
Cuando terminé de leer la última página de la novela La voluntad y la fortuna, de Carlos Fuentes, estuve largo tiempo relacionando a algunos de sus protagonistas con personajes “reales” de la sociedad mexicana contemporánea. De forma inevitable e instantánea, hago la conexión entre Max Monroy –poderoso empresario de las telecomunicaciones, que como gran titiritero mueve los hilos de un país- y Carlos Slim Helú, un hombre del que se sabe poco, pero al que se le imagina mucho. El recuerdo es de noviembre del 2005, cuando los principales candidatos a la presidencia de México, acompañados por científicos, académicos, empresarios y figuras públicas, firmaron el “Acuerdo de Chapultepec”, convidados en el histórico alcázar por Carlos Slim. La televisión mostraba como uno a uno los ilustres personajes firmaban el documento, ante la mirada tranquila del magnate mexicano, que sonreía y saludaba de mano. El documento señalaba que pasara lo que pasara en las elecciones venideras, todos los presentes se comprometían a enfocar sus esfuerzos en cinco puntos (1. Seguridad, 2. Educación, 3. Empleo, 4. Salud y 5. Crecimiento Económico) previo a la polémica elección presidencial, en la que resultó electo el actual presidente de México, Felipe Calderón. Así, en el México real Slim reafirmaba que para mandar él no necesita hilos –como Monroy- , que él bien puede convocar a los poderosos –menos que él, obviamente- y hacerlos firmar delante de las cámaras, en “prime time”. Pero, ¿quién es Carlos Slim? Esa es la pregunta que se hace el mundo entero. Muchos desde hace años o meses cuando su impresionante fortuna y su particular visión empresarial comenzaron a despuntar; pero la mayoría se la hicieron ayer cuando la revista Forbes lo identificó como “el hombre más rico del mundo”, con una fortuna estimada en $53.5 mil millones. Se ha calculado que su fortuna supera al PIB (Producto Interno Bruto) de varios países –como Bolivia, por ejemplo- y que es dueño de unas 200 empresas que van desde restaurantes, constructoras, hasta el imperio más grande de telefonía móvil en América Latina. Un hombre que puede gastar dinero sin límites, pero que es creyente de la frugalidad y la sencillez, incluso llegando al extremo de utilizar relojes de plástico –ojo, que es amante y conocedor de la alta cultura- y las libretas en lugar de laptops o computadoras excéntricas. Le persiguen acusaciones que lo hacen muy poco popular entre la masa mexicana. Sus vínculos con el ex presidente Carlos Salinas de Gortari –persona non grata para la mayoría de los mexicanos- datan de la década de los 80, cuando la fortuna de Slim realmente despegó, con la adquisición de la telefónica Estatal, hoy el emporio Telmex. Otros empresarios -mexicanos y extranjeros- acusan a Slim de perpetuar monopolios al entorpecer la aparición de competencia a sus empresas Telmex (telefonía fija, 90% del mercado) y Telcel (telefonía móvil, 70% del mercado) que cobran unas tarifas altísimas, las cuales acrecientan su impopularidad, con un mercado cautivo de unos 113 millones de mexicanos. Acusaciones que sus partidarios niegan. Slim también tiene sus ‘groupies’. Ellos hablan de un genio incomprendido. De un gran generador de empleos, directos e indirectos. Hablan de un visionario, de “un gran mexicano”. Enemigo de los “big entrances”, Slim prefiere pasar desapercibido. Su padre, un pobre inmigrante libanés que llegó a México a los 14 años, le enseño el valor de la austeridad; tal como él la enseña entre sus empleados. En medio de la crisis económica mundial, Slim envió un comunicado a cada uno de ellos en el que explicaba que “mantener la austeridad en tiempos de vacas gordas fortalece, capitaliza y acelera el desarrollo de la empresa, y además evita los amargos ajustes drásticos en las épocas de crisis”. Slim parece ser dueño de todo, también de verdades… al menos macroeconómicas. “El ingeniero”, como le llaman respetuosamente a Slim, ha regalado al mundo frases como “El trabajo bien hecho es una devoción”, o también “soy un hombre de papeles, no de electrónicos”. Cuando el USA Today lo cuestionó sobre la pobreza en México, Slim respondió: “La pobreza no se combate con donaciones, caridad, ni siquiera con el gasto público, (…) la combates con salud, educación y trabajo“. Muchos lo critican por su falta de filantropía. Sus detractores dicen que gracias a que Bill Gates y Warren Buffet han donado miles de millones de dólares, fue posible que Slim los pasara en el ranking de Forbes. Él habla de su legado de arte para los museos Soumaya y de los 250 mil empleos directos que ha creado en México en los últimos años. Millones de mexicanos, y otro tanto de extranjeros, se dicen “avergonzados” por el hecho de que Slim sea el “hombre más rico del mundo” y haya hecho su fortuna en un país donde se estima que el 43% de la población –unos 45 millones de personas- viven en estado de pobreza, con un ingreso promedio de $5 al día por familia. El impacto de la noticia de Forbes fue positiva para la Bolsa Mexicana de Valores, que ayer cerró a la alza con un 0.30 por ciento. Varios analistas ven futuros signos positivos para la economía mexicana tras el anuncio de Forbes, debido a que los $53.5 mil millones de Slim están en inversiones y participaciones, en bonos y acciones, muchos de ellos en la Bolsa Mexicana. Eso brinda seguridad a inversionistas locales y extranjeros. Según un allegado a Slim, en declaraciones que recoge la revista ‘Time’, tras conocer la noticia de Forbes, “El ingeniero” declaró: “Me es impermeable”. Impermeable. Quizá es un adjetivo autoimpuesto que le va muy bien a Slim. Como le son las críticas, las alabanzas, la riqueza, la pobreza, la justicia, la injusticia, la democracia o el régimen de partido. Carlos Slim se adapta y prospera en cualquier condición. ¿Habría podido amasar Slim una fortuna tan grande en un país más desarrollado que México? Imposible decirlo. A él sólo le gustan “las inversiones”.