
Nuestro país, como todos, tiene dos sistemas que son análogos a los sistemas nervioso y circulatorio de un ser vivo. El sistema nervioso distribuye información por medio de la red de comunicación de masas (radio y TV), telefonía y cada vez más el Internet. El sistema circulatorio se compone de caminos, calles, carreteras y autopistas – “las vías públicas” – por las cuales circula una creciente cantidad de vehículos que transportan gente y mercancía. El sistema circulatorio es de los pocos lugares, (otro lo es el centro comercial), en los cuales la gente tiene que comportarse considerando al resto, para poder llegar a donde desean llegar y regresar de donde fueron. Es allí, en circunstancias en las cuales tenemos por fuerza que interactuar con desconocidos donde se pone a prueba el comportamiento social, donde salen a flote las actitudes de las personas respecto a los otros, una variada gama que va desde la generosidad, la solidaridad y la compasión, hasta el egoísmo, la insensibilidad y el desprecio. No se necesita conocimiento científico-matemático para entender que en algún momento, no tan lejano, ocurrirá el infarto del país producido por una arteriosclerosis aguda en su sistema circulatorio. Es que el aumento en el número de vehículos es mayor que el aumento en la capacidad de las carreteras y por lo tanto, ineludiblemente, llegará el día en el cual se formará la madre de los tapones, tan enredado que tomará más de un día desenredarlo, momento a partir del cual ya no servirá para nada salir en automóvil a la calle – el último tapón. Quizá sea un mal necesario, y luego diremos que “no hay mal que por bien no venga”, cuando todos andemos en bicicleta y nos ahorremos el, para entonces altísimo costo del litro de gasolina, y como “daño colateral” nos libremos de nuestra obesidad y la arteriosclerosis propia. Hasta que llegue ese momento, sugiero que podríamos al menos hacer lo posible para que se retrase, como quien anhela la prórroga de una pena de muerte, y también para que mientras aún sea posible circular, lo hagamos de la mejor forma y con menor irritación, lo que contribuirá además a postergar nuestro propio infarto. Para eso es necesario un comportamiento social en las carreteras muy distinto al del presente. Para comenzar por lo más elemental, propongo que se recuerde que el espejo retrovisor no fue puesto allí principalmente para ajustarse la corbata ni para pintarse los labios, sino para ver si acaso detrás de uno hay una fila de veinte automóviles esperando que usted los deje pasar. En este caso, si hay más de un carril, le sugiero que tome la decisión de acelerar para finalmente pasar al camión al lado del cual usted ya lleva un buen rato o, si no se atreve a acelerar, entonces esperar unos segundos y alinearse detrás del camión, para permitir el paso. Eso también evitará otro fenómeno de gran peligro en nuestras autopistas: el conductor que piensa que está en una de esas competencias de las olimpiadas de invierno y que los otros autos son banderitas para pasar estilo “slalom” alpino. Claro, si esto ocurre en una carretera de un solo carril no habrá mucho que hacer en el caso del camión, que también tiene espejos retrovisores y podría dejar pasar a los veinte cuando fuera oportuno, pero en muchos casos no hay camión, solo usted yendo a treinta cuando el límite es cuarenta y cinco. En ocasiones va a treinta porque se le ocurrió llamar a su amigo por el teléfono celular para contarle el último chisme. Es fácil toparse con gente que claramente se ha olvidado que está en la autopista cuando hablan por teléfono, y resultan ser una amenaza para todos. Los he visto cambiando peligrosamente de carril sin darse cuenta. Es notorio el efecto de distracción que tiene el celular sobre los conductores, y las estadísticas no dejan duda que el uso del teléfono celular mientras se guía aumenta la ocurrencia de accidentes. Algunos estudios destacan que no es solamente el hecho que al marcar un número o mirar la pantalla se pierde atención de lo que ocurre en la carretera, sino que hablar por teléfono causa una distracción cognitiva, un problema que no se resuelve con audífono o un dispositivo bluetooth en la oreja. Así que por el bien de todos, estaciónese para hablar. Otra cosa que debería saber de su auto, es que hay una palanquita, generalmente a la izquierda del volante, que si la sube opera las luces intermitentes de la derecha y si la baja las de la izquierda. Estas luces no fueron inventadas para que las active para anunciar que está lloviendo (todos se dan cuenta), sino que sirven para indicar a los otros conductores su intención de doblar o cambiar de carril. Y aunque usted piense que lo que usted decida hacer no tiene porque indicárselo a nadie, y menos a unos desconocidos, y que tiene derecho a su privacidad, piense que la razón básica reside en que si yo viajo a alta velocidad y veo que usted intenta cambiar de carril o doblar a la izquierda, tendré una oportunidad de cederle el paso y no embestirlo. En el llamado campo, es fácil encontrarse con dos autos que viajan en dirección contraria por una angosta carretera parados para que sus conductores, conversen. Para colmo se ofenden si uno le indica que le gustaría pasar, lo cual claramente apunta al hecho que “vía pública” es un concepto inescrutable para muchos. También está aquel que se estaciona justo después de una curva, quizá para fotografiar una vaca, animal exótico para un citadino, exponiéndose a que sea lo último que vea en esta vida. Aunque ya no quedan tantos ejemplos por mencionar, enumeraré un par de casos patológicos, que necesitan urgentemente de atención siquiátrica. Los habrá visto, aunque muchas veces lo que se ve es apenas el pelo del conductor. Son esos autos modificados por los ingenieros de pacotilla boricuas que reemplazan la suspensión del vehículo para bajarlo a tal punto de quedar a pulgadas del pavimento, y luego viajan como si estuvieran en una coctelera, lo cual sin duda les afecta aun más el cerebro. Estos genios, para evitar golpearse la chola, frenan sorpresivamente si ven una piedrita en el asfalto, exponiéndose a que un conductor desprevenido, les remodele el auto y los huesos de la columna cervical. Luego están esos otros que con la idea de que le van a sacar más potencia al motor, le cambian el sistema de escape para que haga más ruido para deleite del vecindario. Y hablando de ruido debemos añadir a la lista de abominaciones, a aquellos que viajan con un sistema de sonido tan poderoso que hace vibrar los cristales de autos cercanos y dejan sordos a los ocupantes. Finalmente, para postergar el último tapón se pueden hacer varias cosas. Quizá la más interesante consiste en traspasar funciones del sistema circulatorio al nervioso (especialmente cuando éste ya está bien desarrollado), de manera que tengamos menos vehículos en el sistema circulatorio. Hay muchos casos en los cuales una persona viaja a su trabajo para sentarse en un cubículo y operar una computadora por una alta porción de su día, para luego regresar a su casa. Este mismo trabajo lo podría realizar desde su casa con el equipo adecuado, viajando al trabajo solo una fracción de los días. El teletrabajo tiene el potencial de contribuir a la descongestión del sistema circulatorio ahorrando tiempo, y gastos asociados con la transportación y el siquiatra.