Aunque se sabía hace un tiempo que la condición de salud del ex pelotero y miembro del Salón de la Fama del Béisbol, Anthony Keith “Tony” Gwynn, estaba deteriorada debido a un cáncer en la glándula salival relacionado a su consumo de tabaco, la realidad es que su fallecimiento tomó a muchos y muchas por sorpresa.
Gwynn era un maestro del diamante, un virtuoso del bateo, un atleta con un calibre increíble, de esos que a veces —en broma y en serio— decimos que no sabe hacer “más ná”. Para aquellos que como yo nos criamos en las ligas infantiles de béisbol en el Puerto Rico de los años noventa, de alguna u otra manera, Gwynn era influencia directa.
Recuerdo que cuando era chico solo podía aspirar a querer ser como Tony Gwynn, esto porque en mi mente solo podía ser aquel gordo que no paraba de batear. No tenía más espacio para aspirar a alguien más. Esa aspiración de parecerme de alguna manera al “Mr. Padre” poco a poco se fue convirtiendo en una de mis más fervientes convicciones. Gwynn no era un jonronero, igual yo mucho menos lo era, pero sus números a lo largo de sus veinte años de carrera hasta el día de hoy siguen siendo sorprendentes. En tiempos donde no faltan nombres sobresalientes en el béisbol organizado norteamericano, con una competitividad beisbolística que podríamos mencionar “irrepetible”, Gwynn sentó las bases de un deporte complejo, dinámico, de agresividad en la ofensiva, de eso que llaman “acomodar bola”, estilo que durante mucho tiempo había sido dejado a un lado, y que hoy día también ha sido sustituido por el “espectáculo de los jonrones”.
Vistiendo a lo largo de su carrera de veinte años el uniforme de los Padres de San Diego en la División Oeste de la Liga Nacional, Gwynn mantuvo números sumamente interesantes para el béisbol profesional. Con un promedio de bateo a lo largo de su carrera de .338, 135 jonrones, 3,141 inatrapables, 15 apariciones en el Juego de Estrellas, 5 Guantes de Oro, 7 Bates de Plata, 8 títulos de bateo de la Liga Nacional, y el premio Roberto Clemente, Gwynn se consolidó como uno de los jugadores más importantes de todos los tiempos.
¿Por qué Tony Gwynn ocupa un espacio importante en la historia del béisbol contemporáneo ante otros tantos peloteros que han aportado a la disciplina? Simple, el trabajo de Gwynn puede quedar resumido en dos palabras: consistencia y agresividad.
Además de su notable habilidad para batear hacia su espacio contrario, este zurdo era realmente un ferviente estudioso de sus errores, de sus aciertos, como también del béisbol en general. Esto le atribuyó el alias de Capitán Vídeo, dado a que grababa todos y cada uno de sus turnos para revisar dónde era que estaban sus debilidades y fortaleza en su mecánica de bateo, algo que sin duda cambió para siempre su forma de bateo y trajo consigo resultados interesantes en cuanto a la manera en que los lanzadores se preparaban ante un adversario que difícilmente se ponchaba.
Pero las aportaciones de Gywnn no se limitaron al terreno de juego. En 1990 recibió el más alto galardón para un jugador de Grandes Ligas con sus labores comunitarias fuera del juego, su integración para con los niños y niñas del área de San Diego, además de su intervención directa en cientos de ligas infantiles, le hicieron merecedor del premio Roberto Clemente.
Así las cosas, Gwynn se mantuvo sumamente conectado a la ciudad que le daba tanto apoyo dentro y fuera del terreno, y que lo acogió como suyo celebrando cada victoria y cada derrota. Sin duda alguna, el ejemplo y el legado que deja Gwynn para las generaciones que le vieron jugar —hasta los que con mucha suerte vieron a un desconocido Tony Gwynn en la Liga Invernal de Béisbol Profesional de Puerto Rico a principio de la década de los ochenta con los desaparecidos Vaqueros de Bayamón— debe ser reconocido, estudiado y emulado.
Hoy, parte un hombre que deja su huella en la historia del béisbol, del mismo calibre que otros grandes como Ted Williams, Roberto Clemente y demás miembros del Salón de la Fama, y de ese selecto grupo de bateadores que han podido sobrepasar la barrera de los 3,000 imparables. Sólo nos resta pensar si es prudente que esta prematura muerte se hubiera podido evitar con la regulación del consumo de mascadura de tabaco que por tanto tiempo se ha acostumbrado hacer en el béisbol. Eso es harina de otro costal, y acá solo debemos conmemorar la memoria de un gran hombre.
El autor es estudiantes en el Programa Graduado de Historia de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras