“Se alquila apartamento para muchachas con Internet”. Un ejemplo como este, que es real ya que se encuentra en una de las calles aledañas a la Universidad de Puerto Rico, es el que utilizo siempre en mis clases para resaltar la importancia del orden de las palabras en la oración. En gramática, la disciplina que se encarga de establecer el orden de los enunciados oracionales, se le conoce como sintaxis.
Luego de escribir la oración, les pido a los estudiantes que interpreten su sentido; la mayoría de las ocasiones comienzan a reírse porque se dan cuenta de lo que realmente “dice” el anuncio. Si se queda tal y como está estructurado, este plantea que solo podrán optar por alquilar el apartamento las muchachas que tengan de la “manera que sea”, integrado a su cuerpo, el acceso a Internet. Las que no, que ni pregunten.
Estoy segura, y creo que todos los que lean esta columna también, que esa no fue la intención comunicativa del propietario de dicho apartamento. Sin embargo, por no asegurarse que las palabras estuvieran en un orden que no diera lugar a ningún tipo de confusión o ambigüedad, es que surge la opción que limita las posibilidades de alquiler del alojamiento.
Con mover el grupo preposicional “con Internet” cerca de lo que realmente modifica, que es el sustantivo “apartamento” y quizás añadir la palabra conexión, ya el problema sintáctico estaría casi resuelto: Se alquila apartamento con conexión a Internet para muchachas. No es perfecto, pero está más cercano al orden básico del español, que es el de sujeto, verbo y objeto (SVO).
Para ser inclusiva, he visto errores como el anterior no solo en los ciudadanos comunes y corrientes, sino también en la prensa de nuestro país; he aquí un ejemplo que saqué de un periódico de circulación general del cual me voy a reservar el nombre: Un hombre dio muerte con 50 puñaladas a su pareja por 20 años.
Luego de rechazar lo horrendo del crimen y lo trágico que es usar un ejemplo como este para ilustrar la necesidad que el orden de la oración esté correcto, podemos interpretarlo como que durante 20 años, un hombre estuvo apuñaleando a su pareja–a razón de 2 puñaladas y media cada año–hasta que finalmente la mató.
El asunto lingüístico (desgraciadamente el social es mucho más complejo) se resolvería cambiando el orden y añadiendo información para que fuera más claro: Un hombre apuñaleó en 50 ocasiones a su pareja causándole la muerte luego de 20 años de relación.
En ocasiones, no es solo el orden lo que hace que un enunciado oracional sea poco claro, sino también las traducciones que se realizan sin pensar en las posibles interpretaciones que puedan tener. Como último ejemplo, presento lo escrito en un letrero que se encuentra en una de las entradas de una tienda en Plaza Las Américas: Todos nos beneficiamos cuando se termina el hurto de mercancía en nuestra tienda.
Una de las interpretaciones que podríamos hacer de esta oración es que cuando los pillosterminan de robar, todos nos beneficiamos del botín y nos lo repartimos; quizás si añadiéramos la preposición “con” antes del sustantivo el hurto, sería más claro. También podríamos cambiar el verbo terminar por detener o denunciar, y así el mensaje resulta contundente.
Los estudiantes a veces me indican “Profesora, pero como quiera se entiende”. Y yo les digo que sí; no obstante, ese “como quiera” es preocupante, ya que es un símbolo de conformidad o, peor aún, vagancia, que creo que no es conveniente reforzar o dejar pasar por alto cuando estamos escribiendo. Escribir no es lo mismo que hablar, ya que no tenemos la oportunidad de aclarar de inmediato si hay algún problema de interpretación.
Veo cómo, a través de los años que llevo en la docencia, ya no importa tanto que el receptor entienda correctamente lo que yo como emisor expreso, pues si yo lo entiendo, tú lo “tienes” que entender. Esto trastoca, en cierto modo, el concepto de código compartido que plantea el modelo comunicativo tradicional, y podría ser motivo para investigaciones al respecto.