Como puertorriqueña me indigna ver como las reivindicaciones y logros que costaron tanto esfuerzo y sacrificios en favor de una sociedad más justa y equitativa son tirados por la borda en estos tiempos. Me pregunto, ¿en qué momento de la era contemporánea el uso de la falda y el pantalón se convirtieron en un tema de debate en la isla?
Para quienes estudiamos en las escuelas públicas del país para la década de los setenta esto nos provoca un sabor amargo. Que yo recuerde, en el pueblo de Las Piedras, en ningún momento fue un tema de discusión. Por el contario, muy orgullosamente nuestras maestras nos contaban sobre la maravillosa gesta de Luisa Capetillo, quien para el 1880 desafió los convencionalismos de la época y vistió con pantalones.
Utilizábamos uniforme, pero no existía esa absurda y reciente obsesión de imponerles falda a las chicas. Después que los uniformes fueran fabricados con las telas y colores requeridos, las niñas y las jóvenes podíamos utilizar pantalones. También destacaban la importancia del voto, tanto para las mujeres, como para los hombres.
Nos llegaban con fuerza los aires de la segunda ola del movimiento feminista y también la inserción de las mujeres al trabajo asalariado. Había algunas estudiantes que por sus convicciones religiosas solo utilizaban falda, y eso lo respetábamos. Al ver hoy como hemos ido perdiendo derechos laborales, sociales y económicos, en ocasiones me da la sensación de que retrocediéramos en el tiempo.
Pareciera que estamos destinados(as) en tiempos de la crisis a ceder y perder muchos de los derechos y garantías que con tanto esfuerzo lograron las generaciones que nos precedieron.
La semana pasada en la Escuela Superior Juana Colón en Comerío se suscitó un triste suceso cuando la estudiante Karina Fontánez Rivera llegó a la escuela vistiendo con pantalón. Independientemente de las razones que llevaron a la joven a hacerlo, no entiendo la razón por la que la encerraron en una oficina criminalizándola y negándole el derecho a su educación. La reprimenda fue ejecutada por dos mujeres -la directora y la trabajadora social-, quienes tuvieron a cargo la atención de la situación y quienes seguramente en ese momento utilizaban pantalones.
Relata uno de los maestros de la escuela, Wilson Torres, que al otro día llegaron otras dos estudiantes vistiendo pantalones en solidaridad con el reclamo de Karina. Me parece muy penoso que en pleno siglo 21 aún utilicemos acciones disciplinarias de ese tipo.
Me pregunto, ¿qué estará ocurriendo? ¿Por qué una mujer joven con pantalones hoy resulta tan desafiante? ¿Será cierto como dicen que el hábito hace al monje? ¿Acaso un pantalón o una falda determinan la identidad y orientación sexual de una persona? ¿Está anclada la feminidad y la masculinidad de los sujetos en la vestimenta que utilizan?
Los uniformes son un mecanismo de control, se utilizan para disciplinar, para promover sujetos dóciles que no cuestionen las normas impuestas y reproduce una visión del mundo binaria. En la última década, un considerable número de las escuelas públicas -imitando a los colegios- imponen de manera sexista la falda a las chicas y el pantalón a los varones, reproduciendo con esto la idea de que el mundo de las mujeres esta en oposición al de los varones.
Esta situación me llama la atención pues, repito, mientras yo estudié en las escuelas públicas del país, eso nunca fue un issue. Recuerden que eran los tiempos del surgimiento de la Comisión para el Mejoramiento de los Asuntos de la Mujer (1973), entidad gubernamental encargada de investigar y “eliminar todo discrimen que se estuviera cometiendo contra las mujeres y promover todas aquellas actividades para que las mujeres puertorriqueñas disfrutaran de igualdad de oportunidades” (Ley Num. 57 del 30 de mayo de 1963).
Para entonces, se reproducía un discurso binario: “los nenes con los nenes y las nenas con las nenas”. De manera que, el que las chicas utilizáramos pantalones, era un símbolo de liberación femenina y nadie sentía que por utilizar pantalones se cuestionaría su identidad.
A pesar de que se asumió la discusión en el país de manera binaria, en 1975, Bárbara Santiago Solla (Soraya), transexual puertorriqueña, se realizó la operación de cambio de sexo. Lo planteo para destacar que el mundo no era tan en blanco y negro como nos lo hacían creer. También estábamos siendo impactados por los reclamos de la comunidad de lesbianas y homosexuales.
A partir de la década de los ochenta y noventa comenzamos a escuchar con más frecuencia los conceptos de género y perspectiva de género. De hecho, en las universidades del país comenzaron a crearse centros y proyectos para estudiar las mujeres y la categoría de análisis de género comenzó a ser aplicada en distintas investigaciones.
También comenzamos a escuchar los discursos sobre las feminidades y masculinidades. Comenzamos a reconocer las diferencias y los retos que traía con ello aplicarla para vencer los prejuicios y la intolerancia. Comenzaron a organizarse las paradas de orgullo gay y otros tipos de actividades reivindicativas, que nos recordaban a cada momento que el mundo no era binario (las mujeres no son iguales entre ellas y los varones no son iguales entre ellos).
De hecho, parte del mismo movimiento gay, por un tiempo, también lo asumió de forma binaria y cuando comenzaron a llegar las dragas a la parada, hubo gente que dejó de asistir y se sintió ofendida. Sin embargo, la comunidad LGBTTIBQ no se quedó cruzada de brazos y con mucha fuerza ha logrado en el siglo 21 importantes reivindicaciones y derechos.
Los grupos religiosos fundamentalistas, al ver que se les escapa de las manos el asunto, han comenzado a pactar con los políticos de turno para encontrar la fórmula para regresar al oscurantismo. Esto se comprobó en las distintas cartas circulares que han sido aprobadas y dejadas sin efecto para la aplicación de la perspectiva de género en las escuelas. Es decir, mientras el asunto se manejaba de forma binaria, no había mucho problema, pero una vez se dan cuenta de que la gente vive en un mundo a colores y con diferentes matices, comenzaron a utilizar a las escuelas nuevamente como el lugar para someter los cuerpos.
Por ejemplo, a Karina la semana pasada le cuestionaron el tipo de pantalón que trajo puesto y se le exigió que de utilizar pantalón en otra ocasión, fuera de un estilo como el que usan los varones, cuestionando con ello su feminidad y violando con esto su intimidad. Además, está vigente una carta circular (16-2015-2016) en la que el Departamento de Educación plantea que “no se impondrá la utilización de una pieza particular de ropa a estudiantes que no se sientan cómodos con la misma por su orientación sexual o identidad de género”.
En ese sentido, me pregunto, ¿en qué cabeza cabe la idea de que aquella chica que desee utilizar pantalón deba confesar una supuesta identidad sexual? ¿Por qué razón solamente a los(as) estudiantes transgénero se les permitirá utilizar el uniforme de su preferencia? ¿No se dan cuenta de que es estigmatizante tanto para unos como para otros?
Por otro lado, el gobierno de Barack Obama emitió una directriz que indica que todas escuelas públicas deben permitir una elección libre a estudiantes transexuales al momento de usar los baños, planteándose que “si hay algún estudiante transgénero en Puerto Rico que pide acceso a una instalación o actividad que está segregada por género, en ningún momento puede la escuela pública negárselo. Tampoco puede acomodarlo en un baño separado de los demás alumnos. Está prohibido por ley y es una de las cosas que son claras de esta comunicación del Departamento de Educación de los Estados Unidos y el Departamento de Justicia federal. Cualquier escuela pública o Departamento de Educación estatal, incluyendo al de Puerto Rico, puede perder el dinero que recibe del gobierno federal al no cumplir la directriz emitida ayer, o el Título IX en general” (Título IX de las Enmiendas de Educación de 1972 del Departamento de Educación de los Estados Unidos).
En ese sentido, la discusión de si Karina puede usar o no pantalones en la escuela Juana Colón en Comerío no se trata solamente de un asunto disciplinario, en el fondo hay un asunto más complejo por analizar, y en el que se entretejen una serie de intereses y acciones promovidas por los pánicos morales, y que se convierte en pleno siglo 21 en una cacería de brujas.
La autora es profesora en el Departamento de Ciencias Sociales en la Universidad de Puerto Rico en Cayey.