, en que (piensen: Villas del Sol, la conversión de Lloréns Torres en un Six Flags, Río Piedras 2012) lo primero es la maquinaria y lo segundo la gente? Caribbean Cinemas: ¿genios molestosos? (Dicho a regañadientes): Malditos… El autor es Dj de Hip Hop, egresado de la Universidad de Harvard de Filosofía y Letras.