El recinto riopedrense de la Universidad de Puerto Rico (UPR-RP) está completamente frío el día de hoy. Pero no es debido solamente a la lluvia y al frío invernal, sino a la ausencia de estudiantes. La frialdad y la soledad del Recinto se debe al silencio sepulcral que se extiende por sus instalaciones y a ese aura de mausoleo que la envuelve.
La UPR-RP tiene sus pasillos, sus jardines y sus plazas prácticamente vacías. Uno que otro empleado vaga por ella, al igual que dos o tres estudiantes con cara temerosa y de cautela, que intentan no pasar mucho tiempo a solas en tan espeluznante lugar, que en otros días fuera la magna casa de estudios de Puerto Rico. Algunos trabajadores esperan la hora de salida en sus áreas laborales que hoy se encuentran vacías. Bibliotecas, salas de computadoras, oficinas administrativas, comparten el aspecto de funeral que posee las demás zonas de la universidad.
Pero lo que realmente impresiona del estado actual de la UPR-RP es que en varios de los espacios comunes de esparcimiento e intercambio de ideas entre estudiantes, los jóvenes universitarios han sido sustituidos por policías fuertemente armados. En los bancos de la facultad de Comunicación, por ejemplo, un grupo de cuatro a seis policías disfrutan de su almuerzo y platican amenamente. Este escenario se repite en las calles del Recinto, pues cada ciento cincuenta pies aproximadamente, hay un grupo de patrullas, motoras y guaguas policíacas, con varios oficiales regulares y de la Unidad de Operaciones Técnicas, pasando el tiempo y siendo la única voz presente en la apagada y fúnebre universidad.
Estos oficiales me recuerdan a aquellas personas que asisten a un velorio y que no son familia del muerto. Mientras la verdadera familia y los amigos cercanos callan con rostro triste y apagado, estos invitados conversan, comen e incluso ríen en la funeraria, casi ajenos al dolor que acongoja a los dolientes. Así pues, del mismo modo que en esos lugares destinados para pasar el luto de los cuerpos ya sin alma de aquellos conocidos que han fallecido, en el recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico, los verdaderos familiares y amigos cercanos caminan con rostro serio y triste, mientras los invitados que no están directamente relacionados con el muerto, ríen, comen y se mantienen ajenos al dolor que representa ese cuerpo abandonado que ha perdido ya su espíritu. El Alma Mater.
Lo que está presente el día de hoy de esa Universidad, es un lugar. Un área en la que no se dan clases, en la que no hay intercambio cultural ni ideológico. Una Universidad de Policías Represivos. La UPR.