Como en las obras literarias clásicas, más importante que lo que se dice, puede ser lo que no se dice. Una de las claves de la derrota de Hillary Clinton puede haber sido el inexistente contenido de sus espectaculares silencios en exponer una agenda aceptable para sus potenciales votantes, o por lo menos los que en las últimas horas la abandonaron para caer en las redes de Donald Trump.
Es cierto que la baraja programática no ha sido una prioridad en la campaña electoral de Estados Unidos, reducida frecuentemente a un contraste de apariencias televisivas.
Pero en el caso de la derrotada, destaca ahora el sonoro vacío en la agenda vaporosa de sus exposiciones sobre lo que en Europa y en la tradición del Partido Demócrata estadounidense se describe como valores socialdemócratas y laboristas.
Si en el desarrollo de los debates televisivos ese detalle no llamó la atención, teniendo en cuenta la parafernalia mediática que capturaba la atención generalizada, al analizar las posibilidades de capturar votos concretos se notan las lagunas en la estrategia de Clinton.
En el amplio contexto del mensaje sencillo de Trump, y al mismo tiempo sin detalles acerca de su aplicación práctica, Hillary se concentró en criticar los aspectos más descollantes de las ocurrencias personales y retazos de la conducta lamentable del candidato del Partido Republicano.
Desde ya hacía meses, un amplio abanico del electorado norteamericano, al igual que el europeo, había revelado su angustia, descontento y rechazo del prevalente orden establecido y la élite política.
El escenario ha estado dominado por los detectables resultados de la globalización, la desindustrialización y la incomodidad generada por la perceptible amenaza contra la identidad nacional causada por la inmigración descontrolada. En Europa, la respuesta ante ese paralelo panorama sombrío se tradujo en el Brexit y los avisos enviados por la extrema derecha en Francia, liderada por Marine Le Pen, y sus imitadores en otros países.
En Estados Unidos, la respuesta ante ese desafío comenzó a venir hace ya tiempo desde los sectores que han coagulado en la estrategia de Trump. Las masas rebeladas, agazapadas y sorprendentemente indetectadas desde el poder, no necesariamente de derechas, se sintieron atraídas por los cantos de sirena del magnate. Muchos de los que ahora le han regalado el voto declaraban que decía lo que ellos no estaban equipados para expresar.
Sin detalles en el programa inexistente de Trump, Hillary se dedicó a criticar las generalidades escandalosas: la actitud sexual del candidato republicano, la alarmante política internacional que profesaba, las amenazas de expulsión de inmigrantes, la construcción del muro ante México. Clinton se olvidaba de fundamentales cimientos de las necesidades de lo que hasta ahora había sido el electorado natural demócrata.
Los componentes de esa agenda han sido tradicionalmente similares a los de los partidos socialdemócratas europeos. Se trata de los cimientos del estado de bienestar, la justicia social, los mecanismos para la reducción de la pobreza y la búsqueda de la igualdad.
Obsérvese que ese credo contrasta con el vago lema romántico de la “búsqueda de la felicidad”. Recuérdese que los socialdemócratas en Europa fueron castigados electoralmente cuando abandonaron su agenda propia y abordaron aspectos de los sectores liberales centristas en pro del crecimiento económico.
Hillary tuvo que lograr su nominación en competencia con el mensaje “socialista” de Bernie Sanders, quien se resistió hasta los últimos pasos electorales. En el fondo, su mensaje de “socialista democrático” no fue entendido por un problema terminológico-lingüístico. La candidata demócrata no supo contestar una pregunta fundamental de su electorado natural: “y de lo mío ¿qué?”.
Los millones que han votado a Trump no son, desde el punto de vista sociológico o económico, diferentes a los que han abandonado a Hillary.
Las necesidades de los desempleados blancos sin notable bagaje cultural, víctimas de la desaparición de los puestos de trabajo en el Medio Oeste, no son muy diferentes de las que hieren a los notablemente educados que no consiguen capturar empleos razonablemente remunerados. No todas las mujeres electoras son blancas y universitarias, como se ha tratado de reducir a las cortejadas por Hillary.
A tenor de los resultados, otras han optado por Trump, a pesar de sus lamentables declaraciones y su detectable conducta. Ahora es cuando también se pone en duda la fuerza del voto hispano, ya que egoístamente muchos se han expresado como inclinados a frenar la inmigración.
Quizá un poco tarde, Obama se percató de esa laguna de silencio en la agenda de Hillary. El supremo esfuerzo del presidente en los últimos días de la campaña no fue suficiente. Sin que quizá lo merezca, recibió el voto negativo en los que se puede considerar un tercer mandado (que hubiera sido el premio de Hillary).
Obama fue, a pesar de su historial personal, un perdedor más. Curiosamente no por lo que dijera Clinton, sino por lo que paradójicamente no dijo: el mensaje socialdemócrata perdido.