Una fuerza élite del ejército de los Estados Unidos terminó hace varios días con la vida del líder “terrorista” Osama Bin Laden. Las calles de Nueva York se atestaron de personas celebrando el tardío pero seguro arribo de la “justicia” que encontraron en la muerte de quien presuntamente dirigió el ataque al Pentágono y al “World Trade Center” -que causó la muerte de más de 3 mil personas- en el 2001. Sin embargo, a la algarabía de esta celebración le hace eco la impunidad en la que han quedado cientos de violaciones de las que fueron objeto mujeres iraquíes y estadounidenses, a raíz de la llamada “guerra contra el terrorismo”.
Por ejemplo, en octubre del 2001, como consecuencia de los ataques del 9/11 por parte del ejército talibán Al Qaeda, el gobierno de los Estados Unidos inició la cruzada denominada: “Operación Libertad Duradera” en territorio afgano. El conflicto surgió, principalmente, ante la negativa del régimen talibán de entregar a Osama Bin Laden, supuesto responsable directo de los atentados. Los Estados Unidos en alianza con la OTAN procedieron a destruir las fuerzas talibanas y ocuparon el país para “garantizar su tránsito hacia la democracia”. Sin embargo, el estado de deterioro físico, moral y de seguridad propició que se victimizara al sector considerado más débil de la población: las mujeres.
No obstante, los escenarios y los victimarios variaron. Mientras los noticieros enfocaban su mirada en los anglosajones desaparecidos, muertos o secuestrados en la región; gangas de locales secuestraban y violaban a mujeres compatriotas, como fue el caso de Sajidah una joven de 23 años y su cuñada Hanan de 7 años, quienes luego de ser secuestradas, fueron llevadas a Yemen donde fueron sometidas a trata humana por medio de la prostitución. A su vez, Sabreen Al Janabi, una iraquí de 20 años de edad, fue secuestrada por la policía local, interrogada en el cuartel y violada repetidas veces para luego ser tirada en una calle aledaña. Su historia fue conocida por el mundo a través de la cadena Al Jazeera.
Por otro lado, Fakriyah, una huérfana afgana de 20 años, relató como el día que cayó Bagdad en manos americanas, un tanque estadounidense se detuvo frente a la puerta del orfanato donde vivía y sus ocupantes tomaron el lugar cometiendo viles fechorías en contra de ella.
“Tomaron turnos para violarme. No recuerdo por cuánto tiempo me estuvieron haciendo esto, hasta que al terminar me tiraron a la calle”, aseguró Fakriyah, añadiendo que consumir drogas ha sido el único calmante que ha encontrado para suprimir la experiencia.
Lima Nabil, una periodista jordana que por más de diez años ha investigado sobre los crímenes de honor en el mundo árabe, reveló al periódico: The Independent, que aunque sólo se han visibilizado las fotos de hombres torturados en la carcel de Abu Grahib, las mujeres árabes que están detenidas allí han sido torturadas con más frecuencia que los hombres. Nabil relató la manera como una de sus entrevistadas -quien había estado confinada en la cárcel– expresó haber sido testigo de cómo varios soldados americanos violaron a cinco mujeres en dicho centro penitenciario.
“Muchas de estas mujeres han sido violadas en prisión. Algunas de ellas dejan la prisión embarazadas. Algunas de estas han sido asesinadas por sus familiares al salir, por la vergüenza”, culminó Nabil.
Mientras tanto, Yanar Mohammed, fundadora de la Organización para la Libertad de las Mujeres en Irak – ONG que protege víctimas de violación en países árabes– expresó a medios internacionales que: “a finales de 2003, todo el mundo conocía historias de cinco o diez mujeres que habían sido secuestradas; algunas fueron violadas y arrojadas a las cunetas, otras desaparecieron”. La organización de Mohammed estima que sólo en el 2005 se produjeron 2 mil violaciones de niñas. En 2008, Amnistía Internacional informó que “miembros de grupos armados islamistas, milicias, fuerzas gubernamentales iraquíes, soldados extranjeros de la Fuerza Multinacional dirigida por Estados Unidos, junto con quienes integraban los efectivos de los contratistas extranjeros de la seguridad militar privada, estaban perpetrando crímenes específicamente dirigidos contra las mujeres y las niñas, incluida la violación”.
Traicionadas por la fuerza a la que pertenecen
Si bien los datos de mujeres árabes violadas por soldados americanos son impactantes, más alarmante aún es el hecho de que en el ejército estadounidense, las mujeres que forman parte de este cuerpo, se hayan convertido en víctimas de sus propios colegas.
Tal fue el caso de Chantelle Henneberry, especialista del ejército de los Estados Unidos, quien sirvió en Irak desde el 2005, hasta el 2006.
“Yo era la única mujer en mi pelotón de 50 a 60 hombres. También era la más joven, 17 años. Estaba menos asustada de los morteros que caían todos los días, que de los hombres con los que compartía mi comida”, explicó Henneberry.
Según estadísticas del Departamento de Defensa de Estados Unidos, en Irak han luchado y muerto más mujeres estadounidenses que en ningún otro conflicto bélico. Más de 200 mil mujeres han servido en oriente desde el inicio de este conflicto bélico. Más de 600 han sido heridas y más de un centenar han muerto en Irak. Y aunque la cifra de muertes pueda parecer muy baja, la realidad es que las mujeres destacadas en combate siguen muy solas: por cada diez soldados varones hay una mujer en cada pelotón. En ocasiones, como en el caso de Henneberry, están solas.
“Uno de los compañeros a quien consideraba mi amigo, trató de violarme. Dos de mis sargentos no paraban de acosarme. Se supone que todo el mundo tenga un compañero de batalla en el ejercito, y se supone que las mujeres deben tener uno para ir a las letrinas o a las duchas-para que no ser violadas por algún hombre de tu mismo equipo. Pero como yo era la única mujer allí, no tenía un compañero. Mi compañero de batalla era mi pistola y mi cuchillo, relató la especialista.
Afortunadamente, Henneberry no llegó a sufrir una violación, aunque sí fue acosada y tocada en sus partes por el sargento a cargo de su tropa, quien a pesar de ser denunciado, nunca fue amonestado.
Sin embargo, Marti Ribeiro, sargento de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, que estuvo en Afghanistan en el 2006, no corrió la misma suerte. Ribeiro fue atacada y violada por uno de sus compañeros soldados mientras cumplía con un turno de vigilancia durante la noche. Al culminar su turno, Ribeiro acudió a las autoridades -sin bañarse para no borrar las evidencias– y realizó un reporte de lo ocurrido. A Ribeiro se le informó que sin continuaba con la querella, sería acusada de haber dejado sola su arma, durante el momento de la violación. Cabe resaltar, que desatender un arma es una acción punible dentro del ejército.
Las historias de Henneberry y Ribeiro forman parte del libro El soldado solitario: La guerra privada de las mujeres sirviendo en Irak., escrito por la periodista Helen Benedict, quien entrevistó a 40 mujeres soldados que sirvieron en zona de combate; y quienes le relataron haber sido víctimas de asaltos sexuales u otro tipo de violencia por parte de compañeros soldados.
“Algunas fueron alertadas por oficiales para que no fueran a las letrinas solas. Una de ellas cargaba un cuchillo en caso de ser atacada por sus camaradas. Otras tantas dijeron sentir no querer denunciar el hecho para no cargar con la vergüenza. Lo peor de todo esto es que es su propia gente la que les está haciendo esto”, expresó Benedict, profesora de periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York.
Quizás el caso más conocido sobre estas incidencias en Irak lo es el de la joven Jamie Leigh Jones, quien a pesar de no ser una militar, viajó a Irak como recepcionista de la compañía de defensa privada KBR. El incidente ocurrió en el 2005, cuando Leigh tenía 19 años de edad. Según Leigh, varios días después de llegar al Campamento Esperanza en Bagdad, uno de sus compañeros le ofreció una bebida de la cual tomó varios sorbos. Jones alega no recordar nada después de haber tomado de la sustancia. Al recobrar el conocimiento percibió que su cuerpo estaba desnudo, amoratado y ensangrentando
Debido a las laceraciones que tenía y a la falta de recuerdos sobre lo que había ocurrido, llegó a la conclusión de que había sido drogada y violada. Sus heridas eran tan extensas que tenía laceraciones en la vagina y el ano, los implantes de sus senos se rompieron, y sus músculos pectorales estaban desgarrados. Al acudir ante supervisores magullada, le encerraron durante varios días en un contenedor de transporte, donde había una sola cama. Allí no recibió comida, agua, o asistencia médica. Uno de los soldados que prestaba vigilancia se compadeció de ella y le prestó un celular con el que se comunicó con su padre en los Estados Unidos. Su padre contactó a un político local y luego de comunicarse con el Departamento de Defensa le trasladaron a Estados Unidos. Aunque a Leigh le realizaron las pruebas que componen el “rape kit”, este desapareció misteriosamente, propiciando la impunidad en este delito.
Este crimen provocó la redacción de una enmienda que se añade al proyecto de ley de presupuesto del Departamento de Defensa por el senador Al Franken. Este exige a los contratistas de defensa llevar a sus empleados a los tribunales de los Estados Unidos en los casos de violación o asalto sexual, independientemente de donde estén destinados. Los 30 senadores republicanos votaron en contra de esta enmienda.
Inacción gubernamental
Una demanda en contra de los Secretarios de Defensa Robert Gates y Donald Rumsfeld, firmada por 17 mujeres soldados, narra entre otras terribles historias, el impresionante relato de la sargento Rebekah Havrillah, que fue violada durante su servicio en Irak. Havrillah explica como en el 2006, luego de haber sido acosada repetidas veces por su supervisor, fue violada por un colega con el que trabajaba.
“Él la empujó sobre su cama, la aguantó, y la violó. También tomó fotografías del acto”, lee la demanda.
El documento legal denuncia: “los fallos repetitivos de la fuerza militar de los Estados Unidos para tomar acciones en los casos de violación, creando así una cultura en donde la violencia en contra de las mujeres es tolerada, violentando los derechos que les acogen según la Constitución”.
Aún más, la sargento Havrilla indicó que denunció la violación varias semanas después del suceso. Sin embargo, tres años después, en el 2009, luego de reportarse para un entrenamiento, divisó en su mismo pelotón al hombre que le había violado. Inmediatamente informó de esto al capellán militar, a lo que este le respondió que quizás había sido voluntad de Dios el que hubiera sido violada.
Más reciente, el 17 de marzo de 2011 el Pentágono dio a conocer las últimas estadísticas de asaltos sexuales en el ejército de los Estados Unidos. En el informe se indica que aproximadamente 3 mil mujeres fueron violadas en el año fiscal 2008, lo que significa un 9 por ciento de incremento en comparación con el 2007. Para mujeres militares en Irak y Afghanistan, el porciento incrementó en un 25 por ciento.
Asimismo, el informe provee información sobre el desarrollo de una estrategia de prevención del ataque sexual que va desde el entrenamiento individual hasta cambios en las políticas y la legislación existentes. Aunque no se ha probado públicamente la aplicación de estas medidas, durante el mes de abril – momento en que se celebra el alerta en contra del abuso sexual- el gobierno de los Estados Unidos celebró varias conferencias y talleres a sus agencias para abordar el tema del acoso y las violaciones en el trabajo y en el ejército.