Devastada la ínsula, entran a escena los siete samuráis (novel versión criolla de los héroes de Marvel) blandiendo sus refulgentes extintores para fumigar las contaminadas finanzas del territorio. Juan del Pueblo crispado por el atropello de los pisa verdes -a quienes le había confiado velar por sus lechugas- le abre los brazos de par en par a la “promesa” de estos adalides que regresan del ‘98.
Juan del Pueblo y los siete samuráis de la Junta
Ante este catastrófico escenario, amueblado de personificaciones y cosificaciones, el fisco se presenta en escena como un enfermo de gravedad, candidato a cirugía mayor; como tumor maligno al que hay que extirpar; como cuerpo moribundo o comatoso; como abismo, precipicio, agujero; como golpe terrible; o bien como barco a la deriva, como naufrago en medio del mar abierto; como chatarra o desecho, como ruina o botín de buitres revoloteando sobre las piltrafas del tibio cadáver fiscal. La deuda pública se resignifica en la metáfora antropomórfica, se transforma en sujeto de una cosa que por su peso muerto, cae vertiginosamente hacia un sumidero que no parece tener fondo.
En este episodio de clavado libre en la piscina seca de la res pública, Juan del Pueblo sumido en la incertidumbre de su propia indefensión observa estupefacto mientras cae a los protagonistas del desastre enfrascados en un fuego cruzado de recriminaciones y declaraciones de mala fe, y de falta de transparencia. Estos son los funcionarios de la puerta giratoria de salientes y entrantes administraciones. De los bonistas, de los carísimos ejecutivos de las grandes corporaciones públicas y privadas, de las casas desacreditadoras y de los sibilinos consorcios de fondos de inversión y tumbe. Personajes todos de esta penosa saga en proceso que promete convertirse en el melodrama de un país que se soñó nación y despertó territorio. De un pueblo que se inventó a sí mismo el consuelo de ficción de una igualdad imposible.
Aquí la mentira, el fraude, la usura, el oportunismo, la negligencia, la corrupción, la ineptitud administrativa y la complicidad son, cuando menos, las señas de identidad que caracterizan a estos personajes que fueron saqueando sistemáticamente el patrimonio fiscal del país. ¿Una épica de la picaresca? ¿Una epicaresca? ¿Un oxímoron de país?, cuyos héroes son buscones con caras de yo no fui y que a la postre van a misa, chinchorrean y, en la misma mesa comen y cantan las igualas. Todo se desvanece en la boca como una burbuja de champán.
En este folletín novelado, a las vacas gordas del otrora idílico territorio se les fueron secando las hinchadas tetas y el maná del cielo dejó de embuchar los devoradores bolsillos de los cangrimanes. Devastada la ínsula, entran a escena los siete samuráis (novel versión criolla de los héroes de Marvel) blandiendo sus refulgentes extintores larvicidas para fumigar el zika de las contaminadas finanzas del territorio de manos de sus mañosos administradores. Juan del Pueblo crispado por el atropello de los pisa verdes -a quienes le había confiado velar por sus lechugas- le abre los brazos de par en par a la “promesa” de estos adalides que regresan del ‘98.
Le abre los brazos con la fe puesta en castigar la gula irresponsable, apostar a que el muerto resucite y confiar en que habrán de desinfectar la gran casona del capital. Todo en aras de conquistar la confianza del poderoso caballero Don Dinero. Por supuesto sin austeridad, sin despidos, sin aumento de precios, ni reducción de salario, ni alza en los impuestos, pues como dicen, la esperanza es lo último que se pierde aunque sea la del perro flaco soñando con longaniza. “¡Piedad Señor, piedad para mi pobre pueblo”, donde mi pobre Juan se morirá de nada!
Se lo tumbaron todo, pero nos dejaron el clan de los siete samuráis con un pesado saco de reformas: laborales, sociales, energéticas, contributivas, gubernamentales y de permisos. De lo contrario no hay certificación del Plan Fiscal. En papel suena muy bien, verdad.
“Esta es la tierra estéril y madrasta”, la tierra de la Promesa de los siete años. Sobre ella pende la espada de Damocles en la cabeza de Juan del Pueblo. El maná seguirá cayendo, sin embargo, en los hambrientos bolsillos de los encopetados paladines.
Y tal parece, Chaco, que aquí no ha pasado nada …todavía.
No se pierda mañana la última parte de esta serie.
Para ver la primera parte pulse aquí, segunda parte aquí.
El autor es catedrático de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Actualmente, trabaja en una investigación sobre la crisis fiscal y económica de Puerto Rico y en la creación de un performance sobre dicha crisis titulado preliminarmente: Chatarra.
Nota: El título de este trabajo no pretende establecer un diálogo con el ensayo “El país de cuatro pisos” de José Luis González, ni seguir su estructura, solo canibalizar la metáfora de los pisos, pero invertida a modo de oscura alegoría que ha tenido a distintos niveles la crisis fiscal y económica del país.