Nota de la editora: Este es el primero de una serie de artículos sobre el crecimiento de China como potencia política y económica mundial, así como de la reconfiguración de las políticas exteriores de los países latinoamericanos a favor del gigante oriental, sus acciones en la región latina y la percepción de los ciudadanos latinoamericanos hacia la creciente nación.
Estados Unidos se ha envuelto en dos guerras que han demostrado los límites del rendimiento de la diplomacia violenta americana. La construcción y mantenimiento del orden internacional ha fatigado a Estados Unidos, ha carcomido su economía nacional en detrimento de lo que fue una vez la clase media más grande del mundo. La admiración y la dependencia que muchos países una vez tenían hacia Estados Unidos han sido socavadas por las constantes crisis financieras, incompetencia diplomática en Iraq y Afganistán, la fallida política de guerra anti-terrorismo y en contra de las drogas y la masiva deuda pública que este país enfrenta.
Hoy se vive una nueva conjetura, donde muchos países han reconfigurado sus políticas exteriores, distanciándose así de la alineación perfectamente vertical que una vez tuvieron con los intereses y políticas americanas. Tal distanciamiento ha sido económicamente posible gracias a la nueva fuente de capital que China ha podido proveer a estos países, una vez dependientes de Estados Unidos. China continua acarreando superávits en cuentas corrientes (donde se registran las transacciones de bienes y servicios como importación y exportación), lo que le ha permitido amasar cantidades exorbitante de reservas de divisas (dinero).
Esto ha permitido acumular suficiente capital para convertirse en un prestamista e inversionista “par excellence”. La prominencia de China en las economías emergentes y sub-desarrolladas ha venido acompañada con una retórica interesante desde Beijín, que ha intentado con mucho éxito no aparentar tener ambiciones imperialistas ni representar una amenaza al sistema hegemónico construido por Estados Unidos desde el fin de la segunda guerra mundial.
De la seducción y el poder
China ha demostrado, en términos contemporáneos, ser excepcional. Su sistema económico y político contradice las dicotomías opuestas del pensamiento occidental, que contrapone el capitalismo y el comunismo, lo privado y lo público. En China, la línea entre lo privado y lo público no se ha borrado pero es difícil de trazar. Las esferas políticas y económicas son más difícil de distinguir que en los sistemas capitalistas imperialistas que Lenin describía en su libro Capitalismo Fase Superior del Capitalismo.
La línea entre lo político y lo económico ha sido claramente demarcada, sin embargo, en la política exterior de China. Las inversiones directas, los préstamos y los proyectos de construcción en la región han venido sin ningún tipo de demandas políticas coercitivas. China ha podido concebir una política exterior, valga la contradicción, apolítica. En otras palabras, ha sido exitosa en promulgar una identidad de “all business, no play and no politics”.
Esta imagen ha permitido crear un alto nivel de confianza ante el gigante oriental, de manera que le ha permitido penetrar a distintas regiones del mundo sin ninguna o poca oposición. Joseph Nye, uno de los teóricos internacionales más prolíficos de nuestra generación, argumenta que el poder de un país tiene distintas expresiones, pero todos conllevan a lo mismo: la habilidad de moldear las preferencias del otro. Esto se puede alcanzar a través del uso de la fuerza o la amenaza de ella.
También se pueden utilizar pagos o sobornos, a lo que Nye llama “Hard Power”. Pero el poder más efectivo, afirma Nye, es hacer que otro quiera lo que uno quiere, lo que él llama “Soft Power” [1]. Este poder se ejerce mediante la atracción, donde la fuerza bruta es contraproducente, pero gana aquel que entiende cómo seducir y atraer. Como en el amor, la seducción vive en la pasión y no en la razón, te envuelve, te adormece, y sobre todo te ciega, hasta el punto que no permite ver faltas en el otro– dos entidades se convierten en una.
Y este juego de seducción ha sido parte de la estrategia de política exterior de China. Desde la apertura de China al mundo en 1978, el país se ha convertido en un milagro económico. Xiaoping Deng, maestro del milagro de China post-Mao, fue muy diligente en mantenerse aislado de la mayoría de los asuntos globales, pero no fue hasta la crisis Asiática del 1997, donde la inadecuada respuesta de Estados Unidos le dio la oportunidad a China de posicionarse favorablemente ante los ojos de la región del sureste asiático. Desde entonces China ha podido construir una imagen internacional muy favorecedora, gracias en parte a la increíble transformación económica que ha experimentado. La potencia económica ha podido establecer superávits comerciales de cientos de miles de millones (millardos) anualmente.
Además, por décadas ha experimentado un crecimiento económico de 10% anual, ha levantado millones de la pobreza absoluta y es uno de los principales destinos de inversión en el mundo, convirtiéndose así en unos de los países más poderosos del planeta. Sin embargo, el liderazgo chino ha sido muy cauteloso respeto a la manera en que este gran poder es proyectado y percibido por el resto del mundo. Un famoso artículo de Zheng Bijian en la revista Foreign Affairs explica que el crecimiento de China era mejor descrito como el “ascenso pacífico de China” [2] . Este término fue acuñado oficialmente por Beijín pero eventualmente, el término “ascenso pacífico” fue sustituido por “Desarrollo Pacífico” en todos los documentos emitidos desde la capital, ya que entendían que “ascenso pacífico” sonaba muy amenazante.
La estrategia de creación de una identidad y política de “desarrollo pacífico” le ha permitido a China presentarse como un poder emergente pero no amenazante, evitando así las inseguridades que resultaron tras el crecimiento económico de Alemania a principios del siglo 20 o con Rusia durante la guerra Fría. Tal estrategia le ha ganado la simpatía no sólo los de líderes políticos de otros países, pero también de los ciudadanos de estos.
El Crouching Tiger, HiddenDragon en América latina
Por ejemplo, el Centro de Investigación PEW publicó un estudio en el 2013 exponiendo que la mayoría de los latinoamericanos tienen una visión positiva de China. Según la investigación, un 71% de los encuestados venezolanos tienen una opinión positiva de la potencia occidental, mientras en Argentina un 54% también opinó lo mismo. En esta misma encuesta, cuando se les preguntó a los participantes cómo ven a China, si como un compañero o enemigo, un 74% de los venezolanos indicó que lo ven como compañero, mientras en Chile un 62% y en Argentina un 52%, también opinó igual.
Pero lo que más ejemplifica el enamoramiento con China, es el resultado de un reporte publicado recientemente por la organización LatinoBarómetro sobre cómo perciben los latinoamericanos los distintos sistemas democráticos del mundo. En la encuesta, menos del 11% de los latinoamericanos opinó que China no es un país democrático, es decir, la mayoría clasifica a China como democrática [3].
Esta percepción, increíblemente inocua, de una China buena, perfecta, democrática y amigable puede ser muy peligrosa para los intereses del desarrollo, prosperidad y soberanía de nuestra región. La pregunta es, ¿estamos ya tan seducidos que nuestras preferencias se han amoldado de tal forma que ahora pensamos que lo que quiere China es lo que más nos conviene? Para contestar esto, necesitamos analizar concretamente las acciones de China en la región, ejercicio que realizaremos en la segunda parte de este escrito.
Adelanto, sin embargo, que siento muy cerca el calor del aliento de dragón.
La autora del texto es catedrática auxiliar del departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Obtuvo su doctorado en SUNY-Buffalo, especializándose en el estudio
de Organizaciones Intergubernamentales. Ha impartido clases en SUNY en
Buffalo y Buffalo State College. Sus áreas de especialización son política
internacional y comparada con énfasis en el estudio de instituciones y
métodos cuantitativos.
[1] Nye, J. S. (1990). Soft power. Foreign Policy, (80), 153-171.
[2] Bijian, Z. (2009). China’s” peaceful rise” to great-power status. Foreign Affairs. Recuperado de http://www.foreignaffairs.com/articles/61015/zheng-bijian/chinas-peaceful-rise-to-great-power-status.
[3] Latinobarometro (2014). Imagen de los países y las democracias Santiago, Chile. Recuperado de http://www.latinobarometro.org/latNewsShow.jsp