Mariam Akhtar, de 23 años, busca desesperadamente a su hija menor desde hace dos semanas, cuando llegó a esta sureña ciudad en la costa de Bangladesh, procedente del vecino Myanmar (Birmania).
Además del trauma por la violencia extrema que ella y su familia sufrieron en el distrito birmano de Buthidaung, Mariam, con tres hijos, ahora soporta una nueva agonía.
“Con la bendición de Dios, pude llegar viva al campamento en Kutupalong. ¿Pero qué seguridad tengo acá con una hija perdida?”, inquirió.
Faria Islam Jeba, con cuatro hijos, expresó el mismo miedo al ser consultada por Inter Press Service (IPS) en el mismo campamento.
Ese es el mayor de más de 30 campamentos de refugiados distribuidos en 35 kilómetros de terreno entre Teknaf y Ukhia, dos pequeños pueblos del distrito sureño de Cox’s Bazar, donde todavía llegan a diario miles de refugiados rohinyás desde la vecina Birmania.
Jeba fue violada y sufrió una golpiza en su país. Además, sus hermanos fueron baleados por las fuerzas de seguridad birmanas. Pero Bangladesh no es el paraíso deseado.
“Tengo tanto miedo, en especial de noche, cuando está oscuro. Las colinas, el terreno sinuoso y los caminos embarrados me hacen difícil vigilar a mis hijos cuando salen”, explicó.
Mariam y Jeba son de las muchas madres jóvenes que han perdido a sus hijos en los campamentos. Las desapariciones han sido documentadas por el gobierno y las agencias humanitarias que trabajan en el área.
Más de 1,000 niños y niñas, la mayoría menores de 18 años, desaparecieron desde que el flujo de refugiados alcanzó su máximo en agosto. Se especula que muchos fueron secuestrados por redes de trata y trasladados a otras partes del país o sacados del territorio nacional.
Ali Hossain, comisionado del distrito de Cox’s Bazar, encargado de las actividades dentro de los campamentos, dijo a IPS que en los últimos tres meses, han castigaddo a 550 delincuentes atrapados en el acto, cuando trataban de secuestrar niños para trata y tráfico en los campamentos.
“Es difícil perseguirlos considerando la gran vastedad del campamento. Muchos de los traficantes entran haciéndose pasar por trabajadores humanitarios”, explicó.
Para combatir la usurpación de identidad, la administración implementó hace poco el registro de las organizaciones humanitarias.
Pero a los niños rohinyás sin acompañantes les urge protección de forma organizada. La mayoría están en situación vulnerable frente a los traficantes, pues no tienen guardianes.
“Lo que necesitan es un ‘refugio’ seguro, no solo un albergue de bambú para vivir. Hay agentes al acecho esperando la oportunidad para secuestrar menores”, explicó.
“Necesitan cuidadores y un mecanismo para monitorear su presencia”, apuntó Sarwar Chowdhury, presidente de Ukhia upazila.
Nilima Begum, del distrito de Maundaw, comentó que en Myanmar nunca tuvieron asistencia médica. “Ni siquiera sabemos qué es un hospital o una escuela porque teníamos muy restringida la movilidad, aun dentro de nuestra propia comunidad”, relató.
Por su parte, Amran Mahzan, director ejecutivo de MERCY Malasia, dijo a IPS que la queja más común que reciben de las mujeres traumatizadas es la subalimentación, seguida de complicaciones derivadas del embarazo.
“El número de mujeres embarazadas es muy alto, y tienen poco conocimiento de nutrición o de atención pre y posnatal”, indicó.
“Nuestros médicos ofrecen continuamente consejos a las mujeres sobre atención materna y parto seguro, pero con las diferencias de lengua y cultura como barreras, queda por ver el grado de acatamiento”, explicó.
Hay 18,000 embarazadas por parir y miles más que quizá no han sido identificadas ni registradas por el grupo de salud.
“Nuestra respuesta prioritaria fue la de ofrecer servicios obstétricos de emergencia y al recién nacido, atención clínica para las sobrevivientes de violencia sexual, un paquete básico de prevención del VIH e infecciones de transmisión sexual, transfusión sanguínea segura y prácticas de precauciones universales”, indicó Sathyanarayanan Doraiswamy, jefe de salud del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), en Bangladesh.
Por su parte, Megan Denise Smith, oficial de operaciones sobre violencia de género, de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) en Cox’s Bazar expresó que “los equipos en el terreno comparten información esencial con mujeres y niñas sobre los servicios disponibles, ya sean actividades médicas, psicosociales o recreativas para facilitar el empoderamiento”.
“Hacer un mapa con las áreas específicas donde mujeres y adolescentes no se sienten seguras, hablando con ellas de forma directa, le permitirá a la comunidad apuntar hacia allí con mayor efectividad e instalar una presencia de protección para evitar riesgos”, explicó.
La oficial de salud mental del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Mahmuda, dijo a IPS que “el mayor desafío de trabajar con mujeres es la necesidad de manejar el estrés, lo que debería ser una prioridad”.
“Ahora se trata de supervivencia y de atención psicosocial; la ofrecida a 3,000 mujeres en los últimos tres meses muestra un impacto positivo”, aseguró.
El desafío es enorme para los millones de refugiados rohinyás procedentes del estado de Rakhine, en Birmania, quienes se consideran que experimentan la crisis humanitaria de más rápida evolución.