Para la vida universitaria riopedrense, los jueves son el evento. La mayoría del estudiantado, que termina su jornada semanal de clases ese día, sale a buscar un alivio del tedio de horas de estudio —y quizás, la recompensa o el amortiguamiento de una calificación. Así que se van a las barras, y los negocios hacen su agosto los jueves. Tal vez habría que cambiar la expresión: los negocios hacen su jueves los jueves.
Sucede que desde hace 38 años, desde un martes 8 de marzo de 1977, una barra en Río Piedras —que lo mismo está al principio que al final de la calle Balseiro de la Comunidad Blondet— ha sido, escondida entre los seis pisos de Plaza Universitaria y una égida que se levanta, testigo de ese vaivén estudiantil. Se llama El Refugio, y responde más a la antonomasia que a la casualidad.
Pero la fecha no es casualidad. Ese mismo 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. El Refugio celebra a Margarita Rivera. Quizás Maggie le suene más conocido. Para que tenga la imagen de ella, es la que aparece en varias de las fotografías que cuelgan de las paredes de madera del local. En una está con Tego Calderón. En otra con Víctor Manuel. Pero casi siempre estará sentada detrás de la caja registradora, dando el cambio.
“La historia detrás de todo esto es la mujer mía, el ímpetu que ella tiene de comerciante, porque la esposa mía no se queda atrás, es muy fajona. Fajona de verdad”, comenta su esposo, Johnny Colón Corchado.
Johnny es tapicero de oficio por el día. Y demoledor de profesión por la noche. No se extrañen. Las edificaciones que destruye son las latas vacías de cerveza apiñadas en las mesas, a veces en forma de torres o de pirámides. A veces construidas solo por ver cuál, de entre todas las mesas, es la más grande.

Johnny Colón Corchado, quien desde hace 38 años maneja junto a su esposa Margarita Rivera la barra riopedrense El Refugio. (Ivana Alonso / Diálogo)
Maggie es la responsable de que todos los jueves, muchos estudiantes comiencen la asignatura extracurricular con un shot de chichaíto y una cerveza. Vaya usted a buscar el origen del nombre. Sabemos que el trago tiene ron y anís. Lo demás, puro amor. Receta de la casa. Receta que ha sido la constante por más de 38 años, luego de que Maggie le comprara el negocio a su hermano y decidiera administrarlo por su cuenta para sostener a su familia.
“Mira, aquí en esta área hay como cinco negocios que nos dedicamos a lo mismo, con los muchachos, con los estudiantes, y este… pues siempre ha sido igual, aquí no se ha cambiao na’. Aquí se trata a los muchachos con mucho cariño, con mucho respeto”, cuenta Johnny. Es un tipo bonachón. De pelo blanco, espejuelos y actitud relajada. Vamos, el abuelo de cualquiera de nosotros.
Habría que hablar de El Refugio desde dos puntos de vista: el que no ha ido, o el que es un refugiado.
Justo al entrar, el que no ha ido encontrará a su derecha la barra, a su izquierda una pecera, y en las paredes hasta el techo, fotografías de todos los gobernadores del Partido Popular Democrático, incluyendo al actual. También verá la foto en blanco y negro de un joven Rubén Blades, o los LP de Celia Cruz y Héctor Lavoe. Igualmente destacan una pequeña cerámica de la Virgen María, otra de San Lázaro en agonía, y muchos cuernos de animales como si fuesen recuerdos o botín de cacería.
En resumen, populares “reventaos”, cocolos y católicos, como dice Johnny. “Está cerrado los domingos, porque los domingos hay que ir a la iglesia y pasear con la familia”, asegura, quizás con la misma convicción con la que vota por el mismo partido cada cuatro años.

San Lázaro y la Virgen María, parte de los elementos característicos de El Refugio, jugando a esconder los permisos de operación de la barra. (Ivana Alonso / Diálogo)
Hablemos ahora del que es un visitante frecuente. El que ya está acostumbrado a las fotografías y la salsa. Probablemente ya lo conocen allí y lo reciben con lo que sea que se beba. Para él, la experiencia es distintamente familiar. Cada jueves es uno que bien pudo ser el de esta semana como cualquiera de los 52 jueves del año. Del pasado o del próximo. Sucede que aquí, el tiempo se congela. Y cada jueves, para el que es un refugiado, vuelve tras sí y se repite.
Las mismas canciones. Las mismas personas. Las luces de Navidad sin importar la época del año. Las mismas conversaciones. Allí se sueñan vidas y se revolucionan gobiernos. En nuestra visita había cuatro jóvenes que discutían si la poesía era ciencia. Un milagro escuchar esa disputa: en el aire las voces se conjuran en un zumbido.
Johnny no lo dijo, pero hace cinco años se reunieron allí muchas veces los líderes de la última huelga estudiantil para discutir el plan de acción del día siguiente. Sabrá Dios si lo sabía. Pero al menos sabemos que ‘El Refu’ le hace honor a su nombre.
Del local está el adentro, que es la barra y el billar. También el afuera, que son las mesas bajo el techado de madera. Entonces, al fondo de las mesas, la fuente decorativa que simula un pozo y un poco más arriba, pintada en la pared, la bandera de Puerto Rico. Y es que no hay nada más puertorriqueño que El Refugio.
Quizás habría que considerarlo como un departamento más del Recinto. Vamos, que allí llegan más estudiantes de lo que pueden reunir muchos de los programas académicos, y hay toda una interdisciplinariedad que se manifiesta en las conversaciones.
Nada, que lo anterior es un poco exagerado. Pero resulta difícil ser estudiante en Río Piedras y no haber visitado El Refugio.