Tijuana amanecía nublada. La ausencia del sol, por lo general generoso, esta mañana ha dejado una ciudad envuelta entre grises y ocres. El tráfico de la Zona del Río a la Casa Rosa, a donde nos dirigimos, se alarga por kilómetros, algo común para quienes acá viven y que saben que solo con paciencia pueden sobrevivir, diariamente, a esta infinita fila de autos que serpentea por las lomas que cercan la ciudad.
Llegamos a la Casa Rosa. A las oficinas de la asociación SER. En esta sencilla construcción de una planta, fachada roja y cochera, SER lleva tres años intercambiando jeringas usadas a personas con problema de drogas entre población indigente de Tijuana. Su propósito: crear hábitos de salud que ayude a disminuir el número de infecciones de VIH Sida y hepatitis en esta población altamente vulnerable a las infecciones.

(Foto Lucía Viridiana Vergara)
Según Andrés Gaeta, trabajador de SER, “para el gobierno esta población no existe, los ha borrado del mapa. Están hasta el fondo de la línea de la discriminación”. Un dato: por día, SER recibe hasta 50 personas que buscan acceder a jeringas limpias.
La Casa Rosa está ubicada en el centro de Tijuana, al lado de una plaza con poca vida comercial. Un puesto de jugos le hace compañía a la jardinería con setos perfectamente cortados. En una de las esquinas, hay una farmacia que llegó ahí desde hace décadas y que se resiste a dar paso a alguna de esas cadenas que controlan el mercado de los medicamentos. También, justo enfrente de la Casa Rosa hay una iglesia de color café donde la afluencia de religiosos se combina con los visitantes a la Casa. La tranquilidad de esta calle, permite escuchar los pasos de los niños que cruzan para ir al colegio.

(Foto Lucía Viridiana Vergara)
Afuera de ésta, sobre la banqueta, se reúnen personas con problemas de drogadicción. La ropa que les cubre es el cúmulo de una larga colección de horas y calles recorridas. A pesar de ser verano no dejan ver prácticamente nada de piel. Algunos cargan con su equipaje que vigilan de reojo mientras esperan: botellas de plástico o cartón apiladas y amarradas en perfecto orden que durante sus traslados logran reunir para luego intercambiar por algunas monedas.
En mano, los hombres que esperan cargan con las jeringas usadas que van a intercambiar por nuevas, limpias. Es el elemento de trueque y por lo que todas las mañanas aguardan en la cochera de la Casa Rosa. Entre las jeringas, sueltas o en bolsas transparentes, sostienen el café gratis que reparte el personal de SER. Aunque la mañana no está fría toman el vaso desechable con ambas manos y degustan la bebida en pequeños sorbos.

(Foto Lucía Viridiana Vergara)
El trato entre las personas mientras hacen la fila es amable. Miradas perdidas o que simplemente viven en otra latitud del consiente. Recargados todos contra la pared y sentados en el piso algunos intercambian frases, cortas, breves. Los diálogos, apenas perceptibles, suenan a murmullos. Otros prefieren el silencio. Pero todos saben por qué están ahí. Sin temor. Sin que nadie los juzgue.
Fernando, que aguarda su turno en la cochera, entre frases y temas diversos, nos dice que ser usuario de heroína implica una aceptación implícita de que se tiene que vivir con discriminación por parte de la sociedad y el gobierno. El tener el cuerpo piqueteado y recorrer las calles de Tijuana buscando basura para reciclar lleva un peso social que se acepta desde el primer pinchazo. “Estamos acostumbrados a que la gente se cambia de acera cuando nos ven venir. Eso ya lo sabemos”, cierra Fernando mientras las palabras se pierden entre los sorbos al café.
Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) interpuso una demanda de amparo contra las autoridades municipales de Tijuana por negarse a asumir la responsabilidad del tratamiento de desecho de los residuos que representan las jeringas usadas. En otras palabras, destruirlas para que no regresen, infectadas, a la calle.
SER ha pedido reiteradamente la asistencia de las autoridades y éstas, simplemente, no responden. Se les hizo fácil ignorar la petición formal de trabajo en alianza. La razón no se puede determinar claramente. La vía legal es el último recurso para obligar al gobierno a realizar la tarea que le corresponde: recibir y tratar adecuadamente los residuos para que no regresen a la población o dañen el medio ambiente.
Esta negativa de las autoridades municipales, no es cualquier cosa. Tiene que ver con la falta de rendición de cuentas y transparencia a la hora de ejercer el presupuesto público destinado al rubro de salud y cuidado del medio ambiente. A través de la demanda de amparo, MCCI busca que el Poder Judicial obligue al municipio de Tijuana a cumplir con su responsabilidad y, de paso, dejar sentado un precedente para otras entidades donde ocurre algo similar.
Pasamos al interior de la Casa Rosa.
En el vestíbulo destaca un folleto con instrucciones prácticas sobre dónde se encuentran, en el cuerpo, los espacios más adecuados para inyectar la droga y la importancia de ir rotando los lugares. Aquellos que nos dejan ver sus brazos, muestran las batallas sin tregua de piquetazos, las cordilleras que han dejan en el tiempo las puntas de las jeringas.
Ante nuestra mirada, por lo menos dos personas toman ese folleto, lo revisan, murmullan algo que provoca una sonada carcajada. Preguntamos si la información de ahí no valía o era insuficiente, la respuesta es inmediata: “¡al contrario! Si de ahí aprendimos dónde picarnos”.
Andrés, con un dejo de preocupación, que el dinero que se invierte en recoger las jeringas y después asegurar su destrucción adecuada es una suma importante que no siempre puede asumir la organización, “por ello pedimos apoyo al gobierno, para asegurarnos que esas jeringas jamás regresarán a la calle”. Hasta ahora la actitud del gobierno es contundente según SER, “ni nos contestan los oficios”.
Es medio día. El equipo de SER se traslada en una camioneta blanca. En esta ocasión deciden ir a las calles donde habitan –la mayoría en comunidad en inmuebles casi abandonados– los usuarios de heroína. El equipo en calle en esta ocasión es de dos personas, dos mujeres.
La intención es acercarse a la población para intercambiar jeringas en calle. En donde se instalan, casi de inmediato se hace una fila de más de 20 personas; algunas en silla de ruedas, en muletas, hombres mujeres, viejos o jóvenes, con jeringas en mano esperando obtener 8 nuevas jeringas por las 3 (mínimo) que den entregar.
Una de esas personas lleva más de 50 en una bolsa oscura, “las fui encontrando en la calle y por donde vivo”, dice. Su rostro es duro y sus palabras escasas. Las manos pobladas de costras de añeja sangre. Sin hablar casi con nadie hizo la fila y entregó su material. A cambio le devolvieron las 8, no más. En esa ocasión SER sacó de circulación más de 250 jeringas usadas.
Desde la calle donde se hace el intercambio se ve La Línea que divide la frontera. Emblemática escena de Tijuana para una población que se quedó –muchos de ellos– varados en esta ciudad al no poder cruzar a Estados Unidos.
Han rehecho su vida en Tijuana, tanto, que cruzar La Línea dejó de ser su aspiración. A través de los años sus raíces se quedaron del lado mexicano. Para algunos La Línea será siempre la barrera infranqueable que los separa de lo que fue su sueño algún día que llegaron y la pesadilla que puede ser su existencia hoy.
Al cabo de una hora, la recolección de jeringas usadas se termina y el personal se retira. Algunas voces de los beneficiarios hablan abiertamente sobre el agradecimiento a SER por la labor que hacen. Otros, simplemente se retira después de recibir su paquete de nuevas jeringas. La jornada ha terminado. Al cabo de unos minutos la gran mayoría ha desaparecido sin dejar rastro.
Se pierden entre las pinceladas grises y ocres de este día sin sol en la ciudad en Tijuana.