
Es importante hacer un repaso de las condiciones en las que este político de la periferia provincial del peronismo, advino al poder en un país barrido por la corrupción, la traición inmisericorde de la gran banca mundial, la hambruna y la miseria que arrodillaron al que un tiempo atrás se conociera como “el granero de América”.
La desesperanza y la frustración abatían a una población que había sido abusada, despojada de sus ahorros, pensiones, esperanzas y abandonada al cinismo colectivo de un inmenso país sin proyecto de futuro.
Aun resonaban los gritos de las multitudes de “¡que se vayan todos!”, la consigna que condensaba el desprecio colectivo a todos los políticos –y la clase política a la que el propio Kirchner sin remedio pertenecía– cuando hizo su aparición en la escena nacional en unas elecciones en las que en la primera vuelta quedó detrás de uno de los arquitectos del desastre, Carlos Saúl Menem.
Los mecanismos electorales del momento le pusieron, en una elección ballotage, frente a un Menem acobardado por todas las encuestas y pronósticos de la contienda a la que renunció y así, con un 22 por ciento de los votos, Kirchner se colgó la banda presidencial que había dejado abandonada su predecesor en una huída histórica en helicóptero.
“Chau al Fondo”
El desconocido que llegó del sur, comenzó entonces un proyecto de reparación de daños comenzando por los causados por la dictadura militar y el sometimiento a los organismos internacionales de crédito, así empezó a desvelarse el plan de “la era Kirchner”.
Contrario a la fórmula para superar la crisis recetada e impuesta por el Fondo Monetario Internacional consistente en desreglamentar las finanzas y el mercado, eliminar la inversión social, despedir empleados públicos, desmantelar los servicios estatales y pagar sin miramientos la deuda externa, Kirchner dio un golpe de timón.
Le advirtió al FMI que detenía los pagos hasta que se negociaran mejores términos y restructuraran la deuda, se enfrentó a los banqueros internacionales –que descapitalizaron al país—y les impuso nuevas y estrictas reglas para operar en Argentina. Le facilitó a los sindicatos la negociación de mejores convenios colectivos, aumentó el presupuesto educativo y en 2005, saldó la deuda con el FMI acuñando la frase que le hizo célebre entre los deudores del mundo, “le dijimos chau al Fondo”.
Cero impunidad
No es casual ni casualidad que, junto a la enseña nacional argentina, el féretro de Néstor Kirchner, luciera el emblemático pañuelo de las Madres y las Abuelas de la Plaza de Mayo. Su presidencia dio un vuelco definitivo e irreversible a la política de derechos humanos en un país que aún no conocía ni reconocía los extremos criminales de la dictadura militar.
En 2004, Kirchner ordenó que removieran los cuadros de los dictadores genocidas Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone, que ningún gobierno civil posdictadura se había atrevido a retirar y aún colgaban en el Colegio Militar. Antes, había logrado que el Congreso anulara las leyes de Obediencia Debida y Punto Final de manera que los militares genocidas que aún gozaban de impunidad pudieran ser juzgados.
Su mensaje más impactante sobre la defensa de los derechos humanos no fue una palabra sino un gesto: el 24 de marzo de 2004, en el primer acto de aniversario del golpe de Estado de 1976 durante su presidencia, en la Escuela de Mecánica de la Armada, donde funcionó la mayor cárcel clandestina de la dictadura, Kirchner lloró y pidió perdón en nombre el Estado.
Lo próximo fue transformar una Corte Suprema sin credibilidad, de mayoría automática y dominada por jueces cómplices del menemismo. En su lugar se nombraron jueces con el aval de la comunidad jurídica, de reputación intachable y sin ataduras partidistas, al punto que en su gobierno más de una vez le fallaron en contra.
La latinoamericanización argentina
Una de los cambios más visibles de Suramérica de comienzos de siglo XXI es la intensidad con que los gobiernos llamados progresistas se apoyaron unos a otros y desarrollaron nuevas instancias de solidaridad.
Durante la presidencia de Kirchner, Argentina, que por décadas estuvo mirando hacia Europa y Estados Unidos, encontró socios formidables en Lula da Silva, Hugo Chávez, Evo Morales, Michelle Bachellet, Rafael Correa y fue en la ciudad de Mar del Plata con la presencia del mismísimo George W. Bush, que enterraron la iniciativa hegemónica norteamericana de la propuesta Área del Libre Comercio de las Américas.
Allí también comenzó a germinar el proyecto de la Unión de Naciones de Suramericanas (Unasur), organismo de integración económica, social y cultural, que dirigía Kirchner como Secretario a la hora que le sorprendió la muerte.
Durante la presidencia de Kirchner se comenzó la discusión de un proyecto de ley para garantizar la radiodifusión democrática, abrir los medios de comunicación a una pluralidad de voces y la desmonopolización de la fabricación y comercialización de papel para diarios, que en Argentina es propiedad exclusiva de los dos principales diarios. Además se eliminó del Código Penal las calumnias y las injurias en casos de interés público por lo que los periodistas no podrán ser procesados por sus opiniones o informaciones.
La continuidad del proyecto K
Durante las exequias del expresidente, resultaban muy llamativos y repetidos los cruzacalles y letreros que leían “¡Fuerza Cristina!”. Estos no solo eran mensajes de solidaridad con la viuda, sino una nota de adhesión al proyecto kirchnerista y una exhortación a seguir adelante con los cambios prometidos y que aún no llegan.
El mensaje también era una advertencia a los poderosísimos enemigos que ha enfrentado el kirchnerismo, que a la muerte del líder ya anticipan un asalto al poder y una reinstauración de los viejos poderes.
Hay quienes ya han planteado su desconfianza en las habilidades presidenciales de Cristina Fernández, como si la presidenta fuera una marioneta de su recién fallecido marido. Esos deben ser los obstáculos más fáciles de vencer para la mandataria, pues Cristina bien puede firmarse “de Kirchner” como su esposo pudo hacerlo “de” Fernández, ya que fueron un auténtico y exitoso equipo político.
Pero la Presidenta ahora no cuenta con su más cercano y confiable colaborador y conspirador, por lo que tendrá que reconstituir apoyo y reforzar su respaldo entre las clases populares que han sido la base social de su proyecto.
En el complicado mundo de la política argentina, en particular el submundo de la maquinaria peronista, las alianzas son frágiles, volátiles y siempre listas a cambiar de bandos, pero la presidenta Fernández ha dado muestras de que puede seguir impulsando el modelo kirchnerista con un apoyo sólido de las mayorías que conquistó junto a su esposo.
El autor es periodista independiente.