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Ya van dos días desde que Corea del Sur debutó en su octava Copa Mundial de Fútbol y justo ahora -cuando me apresto a escribir- escucho por mi ventana los coros que hacían eco la noche del sábado, “Dae Han Min Guk (대한민국)”. Y le siguen las rítmicas palmadas papap-papap-pap…
Era el color rojo el que dictaba la moda sabatina que se habría impulsado cuasi como el uniforme nacional con la publicidad masiva que se desplegaba por doquier desde hace varias semanas ya.
Aunque el partido del mejor equipo asiático contra los griegos no comenzó hasta las 8:30 de aquella velada, nada importaba más desde tempranas horas del día.
Negocios ambulantes, establecimientos de comida, tiendas de ropa, de artículos de belleza, de celulares, entre otros tantos; todos haciendo su agosto en pleno junio, vendiendo y rifando cuanto artículo alusivo al apoyo por su equipo.
Y nosotros, los extranjeros residentes acá, -que por razones obvias sentimos especial afecto por este país- nos vivimos la euforia colectiva como si se tratase de nuestras patrias.
Por suerte, presenciaba todo en Daegu, una ciudad al este que se escapó de la lluvia incesante que caía en Seúl.
Ya entrada la tarde, varios artistas se treparon a la tarima pa’ ir animando al ritmo pop de sus letras, mientras el público esperaba por el gran evento.
Dice el Korea Times que alrededor de un millón de seguidores salieron a las calles pa’ ver el partido en las pantallas grandes que se apostaron por todo el país. Y que al menos seis de cada diez televisores surcoreanos lo sintonizaban.
Tras finalizar la primera mitad, me lancé en un recorrido por el dauntaun y en cada calle habían proyectores y televisores de todos los tamaños dentro y fuera de las barras mostrando el partido. Y en la plaza principal, ni se diga. Era simplemente imposible moverse entre el gentío que acaparaba cuanto rincón a lo largo de varias cuadras.
Cada minuto la emoción continuaba in crescendo porque a penas desde el minuto siete llevábamos la delantera con el gol de Lee Jung-soo en su primer juego del Mundial.
Pero no fue hasta que el jugador estrella Park Ji-sun anotó el segundo gol que se sintió la vehemente celebración. Ya la República de Corea había asegurado su victoria ante al equipo griego que, contrario a la pasada copa, se había mostrado débil.
En Daegu, la emoción colectiva se extendió hasta pocos minutos después de culminado el partido. Digo, la gente seguía en celebración, mas nada tan exagerado como cuando Tito Trinidad ganaba una pelea y en Cupey el tráfico duraba hasta las seis de la mañana.
Y es que muy pocos coreanos son alborotosos como nosotros. Aún cuando su cultura deportiva es mucho más sólida. Pero los hay.
Algunos boricuas, cuasi innatamente corrimos entre multitudes, incitándolas a continuar la celebración y se unían, gritaban, tocaban bocinas, reían, se emocionaban o simplemente nos ignoraban.
Pese a que el maneyer Huh Jung-moo asegura que el equipo pudo haber jugado mejor, el pueblo se siente más que satisfecho con la victoria. Y ahora, según reseña la prensa local, se sienten más confiados pa’ los futuros partidos.
Veamos, si logran ganar el jueves ante Argentina, uno de los mejores equipos del mundo. A ver si por mi ventana se continuarán escuchando los coros y las palmadas en apoyo a la República de Corea… 대한민국, papap-papap-pap…
Y así dice La Petra.
P.d.Esta es una las canciones grabadas como promoción oficial para esta edición de la Copa Mundial. Una forma de apelar a los jóvenes es usando a los reconocidos grupos del K-pop.
En el primer video se enseña la coreagrafía y en el segundo, la primera parte de la filmación con los grupos.
Este texto fue publicado en el blog “Dice la Petra”, para acceder, pulse esta dirección: http://www.dicelapetra.com/